
Las negociaciones para poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania siguen sin tener un final cierto. Sin embargo, tras años de conflicto abierto, por momentos intenso, y de amplias situaciones vulneradoras de los derechos de las personas, se abre en Ucrania una posibilidad de paz. No cabe duda de que debemos tratar de aprovechar dicha situación para superar, por fin, un problema que se enquistó en su día ante la sorprendente ausencia de verdaderos esfuerzos diplomáticos en favor de la paz, y ante una Unión Europea que no ha estado a la altura, sometida a una lógica belicista contraria a los valores que siempre preconizamos.
Para avanzar con paso firme con la finalidad de superar el conflicto, este debe ser, en primer lugar, desescalado, lo que puede lograrse con declaraciones esperanzadoras y reuniones diplomáticas en varios niveles. Ello no es impedimento para que critiquemos, en este sentido, las convocatorias del presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, al resto de líderes europeos. No por el objeto de las consultas, sino por el momento, lo que no hace más que demostrar que Europa, de nuevo, actúa de forma reactiva y sin un posicionamiento claro ni clave.
En segundo lugar, debe ofrecerse una distensión del propio conflicto, con acciones concretas, aunque sean de pequeña envergadura, como la firma de acuerdos de exportación de grano, el intercambio de prisioneros, el examen de la situación de niños huérfanos o desplazados…
Y, tras esos primeros avances, resulta imprescindible negociar ofreciendo elementos positivos a las dos partes. En este sentido, la Unión Europea debe cobrar especial protagonismo, pues puede ofrecer a Rusia un levantamiento progresivo de las sanciones, el desbloqueo de sus activos o la reanudación del comercio energético. Además, puede aprovecharse la buena sintonía de los líderes europeos con el Gobierno ucraniano, lo que cobra gran relevancia a la hora de reafirmar a Kiev el compromiso de apoyo a largo plazo.
En todo caso, el trasfondo de esta negociación tiene que ser realista, porque de lo contrario no se conseguirá una solución y, mucho menos, esta será duradera. Así pues, aunque los argumentos esgrimidos públicamente en Europa sean contrarios a las modificaciones de las líneas fronterizas, debe asumirse —como ha dejado entrever incluso el propio Zelenski— que estas van a mutar.
Pese a todo lo dicho, en las últimas semanas los líderes europeos han seguido instalados en una dinámica agresiva con Rusia, alejada de la distensión —que no blanqueamiento— que debería imponerse ahora. ¿Cómo puede Trump aparecer como un defensor de la paz frente a los europeos sumidos en el enfrentamiento? Es preciso que Bruselas busque el equilibrio y emplee la retórica apropiada ya que, en la actualidad, la opinión pública de nuestro entorno se encuentra desinformada, lo que provoca que se analice la realidad geopolítica desde un punto de vista inadecuado. La demonización de Rusia —por parte de la Unión Europea— y el viraje repentino de la posición respecto a la figura de Putin —en cuanto a la nueva Administración estadounidense— han provocado que los europeos asimilen «el acuerdo» a una victoria de la barbarie, y que, por tanto, no exijan a sus representantes esfuerzos reales y una resolución pacífica del conflicto. Ello nos lleva a preguntarnos: si cesa la guerra, como auguramos, ¿cómo justificará la Unión Europea ante su ciudadanía un nuevo orden en el que Putin se convierta en un interlocutor válido?
Sea como fuere, aunque la incertidumbre tiñe el presente, defendemos una oportunidad para la paz, sí, pero no a cualquier precio. Pues, como ya hemos afirmado en anteriores ocasiones, esta debe ser duradera y, para ello, es condición sine qua non tener en cuenta los intereses de todas las partes del conflicto.
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