
Aquello de que el paso del tiempo pondrá a cada uno en su sitio y de que la Historia juzgará al más pintado parecen frases escritas en una pared que se va desconchando por la lluvia de las mentiras y las medias verdades, que son las peores, porque esconden el anzuelo dentro de gominolas. Ahora ya no es que se reescriba el pasado. Se rearbitran también cuestiones recientes documentadas por todo tipo de vivencias, imágenes y datos. Hace poco una señora con un cargo relevante en el departamento de Salud de Castilla y León dijo en un plató, tranquilamente sentada ante las cámaras, no en un canutazo improvisado mientras escapaba de una manifestación antisistema, que «la pandemia no fue de gran gravedad». Literalmente. Un giro como si la crisis desatada en el mundo en el 2020 fueran los capítulos intermedios de Los Serrano y ahora nos desvelaran la realidad. Al menos ese episodio acabó en la dimisión de la susodicha. Pero se trabajan diferentes variables. Unas personas reducen la gravedad, otras restan muertos.
Al otro lado del Atlántico, Robert Kennedy Jr., ese señor antivacunas que traiciona a su dinastía desocupándose de la cartera sanitaria trumpiana en Estados Unidos, intenta restarle importancia al brote de sarampión de Texas, pese a que la enfermedad ha causado ya víctimas mortales. Asegura que el niño que murió estaba malnutrido y que hacía poco ejercicio. Un mensaje de tranquilidad dirigido a las familias de bien con niños rubicundos. Los que hagan cuentas para alimentarse y arrastren algún problema de salud, pues que se abriguen. Kennedy dice que es mejor que todo el mundo se contagie. Y los familiares de los que mueran escucharán en poco tiempo el proverbial «no fue para tanto».
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