Altura de miras

OPINIÓN

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski

08 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Leo dos noticias en el periódico relacionadas con la guerra de Ucrania, ninguna de las dos resulta agradable: la una porque la humillación al débil es siempre repudiable, y la otra porque atañe al presente y el futuro de nuestros bolsillos, pocas veces llenos. La primera informa que el pobre Zelenski lamenta su encontronazo con Trump y asume sin reservas su liderazgo en la crisis, por no decir a las claras que le pide perdón por no haberse arrodillado mientras le seguían escupiendo a él y a Ucrania como su representada. Triste y lamentable este espasmo de prepotencia y matonismo con que le organizaron una encerrona propia de villanos. Y en la segunda se nos cuenta que la dinámica Von der Leyen propone movilizar casi un billón de euros para su plan de rearme europeo. No está nada mal la cifra, veremos a ver qué cuota nos corresponde en el reparto. La sugerencia es de las que levantan ampollas porque supondrá que debamos restar algunos ceros a nuestro presupuesto nacional.

Jocosamente se podría reaccionar al leñazo diciendo que mientras el presupuesto siga sin aprobarse seremos simplemente deudores.

El sátrapa rubio ha bramado y hay que echarse a temblar, otras alternativas, que no sean mantener a salvo la dignidad y protestar de perfil, en el momento presente no parecen posibles. He podido leer también que, aun admitiendo que la cifra manejada por Von der Leyen se llegara a consensuar, la materialización militar perseguida para el rearme defensivo no se notaría hasta dentro de unos cinco años, y diez en plenitud de eficacia. Eso quiere decir que nos esperan tiempos de encogimiento, de temores medievales, de soportar en la nuca el aliento helado de la amenaza rusa, mientras las películas de James Bond volverán a tener más vigencia que nunca.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, ingleses y franceses descubrieron con alborozo que situarse bajo el paraguas americano sería una idea estupenda. La novela escrita a cuatro manos se podía llamar Seguridad gratuita. Había mucho de entrega ignominiosa y no poco cinismo en esa aceptación de que la salvación del continente Europa dependía del continente América; pero de una manera u otra fuimos componiendo la relación con saldo más o menos equilibrado. Llegada la década de los sesenta, mentes privilegiadas descubrieron también que las guerras en sí eran un estorbo y para conjurarlas se entonaron unos versos algo parecidos a un himno hippie: «Allá se las compongan los cochinos belicistas, el antimilitarismo se va a convertir en símbolo de la paz. Pero no nos falléis, gringos, el oso ruso sigue dormido y si despierta no sé qué va a ser de todos nosotros, cándidas palomitas blancas». Ahora la lluvia fina de todos esos años de felicidad tumbados en las praderas secas del edén se ha convertido en una violenta descarga de lluvia, la ira del cielo encarnada en el malvado Trump nos va a empapar hasta los huesos. Tal vez merezca un par de segundos de reflexión la escandalosa pasividad con que los europeos nos hemos comportado, gracias a la inacción continua esa lluvia van a ser veinticinco mil millones de gotas al año durante cinco años, grabémoslo en la memoria.

El drama de Ucrania es espantoso, por si no fuera poco dolor enterrar a sus miles de muertos, tener por delante la misión de reconstruir su desolado país (cuando se le permitan), y adquirir una deuda astronómica que jamás podrán devolver, debe conformarse resignadamente con la apropiación rusa del veinte por ciento de su territorio y el obsceno reparto de sus minerales raros entre los dos poderosos señores, cuyos respectivos estrategas seguramente ya están dudando si echarse a los dados tanta piedra valiosa o llevárselas a saco.

En cuestión de unas semanas, Ucrania ha pasado de recibir de Biden una importante ayuda militar que consiguió frenar el embate ruso, a tener por enemigo a su sucesor en la Casa Blanca, pues no de otra manera se puede calificar a quien de pronto le cierra el grifo en plena guerra y pacta alegremente con Putin, enemigo número uno. Va a ser terrible resolver en la cabeza esta contradicción con mayúsculas que se está convirtiendo en una pesadilla para los ucranianos y hasta para los espectadores que asistimos incrédulos al siniestro sainete de la traición y la ruindad. Quién nos iba a decir que los eternos antagonistas iban a firmar el final de su contencioso defecando sobre los restos de un país derruido.

Hay que convencerse, Occidente está dejando de existir, el continente europeo es un corcho flotando a la deriva y Poseidón amenaza con hundirlo del todo, pero en último término puede mantenerse si se consigue la cohesión que necesita su frágil estructura. El posicionamiento que desde el mismo principio de la contienda adoptamos a favor de Ucrania podría entenderse como un acto de solidaridad ineludible, como una reacción con altura de miras, pero ahora las miras las debemos dirigir en nuestro propio interés hacia la frontera rusa, si no queremos ser engullidos. Será complicado, gallitos hay tantos como voces chillonas. Nos hemos equivocado durante la larga siesta que empezó ochenta años atrás y ahora repican a diana y nos pillan en pijama.

Altura de miras, la vieja invocación que en época de Iglesias y Rivera se convirtió en eslogan de primera marca, todavía da de sí aunque sus coetáneas «Poner palos a las ruedas» y «No traspasar las líneas rojas» apenas se escuchen. Solo falta que quienes la prodiguen lo hagan con más seriedad que arrebato comercial.