
«Yo pensaba que lo había visto todo». No son pocas las veces que lo decimos hasta que un hecho o acto nos sorprende. La encerrona que Donald Trump y James David Vance le hicieron a Volodimir Zelensky es un ejemplo. Es evidente que la nueva administración norteamericana no brilla por la buena educación, sobre todo con las formas. Supongo que será muy frecuente en las reuniones a puerta cerrada entre mandatarios que se discuta y además de manera vehemente, pero lo que no habíamos visto hasta ahora es que nos enseñaran esas discrepancias en público como si de un «reality» se tratara.
Aunque el presidente ucraniano habla bien inglés no resulta fácil discutir en un idioma no nativo, pero hay que aplaudirle porque supo aguantar el tipo en un ambiente muy tenso frente a dos matones que le atacaron verbalmente hasta por su vestimenta. A Trump, tras esos diez minutos intentando humillar a Zelensky, no le pareció conveniente seguir con la agenda prevista y mantener un posterior encuentro en privado (no son pocas las informaciones periodísticas que apuntan a que todo fue premeditado para ridiculizarle y quitárselo de encima cuanto antes), cerrando la posibilidad de recurrir a la diplomacia para salvar las diferentes posturas entre Washington y Kiev por la invasión de Rusia a Ucrania.
La respuesta de la Unión Europea, salvo alguna excepción, fue la de cerrar filas con Zelensky y con su país. La situación nos obliga a las y los europeos a definir un nuevo marco de relaciones, porque nuestra dependencia con otras potencias mundiales no puede poner en peligro ni nuestros intereses ni tampoco nuestro modelo de vida. Hasta la fecha hemos confiado nuestra seguridad a los Estados Unidos, que ahora nos exige más gasto en defensa; nos hemos nutrido en el campo de la energía del gas procedente de Rusia, al que ahora combatimos (y no han sido pocas las amenazas de Putin de cerrar el grifo); y por último hemos realizado numerosos negocios comerciales con China, aunque sepamos sobradamente que allí no se respetan los derechos humanos.
Los valores que nos caracterizan y que defendemos deben reafirmarse en cada estado miembro, y para ello a mi entender es capital reafirmar nuestro compromiso europeísta por la paz y la prosperidad no solamente por estas amenazas externas, pero también por las internas (el avance de fuerzas de extrema derecha es un serio problema que nos puede afectar de ahora en adelante si continúa su auge, tal y como hemos visto recientemente en Alemania).
La cumbre que celebró hace dos meses el PP en Asturias/Asturies para hablar (en teoría) de vivienda se vio muy marcada por un sonoro y largo aplauso a Carlos Mazón. Imagino que quienes protagonizaron aquel homenaje espontáneo a su persona hoy se desvincularán de sus propios actos, porque en los mentideros de Génova se especula con que acabará fuera de la presidencia de la Generalitat muy pronto (aunque la duda está en si lo hará por su propio pie dimitiendo o si el equipo de Feijóo le tiene preparada alguna trampa para terminar con su labor al frente del País Valenciano).
La quinta manifestación que tuvo lugar la semana pasada en las calles de Valencia/València ha vuelto a ser masiva y es tal el rechazo social que genera que ni tan siquiera ha estado presente en la primera mascletá de las fallas, que allí no es un evento cualquiera como para ausentarse. La propia gestión de las fuertes lluvias que ha habido estos últimos días evidencia el lamentable bochorno que hizo este señor aquel 29 de octubre de 2024 (en esta ocasión ha habido alertas a los móviles a tiempo, se han suspendido actos variopintos y hasta clases escolares y hasta el propio Carlos Mazón publicó vídeos en el Centro de Coordinación Operativa Integrado [CECOPI], donde en palabras suyas no hacía falta su presencia) y que cada día que pasa es más insostenible su permanencia en el Palau de la Generalitat.
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