
A lo largo de nuestra vida vamos a vivir toda clase de circunstancias. Unas nos tocarán directamente y otras de forma colateral, pero en cualquier caso es imprescindible actuar de manera responsable. El tiempo dirá si nuestros actos y comportamientos fueron los correctos, pero cuando las cosas se tuercen me parece terrible el interés de la gente por salvar su pellejo a cualquier precio. A veces pienso que es mucho peor «el después» que «el durante», cuando lejos de asumir un error o una grave metedura de pata, tu único propósito es salir impune.
Tengo esta sensación con dos temas de plena actualidad. El primero tiene que ver tras el juicio contra Luis Rubiales y otros exdirectivos de la Real Federación Española de Fútbol por el conocido caso del beso no consentido a la jugadora Jenni Hermoso. Es una excelente noticia que la justicia, por fin, dicte sentencias en las que el consentimiento sea determinante a la hora de fallar un veredicto (besar a una mujer sin su permiso es una agresión sexual por tratarse de una invasión corporal del autor sobre la víctima). Es verdad que han sabido a poco los hechos probados (y de hecho la propia acusación ha confirmado que la recurrirá), porque si ya es grave que un jefe actúe así con una subordinada, toda la presión que sufrió esta futbolista (y su entorno) para poner fin a la polémica debió ser todavía peor.
Cabe recordar que, lejos de rectificar, de pedir perdón y de asumir responsabilidades, el propio Rubiales se agarró al cargo y aquella asamblea ante las diferentes federaciones autonómicas solo buscó desprestigiar y negar la versión de Jenni Hermoso (y no fueron pocos los que le aplaudieron, sobre todo cuando dijo que no iba a dimitir). Afortunadamente fracasó y terminó saliendo por patas de la sede de Las Rozas a las pocas horas. Sinceramente, pienso que todo lo que pasó desde «el después» del beso hasta su renuncia fue todavía más dantesco.
El segundo caso tiene como protagonista a quien todo el mundo ve como un cadáver político, pero aunque tenga un nulo futuro político a día de hoy, sigue siendo el President de la Generalitat Valenciana. Cuatro meses después de la dana de Valencia/València, Carlos Mazón ha vuelto a cambiar su versión sobre lo que estaba haciendo aquel 29 de octubre, y más concretamente sobre a qué hora llegó al Centro de Coordinación Operativa Integrado (CECOPI). Seguramente su única obsesión sea la de evitar una investigación judicial que le responsabilice de la tragedia (fallecieron 224 personas [un gran número de ellas entre las 19 y 20 horas] y aún siguen desaparecidas tres). Alegó ante la jueza que estudia el caso que él se incorporó a la reunión de Emergencias a las 20:28 horas, diecisiete minutos después del envío de la famosa alerta que saltó a los móviles, con el propósito de responsabilizar a otra persona de la tardanza de avisar a la ciudadanía de las fuertes lluvias.
Nunca pensé que alguien pudiera superar a Isabel Díaz Ayuso en indecencia (sigue insultando a las familias de los 7.291 mayores abandonados en las residencias en los primeros momentos de la COVID-19 con expresiones soeces del tipo «siempre con las mismas mierdas»), pero «el después» de Mazón está siendo tan vomitivo que no me explico que el PP no le haya exigido que se vuelva a su casa de Alicante/Alacant (creo que tiene mayor coste político mantener a esta persona que reconocer el desastre de gestión que realizó desde el minuto cero en adelante, aunque ello se lleve por delante la estrategia de culpar de todo al gobierno de Pedro Sánchez).
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