
La semana pasada me entrevistaron en La Sexta para un reportaje sobre alcoholismo a raíz del testimonio de Eduard Fernández en el programa de Jordi Évole en el que el actor habló sobre sus adicciones. Me llamó la atención el contraste entre las confesiones a cara descubierta de Fernández y las de alcohólicos desconocidos en el reportaje que se mostraban a oscuras y sin dar la cara como si fueran pentiti de la mafia en algún programa de protección de testigos. Nos hemos acostumbrado a esto de ver entre sombras y escuchar con distorsión las voces de alcohólicos rehabilitados. En el reportaje de La Sexta, el único no famoso alcohólico que dio la cara fui yo.
La decisión de no dar la cara es legítima. No se puede exigir ni pedir a nadie que haga otra cosa en un tema tan delicado. Lo que deberíamos preguntarnos son las razones que conducen a ese deseo de permanecer entre las sombras. Hace un par de días, Oihan Iturbide, editor de Yonki Books, la editorial que publicó mi libro Vinagre, publicó un vídeo en Instagram señalando esta peculiaridad de los testimonios de adictos. En él señala correctamente las diferencias y arroja algo de luz sobre el asunto: si eres famoso y te va bien en la vida, como Eduard Fernández, puedes dar la cara, pero para los alcohólicos de a pie, el estigma y el miedo impiden que se salga del anonimato y no es para menos. Aunque se bebe más entre gentes de clase alta, lo cierto es que en las clases bajas hay más posibilidades de caer en la adicción. Un adicto de clase trabajadora tiene, también, menos posibilidades disponibles para salir del pozo donde está metido y es posible que lo termine perdiendo absolutamente todo. Un adicto pobre no puede aparcar su vida para desintoxicarse, nadie le va a dar la baja para recuperarse de algo así. Después, cuando la tormenta amaina, hay que cargar con un estigma que a veces pesa varias toneladas. Para miles de personas, someterse a una desintoxicación equivale a la ruina y dar la cara implicaría complicaciones a una situación de por sí muy complicada. Es algo que intenté transmitir en mi libro, esa diferencia de clases que también existe en la adicción. No solo las personas como yo tenemos más posibilidades de caer en ella, es que también tenemos menos posibilidades de salir, y eso es innegable. Los testimonios de famosos están muy bien, pueden servir de ayuda para visibilizar un problema, pero también, me temo, contribuyen a ofrecer una imagen distorsionada del alcoholismo. Siempre digo, y así lo dejé por escrito, que la mayoría de alcohólicos no tenemos un lugar mejor al que volver cuando dejamos la bebida. Es más, puede que ya no tengamos ninguno y que el que teníamos esté completamente destruido. Así, no es difícil entender esos testimonios en la sombra. No se le puede pedir a un alcohólico que salga del anonimato con este panorama, es una decisión personal que a mí, que decidí dar la cara, me resultó bastante complicado tomar y que todavía hoy logra que se produzcan reacciones en redes sociales ante cualquier comentario utilizando mi propia confesión contra mí, aunque el comentario no tenga nada que ver con el alcohol. «Sucio borracho que huele a pis» es solo uno de los halagos que he recibido alguna vez cuando alguien no está de acuerdo con algo que he dicho. Nadie llamaría eso a Eduard Fernández. Un adicto famoso y con dinero que ha dejado de consumir es un ejemplo. Un adicto pobre es alguien en quien desconfiar, alguien que tiene un monstruo dentro que podría volver a salir en cualquier momento.
Hace falta mucho trabajo de concienciación y hace falta más conocimiento para eliminar esta barrera de clase. Hace falta normalizar que cualquiera pueda dar su testimonio sin que parezca que vive entre las sombras, hace falta menos tenebrosidad y sobre todo hace falta más dinero para que los adictos no tengan que verse completamente fuera de la sociedad y la economía por padecer una enfermedad. Nadie desea que alguien que se rompe las piernas en un accidente sea estigmatizado para siempre y su recuperación se convierta en un futuro estigma. Con el alcohol y otras drogas no debería ser diferente. La recuperación de un alcohólico debería ser un motivo para celebrar la vida, no para hundirla. En el fondo, la sociedad sigue viendo el alcoholismo como una enfermedad moral. No es muy distinto de cuando los economistas le dicen a la gente pobre que su pobreza se debe a su propia voluntad y escaso esfuerzo. Yo decidí dar la cara y hasta escribir un libro porque soy un inconsciente, pero sé que soy el único escritor de clase baja que lo ha hecho, lo que ya es de por sí muy extraño. Lo de que un escritor de clase baja publique algo en España, digo. Baja de verdad, eh. Se es o no se es.
Hacen falta más dinero y menos prejuicios. Recuerden que en realidad cualquier bebedor puede convertirse en un alcohólico y que esa frontera se atraviesa sin apenas darse cuenta, pero recuerden también que todo, absolutamente todo, es más difícil y mucho peor para personas de clase obrera. Un alcohólico de clase trabajadora necesita apoyo y es la ausencia de él lo que le empuja a esconderse. No es una decisión libre. Eso es para ricos.
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