
Un momento antes de retomar el borrador de este artículo para acabar de escribirlo, me encontré con este meme en Instagram. Un redneck de mediana edad, copa en mano, está sentado en el porche de su casa de madera, con un amigo que asiente a sus lamentos: «Mientras crecíamos teníamos a Bob Hope, a Steve Jobs y a Johnny Cash. Y ahora… Ahora no tenemos cash (dinero), ni jobs (trabajo), ni hope (esperanza). Solo espero que no le pase nada a Kevin Bacon».
Un meme que sirve para ilustrar el hecho de que pensamos también con el estómago y otras vísceras, como lugares en los que se manifiestan las emociones. La inextricable relación entre razón y emoción que determina nuestra conducta. También la conducta política, para la que sobreestimamos el uso de la razón hasta el punto de no entender por qué hay gente de grupos vulnerables y discriminados que vota a opciones políticas que los desprecian y discriminan.
El asco y el miedo, junto a la alegría, la tristeza, la ira y la sorpresa, son las seis emociones primarias. Un conjunto de respuestas instintivas ante situaciones reales que percibimos e interpretamos como relevantes, es decir, que pueden afectarnos de alguna manera, ya sea positiva o negativa. Reacciones psicofisiológicas instantáneas que involucran a prácticamente todos los sistemas orgánicos (nervioso, cardiovascular, endocrino, muscular, etc.) para ofrecer el mejor afrontamiento disponible ante una situación determinada. Pudiendo clasificar dicho afrontamiento en aproximación (interacciones personales, ayuda, etc.) o evitación (rechazo, huida, lucha, etc.) como resultado de la interpretación de la situación y de las sensaciones fisiológicas subsiguientes.
De las emociones primarias y su combinación se derivan las emociones secundarias, que a diferencia de las primarias no requieren una situación real en el mundo físico, sino que surgen a partir de representaciones simbólicas como pensamientos, recuerdos, expectativas o ficciones. Como ejemplos de secundarias citaré la ansiedad, derivada del miedo; la repugnancia, del asco; la incertidumbre, de la sorpresa; la felicidad, de la alegría; la desesperanza, de la tristeza y la hostilidad, de la ira. Son emociones que surgen de la experiencia y del aprendizaje. Las experiencias traumáticas pueden generar ansiedad a partir de su recuerdo; y las expectativas de reencontrarnos con alguien muy querido, felicidad. Sirven, pues, para anticipar y prepararnos para acontecimientos relevantes. Y forman parte sustantiva en la toma de decisiones.
En conjunto, se trata de un mecanismo de supervivencia eficiente, pero no exento de riesgos. Nos mantiene en un «margen de seguridad» corporal llamado «homeostasis», alejándonos de situaciones potencialmente peligrosas y aproximándonos a situaciones potencialmente adaptativas, es decir, buenas para la supervivencia de la especie. Y «alostasis» es el proceso de equilibrio dinámico que prepara al organismo para demandas que se prevén que saquen al organismo del «margen de seguridad».
Las emociones secundarias, al configurarse a partir del aprendizaje, pueden manipularse. Si en una comida grupal ves que un alimento provoca arcadas, un gesto de asco, en todos los comensales que te anteceden, puede que cuando te vayan a servir lo rechaces sin probarlo, por miedo a que te siente mal. Y, probablemente, no lo pidas en un restaurante. Es un ejemplo bastante simplificado que nos ayuda a entender el proceso; y en particular, el de la asociación de las emociones derivadas del asco y el miedo.
Un ejemplo de estrategia de política visceral consiste en reproducir hasta la náusea un discurso tóxico a base de prejuicios y mentiras. Por ejemplo: los inmigrantes son delincuentes, violadores, nos roban nuestros trabajos y se comen a nuestras mascotas. Generar un miedo infundado hacia determinados colectivos convirtiéndolos en una amenaza a nuestro bienestar genera respuestas emocionales que condicionan nuestra conducta. Dependiendo de otras variables, como otros aprendizajes, los estilos cognitivos (egoísmo / cooperación) y las condiciones de vida del receptor de esos mensajes, la respuesta puede ser de ansiedad, repugnancia y/o hostilidad hacia dichos colectivos, o hacia el discurso discriminatorio.
De una de las condiciones de vida escribí en el anterior capítulo de esta serie: el desarrollo cognitivo resultante de estilos de crianza con carencias afectivas y materiales. Otra condición determinante es la incertidumbre. Cuando «crisis» es un estado recurrente en el siglo XXI y se amenaza la estabilidad económica de la mayoría, cuando se multiplican las dificultades para mantener la salud —el bienestar físico, psicológico y social— o conseguir una vivienda, el estrés ejerce una presión constante que aleja a nuestro organismo del «margen de seguridad» homeostático. Cuando la carga alostática, es decir, el esfuerzo del organismo para volver a la homeostasis, es muy grande, se puede llegar al agotamiento y a una desregulación emocional que dificulta el proceso de dar significado al malestar emocional, haciéndonos permeables a los significados externos. Por ejemplo, a los discursos tóxicos que atribuyen la causa del malestar a determinados colectivos. Porque es mucho más rápido y energéticamente menos costoso que informarse adecuadamente y discriminar los prejuicios y las noticias falsas de la realidad.
Mi colega, el psicólogo Manos Tsakiris, profesor en la Universidad de Londres y Director del Centro Interdisciplinario para la Política de los Sentimientos, está desarrollando un trabajo asombroso sobre la «política visceral»: «Nuestros estados corporales y la forma en que los regulamos explican en gran medida por qué las estructuras políticas y sociales son como son. La idea hobbesiana de que el gobierno [el contrato social] existe para mantener a los ciudadanos a salvo de sus peores impulsos, puede entenderse como la forma de evitar las formas más extremas en que los humanos expresan sus emociones. […] Una visión política del siglo XX consistió en intentar crear las condiciones en las que los cuerpos y las mentes de las personas pudieran permanecer dentro del “margen de seguridad”. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos hasta el Estado del Bienestar y el sistema judicial, las instituciones y normas regulan socialmente el comportamiento humano».
Estos elementos tan «woke» que configuran el contrato social, junto con los servicios públicos, están gravemente amenazados por quienes, incluso arrogándose, cínicamente, la representación política de los valores cristianos, reniegan de los DDHH y del Estado de Bienestar, ponen al sistema judicial al servicio de sus intereses, promueven la desconfianza en las instituciones, violan las normas y desmantelan los servicios públicos. Las promesas de orden y seguridad de quienes quieren quemar el contrato social son alostáticamente más atractivas, para conseguir cierto alivio en un mundo desordenado e inseguro, que indagar acerca de qué intereses espurios están contribuyendo a este caos. Estos bomberos-pirómanos que hacen arder de odio a sus países, como medio para satisfacer sus delirios autoritarios, se llaman a sí mismos patriotas. ¡Gensanta!, que diría Forges.
(Continuará)
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