El creativo, de verdad y no de mentira

OPINIÓN

Benetton

02 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El trece de enero de este mismo año, a las 3,30 horas de la madrugada, en el Hospital de la ciudad costera de Cecina, provincia de Livorno, región de la italiana Toscana, murió el milanés Oliviero Toscani, a consecuencia de una septicemia provocada por la enfermedad llamada amiloidosis por acumulación, en el músculo cardíaco, de una mortal proteína. Hace meses dijo que en un año perdió cuarenta kilos y que, con esa enfermedad, no deseaba ya vivir. 

Quizá bastantes lectores y lectoras no sepan quién fue Oliviero Toscani; tal vez unos piensen que fue un músico, confundiéndole con Toscanini, director de orquesta; tal vez otros crean que, como tantos italianos, fue un pizzero, hacedor de pizzas, de moda y tan de la élite, como son y están, ahora, los cocineros españoles, expertos en lo que se llama «las relaciones públicas».

No es raro que no se conozca ni a Oliverio ni a su trayectoria, pues lo más raro y llamativo, en la actual sociedad, no es la ignorancia, sino la sabiduría, que es escasa. El filósofo italiano Norberto Bobbio, gran visionario, a sus noventa años, el 9 de enero de 2000 (El País, página 32), al también filósofo y profesor Otto Kallscheuer, dijo una cosa, hoy (30 de enero de 2025, día de escritura) muy actual: «Dentro de nuestras sociedades, asistimos a un aumento insospechado de la violencia». Y también hizo un lamento de viejo: «Cada vez sabemos menos». 

Otro italiano Carlo M. Cipolla, experto en estupideces, advirtió que es inevitable subestimar el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo, estando recomendado no llevar la contraria ni contestar (a las estupideces).  

Y sabido es que los italianos son muy activos, como Bobbio y Cipolla hasta en la Tercera Edad, siendo prueba de ello, que, a los 84 años, el periodista Indro Montaneli fundó un nuevo periódico, Il Giornale, aún muy leído hoy (Montanelli murió a los 92 años en 2001). Marcello Veneziani, historiador y filósofo, de Montanelli, director que fue de Il Giornale, y de Scalfari, que fue director de La Repubblica, acaba de publicar un libro en el que escribe: «Ambos fueron fascistas con el fascismo imperante, fueron monárquicos, votando la monarquía, fueron laicos y no creyentes, salvo cambio de opinión post mortem».   

Y aclaro que una cosa es la ciudad italiana de Cecina, y otra muy diferente que León, ciudad española, sea la ciudad de la cecina, elaborada a base de carne de vacuno. Sin duda que la dualidad, Cecina, ciudad italiana, y cecina, plato sabroso de León, capital y provincia de España (España), haría carcajear al gran fotógrafo que fue Toscani, y tan creativo que hizo más rico al ya rico milanés, Luciano Benetton.

Todo empezó en los años setenta y ochenta del «novecientos», según contó el mismo Luciano. Autor Toscani de imágenes y fotografías impactantes, dentro de las campañas publicitarias del negocio textil de Benetton, siempre provocadoras, pudiéndose leerse en los anuncios: «United Colors of Benetton». Las imágenes-fotografías eran fuertes, imprevisibles y escandalosas. 

Iñigo Domínguez, corresponsal en Roma de El País, escribió: «Ya creó escándalo en 1971 y empezó a forjar la marca de la casa (Benetton) con el anuncio de los 'vaqueros Jesús' (jeans Jesus), que fue la foto de un trasero femenino con el lema: 'Quien me ama, que me siga' (Chi mi ama mi segua)». 

Y Aldo Grasso, en Il Corriere della Sera del 14 de enero, de este mismo año, señaló que el 17 de mayo de 1973, l´Osservatore Romano juzgó toda la campaña publicitaria de Benetton de blasfemia y a sus ideólogos los llamó blasfemos. Pasolini, poeta y del cinematógrafo, defendió la publicidad «blasfema» de Toscani, y por eso mismo, por ser blasfema, no importándole que el padrone de Benetton, Luciano, fuese un burgués, un capitalista y un odiado promotor de la sociedad de consumo.  

Como es sabido, Pier Paolo Pasolini fue asesinado en Ostia ¡Dios me perdone! en una madrugada de 1975. ¿Cómo es posible que se asesinara a un poeta? -preguntaron otros poetas. Los que casi todo lo saben, no poetas, aseguran que en Italia hay más casos de asesinatos de poetas, acaso cometidos «sabe Dios por quién», por la CIA, la Mafia o los políticos que gobernaron Italia desde el fin de la II Guerra Mundial hasta el otro asesinato, el de Aldo Moro. 

Fotos-escándalo de Toscani, que hicieron historia fueron la de una mujer anoréxica o el beso entre un clérigo y una monja (hubiese sido mucho peor que el clérigo en vez de sombrero negro hubiese portado una mitra de colores). Más reciente, en 2001, en la campaña publicitaria para el consorcio Collio bianco del Friuli Venezia Giulia, hay una foto de una señora, de piel negra, que porta en mano una copa de vino blanco, que sonríe al decir: «El único blanco que amo». 

Con ocasión de la muerte del creativo fotógrafo, Benetton añadió: «A mi amigo, jamás dije no. Ahora, ya sin él, no me divertiré tanto». Preguntado Benetton si Toscani había revolucionado el mundo de la comunicación, respondió: «Él era el creativo y yo representaba l´azienda que trataba de obtener buenos resultados, invirtiendo bien en situaciones no fáciles. Las campañas publicitarias de Oliverio eran inolvidables».  

Toscani fue un creativo, lo que suena a nueva profesión, muy de ahora, tan novedosa como los y las del estilismo, mucho más difícil de saber en qué consiste eso del estilo, muy variado, pues las que cortan las uñas, tanto las zafias uñas de los pies como las más finas de las manos, también se consideran estilistas.

Un diccionario de uso del español define al creativo como aquél que es capaz de crear. Y del arte de crear pueden salir sujetos, tal como hijos, lo cual no parece difícil de generación, pues abundan, u objetos, los del llamado Arte mayor, tal como una pintura, un edificio de los de antes o una escultura; también los llamados del Arte menor o «cosinas». Algunos se empeñan en mezclar los sujetos con los objetos artísticos, siendo el caso de los que pretenden hacer de su vida o la de sus hijos una auténtica obra de arte. 

Eso último es arriesgado por ser pretensión de locos, habiendo sido antes deseo de aristócratas, de lores británicos, extravagantes, como Lord Byron y Lord Actum (Harold). Ahora parece deseo de damas y caballeros de la middel class, aunque eso sí, con mucha afición al Tenis y al Golf, bebiendo «caldos», así llamado el «vinazo» en selectos recintos. El peligro está en que, para conseguir la excelencia de los sujetos, se empieza haciendo lo elegante como cisnes y se termina haciendo el ganso. 

En el libro del que escribí la semana pasada, titulado Por amor al arte, escrito por el hijo adoptivo de Pompìdou y esposa Claude, después de indicar el autor la pasión de la pareja presidencial por el gusto de la creación, hay un capítulo, el 6º, dedicado a la moda, que llama «arte creativo», muy relacionado con la llamada elegancia exterior, que Claude considera ser un reflejo del espíritu personal: «una señal de atención hacia los demás, no debiendo -añade- confundir el lujo con la elegancia que es un estado de espíritu». 

Confieso que lo del Arte mayor me empieza a cansar y lo del Arte menor me divierte más. Me cansan ya los museos de las llamadas Bellas Artes, padeciendo el síndrome, no de Stendhal sino de Valery: «Dentro de un museo, uno recuerda el buen tiempo que hace fuera». Y «Donde más aprendo de arte -dijo Ángel González, historiador del arte- es en el campo viendo los árboles, el mar, los pájaros volando. Un constante y sabroso contacto con la luz, con el agua». 

 Disfruto ahora de otras obras de Art, del llamado Arte menor o de «cosinas». De la moda, del ver y no tocar personas vestidas por costureros y costureras, modistas y modistos de postín, con centímetros amarillos colgando, dedales y también imperdibles o alfileres entre labios, como Karl Lagerfeld o Yves Saint Laurent.

Disfruto al oler un perfume creativo de Coco Chanel, que conoció a todo quisque, incluidos Picasso y Proust. Llevar un perfume barato es mucho peor que nada; es terrible oler a nada, el ser y estar inodoro. Sin perfume caro (¿por qué todo lo artístico ha de ser caro?) no hay manera de apasionarse en un patio de butacas contemplando la ópera más apasionante, ni en el Teatro Campoamor ni en La Scala.  

Disfruto al ver iluminada una pared por los apliques de Murano, y leer gracias a lámparas que no cuelgan de los techos, con lágrimas o sin lágrimas. Lo de iluminar los techos puede ser un derroche, pues, con preferencia, hay que iluminar lo de abajo y no lo de arriba. Y lámparas de cristal de Murano que, por su retorcimiento, gracias a los hornos y soplidos en el Murano veneciano, son de una sensualidad luminosa semejante a la que proporcionan los cuerpos de las esculturas griegas al contemplarlos; ese retorcimiento, en caso de que se funda una bombilla, plantea muchos problemas de suministro, pues no hay bombillas así, ni en la mejor ferretería. 

Disfruto al tocar un mueble-consola, con o sin cajones, de maderas nobles, que acaricien las manos en cualquier momento, incluso al quitar el polvo con bayeta amarilla, de las de fregar. Una consola, hecha por un artesano ebanista, que tenga la altura suficiente para la inevitable consolación, que exige comodidad, mucha comodidad, pues no hay consuelo, es imposible, con malas posturas. 

Y qué decir del tomar sopa de fideos en una sopera de loza estampada de la fábrica que fue de Loza «La Asturiana», de Gijón, con fantástica decoración. Cuando en la Exposición ya famosa en el mundo entero, llamada Orto y Ocaso, de marzo a septiembre del año pasado, se pudo contemplar la sopera, hito importante en el «salto a la fama» del arte local. Me consta que exquisitos empezaron a negar tomar sopa desde las groseras tarteras azules de ferreterías. 

Podía seguir con exquisiteces y bellezas de Arte menor, pero aquí debo parar, no sea que algún lector se fatigue; entre en palpitaciones y asma, siéndole preciso instalar aparatos de trauma y por causa del trauma. Es triste concluir con una convicción: Las «cosinas» de arte menor parecen gusto de gilipollas, lo que es importante. 

Dicen los que conocieron a Oliviero Toscani que reírse era su manera de afrontar el peligro, la emoción y el estupor. Hizo obras de arte con la máquina de fotos y descubrió secretos de la psicología: de encontrar el éxito, incluso para vender, allí donde no parecía estar, pues estaba en sitio opuesto o contrario. Siempre la contrariedad.