Los poderosos y la enfermedad

Ángel Aznárez
Ángel Aznárez REDACCIÓN

OPINIÓN

A la izquierda, «Pour l'amour de l'art: Une autre histoire des Pompidou» de Alain Pompidou y César Armand.  A la derecha, «Le vieil homme et la mort» de Franz-Olivier Giesbert
A la izquierda, «Pour l'amour de l'art: Une autre histoire des Pompidou» de Alain Pompidou y César Armand.  A la derecha, «Le vieil homme et la mort» de Franz-Olivier Giesbert

26 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En el artículo del pasado 19 de enero, se anunció el tema del presente, «Los poderosos y la enfermedad», en italiano «I potenti e la malattia», teniendo en cuenta que los dos sustantivos se publicaron en el diario «Corriere della Sera», del martes, 14 de enero, a propósito de la sospechosa «pulmonía» de Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión europea. Titular de interés para esta semana, al iniciar su mandato presidencial el norteamericano «mister Donald», o el triunfador Trump.

Una semana en la que abundó en apariciones el sudafricano Elon Musk, hijo de Maye y padre de X, que dice aquél tener once hijos, sin sumar X, como otros se enorgullecen de tener una docena de huevos, aunque sin saber dónde tienen los diez restantes, quitados los dos de abajo tan manifiestos e instrumentales. ¡Resistir al «tecno-imperialismo»! -se proclama en Europa, Vaticano incluido hoy mismo.

Las apariciones de Musk fueron aparatosas y aspaventosas, como una gigante mariposa desquiciada, sin ton ni son, gesticulando a lo loco, y hasta enseñando el horroroso ombligo, como si padeciese de «manía», de maníaco-depresivo, siendo de esperar la fase siguiente, la depresiva, que puede ser terrible, vista la terrible fase de «manía». Hay quien opina que, para llegar a ser lo que es, el hombre más rico del mundo, no es posible ser maníaco. Debería recordarse a Musk que gestos de maníaco o/y saludos a lo nazi, han de evitarse sobre todo no siendo lo uno ni lo otro.

Todo es discutible. Los escépticos, para llegar a ser la persona más rica del mundo, consideran que todos los vicios, incluso los más depravados, se han de reunir o juntar; también señalan los escépticos que los vicios son necesario para ser un simple «ricacho» o «ricachón». Y la admiración, tan unida a la plutocracia o los dineros, se produce tanto ante la locura como ante la mala salud mental en general. Claro que la adicción al escepticismo, como alguien importante escribió, es peligrosa, pues hasta los jóvenes envejecen antes de tiempo.

No sólo de Ursula, Donald y Elon se escribió en la prensa italiana; también «Il Corriere della Sera» dio cuenta de «L´ámore tra il párroco e una mamma di Ischia». Al párroco, además de vicepresidente de la Caritas local, se le consideró un «sfasciafamiglie», que no significa ser un fascista familiar, sino un rompedor de familias. Y «monsignor» Villano, que así se apellida el obispo de la Iglesia particular o diócesis, tranquilizó a su grey al decir del clérigo, después de pedir respeto para él: É un uomo. Con lo cual, quiso decir que la cosa hubiese podido ser peor, mucho peor.

Los dos sustantivos, los poderosos y la enfermedad, plantean problemas léxicos y de significados. Primero: ¿En qué consiste lo de ser poderosos? Unos dicen que poderosos son los de mucha pasta, los llamados «hombres de negocios», a los que tanto detestaba Carlos Marx, por dedicarse a lo tan vulgar de fabricar, vender y comprar lo que sea, tanto lo material como lo intangible (las llamadas voluntades). Otros aseguran que poderosos, en verdad, son los políticos y dedicados a la política, que, como la Armengol, aprueban las leyes, mallorquina, como la que está en Oviedo, enfrente de la Bombonería Peñalva; y tan parecidos unos y otros, que no es casualidad sino causalidad que los «hombres de negocios», como «mister» Donald, se dediquen también a la política o que la política acabe siendo el destino último de los «hombres de negocios».

¿Qué son González, Aznar o Pedro Sánchez, políticos o «hombres de negocios»? He ahí la cuestión. Además, es sabido que las grandes fortunas se hacen a base de corrupciones y cohechos, en concursos o concesiones del Estado, y para eso lo mejor es ser político y estar muy cerca del concedente, o sea, del Estado, también llamado «establo». Y que poderosos también pueden serlo por potencia de sus mentes, los del «mundo de la cultura», es decir, los intelectuales con sus ocurrencias, nadie lo cree ya, aunque los intelectuales o aficionados publiquen libros que nadie lee, encontrándolos, a los pocos meses, en el Rastro, casi gratis.

Dos prestigiosos autores fallecidos, el granadino Francisco Ayala y el germánico Hans Magnus Enzensberger me vienen al recuerdo. En el año 1991, en junio, Francisco Ayala escribió en el diario «El País» lo que llamó «El eros político», siendo lo erótico esencial a todo poder, y al político por supuesto, con la vinculación al Tanatos o muerte, según el vienés Freud. Y es que la erótica del poder, como cualquier fascinación erótica, es una trampa para la reproducción o un espejismo mortal, pues el fracaso es el fin de todo político, incluso de los locales y regionales tan disminuidos, aunque muy gordos algunos.

Al año siguiente, y en el mismo diario, en noviembre de 1992, Enzensberger escribió «Compasión con los políticos», empezando así: «Quizá haya llegado la hora de decir definitivamente adiós a la costumbre de denostar a los políticos», lo cual debió ser dicho en una mañana de alucinaciones. Mas adelante, el alemán dedicaría a los políticos las siguientes lindezas y/o atribuciones:

«Prevalencia de la medianía, incapacidad de juicio, pensar a corto plazo, ignorancia de concepción, aferramiento al poder, avidez, mentalidad de autoabastecimiento, corrupción y arrogancia». Después de señalar que tener que hacer publicidad constante del propio yo es quizá el trago más despiadado al que se puede someter a una persona, concluyó en referencia a los políticos con la dureza, genuinamente germánica:

«Como todos los grupos marginales, como los alcohólicos, los jugadores, los «skinheads», también ellos merecen esa compasión analítica que es necesaria para comprender la miseria». Esto, Barbón, el de la dieta «del ascensor», así llamada por el continuo movimiento de peso, del sube y baja, ya lo sabe, pues es natural de Laviana. Y al asturiano que no sevillano, también Queipo, se lo susurrarán.

El otro sustantivo, la enfermedad, también plantea problemas, pues se divide en físicas y mentales; o sea, políticos que gobiernan, a veces y coetáneamente, con enfermedades muy dolorosas o desde la perturbación mental, con el juicio, en ambos casos perturbado y así perturbadas las decisiones fundamentales, trastornadas la intuición y la consciencia. Blas Lara, especialista, ya en 1989, desde Lausanne, advirtió: «Los cerebros de los dirigentes políticos y económicos que nos gobiernan son unos instrumentos biológicos de decisión, claramente insuficientes para las tareas de la decisión social, de una complejidad alucinante y siempre en crecimiento».

En la semana de la toma de posesión presidencial de «Mister Donald», es de interés tratar de los padecimientos mentales de los políticos, de sus complejos, angustias y fobias, olvidado el libro viejo de Vallejo-Nájera «Locos egregios». Los trastornos físicos y psíquicos de los «hombres de negocios» no tienen el dramatismo de los políticos. Y los trastornos de los poderosos del «mundo de la cultura», nada de nada, insignificantes.

En el artículo anterior (10 de enero de este año) me referí al artículo de Paolo Valentino («Corriere della Sera», de 14 de enero 2025) que, referido a la enfermedad de Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, analiza cómo Kennedy, Brejnev y otros políticos gobernaron sus países y tomaron decisiones en momentos «duros», de mucho sufrimiento por sus padecimientos. Eso, que es una cuestión clave de la Ciencia Política en Europa y América, ya tuve ocasión de meditarlo y escribirlo, teniendo en cuenta las muertes paulatinas, por mortales enfermedades, de dos presidentes de la Vª República francesa: Pompidou y Mitterrand.

Uno, Pompidou, consumido en vida por la llamada Waldenström, una macroglobulinemia, y otro Mitterrand, consumido en vida por un cáncer de próstata. Ambas enfermedades muy dolorosas y físicas, una de mucho engorde por cortisonas, y otra de mucha flaqueza por el apetito desmesurado de células locas en metástasis por doquier.

A.- Consideraciones generales:

El Poder se lleva mal con la enfermedad. Es mucho más de gimnasio y bicicleta que de hospitales; más de salud «como de toro», de musculatura y no enclenques o raquíticos. Y es puñetero deber aparcar el poder, con su erótica, con lo que costó conquistarlo. Imaginar muerto al poderoso es abrir guerras de eso tan terrible que es la sucesión «mortis-causa». Los poderosos de verdad, jefes de Estado o de Gobierno, ante las enfermedades siempre hacen lo mismo: por ser un tema tabú o de la «omertá» se piensa que los ciudadanos son idiotas; la enfermedad es declarada secreto de Estado; todo lo relacionado con la salud del jerarca es mentira oficial, incluidos los partes médicos; se ordena a los directores de los medios a que nada publiquen de la enfermedad presidencial. Y así, hasta el día en que se hace público el escueto «parte de la muerte».

Y es que las enfermedades no distinguen entre cuerpos de poderosos y no poderosos. A ellas el Poder nada interesa. Claro que las enfermedades mentales de los poderosos, aquí también los «hombres de negocios», es otra cuestión, pues patologías mentales, como creer en la inmortalidad o considerarse seres excepcionales, casi como dioses, forma parte de la llamada normalidad u oficio.

B.- Georges Pompidou:

Fue Presidente de la República francesa, desde junio de 1969 hasta el 2 de abril de 1974 que falleció, quedándole unos años para terminar el «septenato». Estudió en la prestigiosa Escuela Normal Superior, siendo profesor agregado en Letras Clásicas, y habiendo publicado una antología de la poesía francesa antes de ser banquero. De su enfermedad, jamás reconocida, se empezó a saber a finales de 1972, aumentando progresivamente su cuerpo y rostro por efecto del exceso de medicación a base de cortisona. Balladur, entonces secretario general del Palacio del Elíseo, recogió la siguiente declaración del Presidente el 4 de marzo de 1974: «Cuando sufro por causa de los dolores, no puedo pensar en otra cosa».

De los varios libros escritos sobre George Pompidou, me interesó el más reciente (2017), escrito por su hijo adoptivo, Alain Pompidou. Es interesante que ese libro, escrito por un médico, el hijo, sea sobre Arte, que es Creación, luego es Vida. De ese libro, recojo juna frase, entre muchas, de lo que Pompìdou afirmó, según su hijo Alain: «La elegancia exterior me parece un reflejo del espíritu, una señal o marca de atención hacia los otros, una manera de presentarse bajo su mejor día. No hay que confundir el lujo con la elegancia que es un estado de espíritu».

Y en el epílogo, en la página 195, se escribe: «La abstracción parte a descubrir el inconsciente. Permite separarse de lo que se creía conocer para explorar nuevos espacios».

C.- François Mitterrand:

Según testimonios su enfermedad, cáncer de próstata, se conoció, ya con metástasis en noviembre de 1981, al poco de iniciar su prime mandato de siete años como Presidente de la República. Terminaría su segundo mandato de siete años en mayo de 1995, muriendo en enero de 1996. Razón tuvo Mitterrand en calificar el combate contra la enfermedad de «honorable», por duración de 15 años desde 1981. Y calificando el progreso de su enfermedad, especialmente a partir de 1992, de «martirio», causando estremecimiento su deterioro físico visto con ocasión de la entrevista televisada con el periodista Jean-Pierre Elkabbach, casi al final de su segundo mandato.

De los muchos libros escritos, después de la muerte de Mitterrand, me interesó el del confidente y amigo Franz-Olivier Giesbert, periodista excepcional y hoy, acaso muy «derechizado», asiduo contertulio en los debates de la cadena francesa de Televisión BFMTV. El libro, editado por Gallimard, en 1996, titulado «El vejo hombre y la muerte», contiene las siguientes frases de Mitterrand:

--«La política, según Arístides Briand, consiste en decir cosas a las gentes». (pág. 49)

--«La política no es ni una lógica ni una moral, sino una dinámica, generalmente irracional».

--«Todo poder reposa en el miedo».

--Hizo suya la frase de André Frossard: «El interés de ser de izquierdas, es que se puede gobernar tranquilamente a la derecha».

--«No es de morir mi gran preocupación. Es de no vivir ya».

--«¡Qué pena, tener metástasis por todas partes!».

--«Lo más terrible que tiene el cáncer, es que se termina hasta perdiendo el gusto a la vida. De vez en cuando lo vuelvo a encontrar. Eso me hace feliz y me digo inmediatamente: ¡Qué suerte la de vivir, de vivir una jornada tan magnífica!». (pág. 133)

Y el periodista Giesbert, escribe:

--«El Presidente se deja caer en su silla, como hundiéndose. Es su manera de recular ante el dolor». (pág. 88)

--«De repente, el Presidente se levantaba con una mueca de sufrimiento en su rostro y decía: No puedo más».