Elon Musk siempre me pareció un memo. El día que lanzó un coche al espacio, probablemente la aventura espacial más estúpida de la historia de la humanidad, miles de personas babearon en la que hoy es su red social como si aquello no fuera otra cosa que el sacarse las partes encima de la mesa después de comer de un señor blanco heterosexual divorciado podrido de complejos inconfesables. Un niño caprichoso con canas donde nunca le da el sol, un ególatra que necesita que la gente le mire y le admire aunque el único mérito que tiene es el del dinero, un dinero que no tendría si su padre no fuera un turbio explotador blanco sudafricano podrido de millones. Algunos ya señalamos que era un señor de ultraderecha admirador, como todos estos memos tecnológicos, de la psicópata delirante y supuesta filósofa Ayn Rand.
Dar el paso desde Ayn Rand hasta Adolf Hitler es sencillo porque las ideologías de ambos tienen muchos puntos en común. Esto no es una exageración mía, es un hecho. Un sinsorgo como Musk probablemente dio ese paso hace mucho tiempo, para eso es blanco y sudafricano, pero el decoro y las posibilidades de ligar probablemente le obligaron a taparse un poco, allá en su juventud, cuando en lugar de pelo tenía una pelusilla que anunciaba una incipiente calvicie un poco más allá de la frente, ese look tan frecuente en la viejoven nueva ultraderecha que convierte a los hombres en chupachups sin envoltorio que acaban de aparecer debajo de un sofá. Mientras miles alucinaban con aquello del coche espacial, unos pocos miramos con escepticismo la superficialidad infantil de este suceso siendo conscientes de que Musk era un hombre de personalidad más bien oscura y casi con total seguridad un ultraderechista. El tiempo no es que nos terminara dando la razón, es que nos ha superado con creces.
Musk es un fascista. Esto es evidente porque forma parte de un gobierno fascista que ha iniciado una persecución de migrantes que incluye redadas en iglesias y escuelas. Por si quedaba alguna duda, antes de las redadas, durante la orgía jingoísta de cobardes tecnológicos que fue la investidura de Donald Trump, Musk nos obsequió con dos saludos fascistas. Levantó el brazo dos veces con su habitual anquilosis en lo que inequívocamente es lo que parece. Con esta evidencia insultante, hay quienes están haciendo equilibrios jamás vistos antes para justificar los gestos, pues hay algunos que no verían nazis ni aunque se pusieran a invadir Polonia. Esta manera de eludir la realidad es, en parte, culpable de habernos traído hasta aquí a todos, con la amenaza del fascismo sobrevolando todo occidente y la tibieza mediática y política a la hora de calificar lo que está ocurriendo como engranaje fundamental del fenómeno.
Lo que me pregunto después de lo del aquelarre fascista del otro día es si vamos a empezar a llamar a las cosas por su nombre o vamos a seguir intentando aparentar normalidad. La normalidad ha muerto, la democracia está moribunda, la derecha tradicional ya no existe y lo que se nos viene encima es terrible. El fascismo ya está aquí y nos lo han traído los oligarcas tecnológicos, a los que habrá que plantar cara prohibiendo sus redes sociales en Europa si es necesario. Pero podemos esperar a que empiecen a gasear personas, no pasa nada.
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