Hay quien se escandaliza, y no son pocos, por ver a Maduro de presidente de Venezuela pues las elecciones habidas allí no son precisamente claras. Hay quien se lamenta, que serán menos, por tener que ver al delincuente Trump al frente del país más poderoso del mundo. Es que se soporta mal ver a quienes deciden dedicarse a la política embarrados en actos poco edificantes o claramente turbios. Ni en España ni en Asturias nos podemos librar de tal epidemia. Ya hemos visto desfilar por los juzgados a demasiadas personalidades que avergüenzan a la clase política, que debería ser una noble dedicación. Ahora le toca el turno, después de demasiadas dilaciones, a Álvarez Cascos.
El que fuera todopoderoso Secretario General del PP, miembro de los gobiernos de Aznar y Presidente del Principado se ha visto obligado a hincar las posaderas ante un tribunal de Justicia por unos gastos cargados a su partido supuestamente para su beneficio. A Cascos, según sus declaraciones, le parece ridículo ser acusado por merendar con sus hijos, por asistir a la Copa Davis o por alquilar una oficina para el partido en Madrid, aunque fuese de su propiedad. A él le parece ridículo porque gentes de su nivel, de su prestigio, de su trayectoria se creen con derecho a privilegios y que nadie les puede poner objeciones por ello. Gentes así que jamás han descubierto lo que les cuesta a algunos poder tomar ocasionalmente una hamburguesa con sus hijos.
Cuando Cascos comprobó que Aznar no le ungió para ser su sucesor pretendió emular al que fuera su mentor, amigo y compañero de pesca y dominó. Pensó en su regreso a Asturias, pero no lo podía hacer de cualquier manera, tenía que ser a lo grande, por aclamación, y ocurrió que hubo quien puso objeciones a su candidatura, entre ellos Gabino de Lorenzo, un enemigo más que se sumaba en su camino que ya había iniciado Sergio Marqués. Y abandonó el partido de su vida y funda FAC rodeándose de una gran masa de gentes del PP. El éxito es rotundo, alcanzando la Presidencia del Principado. Su ilimitada ambición le lleva a convocar nuevas elecciones en busca de una mayoría aplastante, ya que no concibe que haya nadie en Asturias que no le votase. Y fracasa, y volverá a fracasar. Y brotan los enemigos.
Cualquier acusado está obligado a usar todo lo que esté a su alcance para defenderse. En tal sentido tilda a Enrique Sostres de enemigo, aunque haya sido uno de sus más fieles servidores y colaboradores hasta el punto de que se le concedió la gracia de llegar a ser diputado en las Cortes. También se puede entender que Cascos ve enemigos allá donde quiera que no sean súbditos. Y Foro era su partido, era FAC sus iniciales, pero descubrió que el partido no era de su propiedad, que no era el jardín de su casa, y los enemigos se multiplican. La doctora Moriyón, de fiel acompañante a estilete que le persigue y lleva ante los tribunales. Lo que son las cosas, de aclamado a rodeado de enemigos.
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