Ante el debate de si se debe eliminar o no el Q+ de un acrónimo serán muchas las personas que se preguntan si de verdad es tan importante pelear por una letra, la Q, y un símbolo, el +, al final de unas siglas.
Y la respuesta es sencilla. Sí, se debe pelear no porque el acrónimo sea más o menos largo, sino por lo que se encierra tras esos dos caracteres y la filosofía y estilos de vida que ambas posiciones defienden.
Para la teoría queer, a la que hace referencia el Q+, todo es opinable, todo es debatible, todo es subjetivo. Quienes la defienden afirman, sin ningún tipo de pudor, que la ciencia es solo una opinión más, dando así carta de naturaleza a cualquier posicionamiento por absurdo que resulte. Parece mentira que en un momento en el que más fácil es tener acceso al conocimiento, surjan algunas personas que tiren todo por tierra y pretendan que sus opiniones tengan más peso que los datos contrastados y contrastables.
Quienes defendemos que lo Q+ no tiene cabida no lo hacemos por ninguna de las múltiples razones que se esgrimen en nuestra contra, todas cargadas de insultos y exabruptos. Nos negamos porque sabemos que lo que se esconde es todo aquello contra lo que el movimiento feminista lleva años luchando y lo continúa haciendo a día de hoy. Porque las feministas siempre hemos tenido claro que nuestros logros son colectivos, son avances que benefician a la sociedad en su conjunto, porque la hacen más plural, más justa, más igualitaria y, sin ninguna duda, más democrática y avanzada.
Desde posiciones no solo feministas, sino también socialdemócratas, no debemos ni podemos apoyar teorías que buscan el individualismo, el yo por encima del nosotros, los deseos personales por encima de los derechos colectivos. Cuando defendimos que las mujeres debían tener la misma libertad sexual que los hombres, no nos referíamos a que fueran explotadas sexualmente. Cuando defendimos que las mujeres debían ser libres de elegir si querían o no ser madres y cuándo y con quien serlo, no estábamos defendiendo que se convirtieran en incubadoras de los hijos de otros, bebés que pasan a ser meros objetos de compraventa.
En este terreno de juego embarrado es complicado moverse, porque oponer conocimiento a sentimientos lleva a un desequilibrio absoluto, porque lo que alguien siente no es opinable. Pero tampoco es admisible que poner la razón y el conocimiento encima de la mesa solo conduzca al insulto y a un «ofendidismo» perpetuo.
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