(2ª Parte) Escribir es también dudar, pues el que escribe no sabe si lo que los demás leen es lo que ha escrito u otra cosa diferente. Por eso, escribir es también un continuo volver la vista atrás, una y otra vez, hasta el cansancio; nunca se termina. Lo de la mujer de Lot, que, por mucho mirar atrás, quedó en estatua, fue una mentira o cuento oriental, de la Biblia, como tantos otros cuentos imaginativos, antiguos o nuevos, testamentarios siempre. Lo único verdadero del embrollo de la mujer de Lot fue que el incidente ocurrió cerca tierra de los sodomitas, la de los asombros mil.
Di vueltas sobre si incluir o no, en la anterior (1ª Parte), unas frases muy duras del licenciado en ciencias psíquicas, Francisco Mora, autor de «La emoción, fuente de vida» (Alianza Editorial, segunda edición, 2023), que, a principio del libro, dice cosas serias, que no procede leerlas utilizando la ironía o la risa, que suelen ser humores queridos.
Primero, en la página 22, escribe Francisco Mora: «Y es que salvo en excepcionales circunstancias, nadie tiene, ni siquiera en los momentos que pueda pensar son de la máxima evidencia, conciencia emocional plena de que va a morir. Siempre queda un rescoldo, un último rincón, acaso inconsciente, de esperanza de vida. La vida tiene un anclaje genético tan poderoso que impide, casi siempre, abandonarla, y ese anclaje es la emoción por seguir vivo». Y resulta que hay que «romper el tiempo», ir al notario y firmar un papel para después de muerto, que es momento imaginativo de revolturas y revoltijos.
En la página siguiente, a modo de remate de faena, añade Mora: «Sólo quienes padecen una depresión endógena, esa enfermedad que aboca al ser humano al límite de su existencia, constituyen una de las pocas excepciones a esta regla de querer seguir vivo. Es esta una enfermedad que produce un apagón negro, abisal, donde la angustia es tan profunda y asfixiante que genera una huida urgente de ella. Suicidio que de modo individual sólo puede experimentar y realizar el ser humano, pues ni tan siquiera Dios, como apuntaba el filósofo escocés David Hume, tiene ese privilegio».
Y después de los dos párrafos, la cosa es tan seria que nada debo añadir para acompañar al pensamiento, inevitablemente triste, del lector o lectora. Ya indiqué que «lo que escuece, cura», por lo que no pido perdones. Pensé en el magnate norteamericano Warren Buffet, tan sin vergüenza por su inmensa fortuna, descubridora per se de trampas y artilugios sin fin, recordado en estos días de la Navidad por un diario de «las derechas», el ABC. Navidad que es fiesta engañosa, pues se dice que es de pobres, de pobres estabulados y sin techos, siendo en verdad de ricos, que comen manjares metiéndolos en la boca.
Y pensé también en el Vaticano que, por estas fiestas y ferias no deja de abrir puertas secundarias, pero eso es otro engaño, ya que las principales puertas jamás, jamás, se abrirán, ni ahora en tiempos de Francisco, ni antes, en tiempos de Benedicto o de Juan Pablo I, el del martirio y de la sonrisa de Dios, pues ni los papas saben dónde están. Acabo de ver, de un tal Edward Berger, la película «El Conclave», que, en contra de lo que se cree, «va» de monjas, con la Rosellini a la cabeza que fue bella.
Meditando sobre el magnate norteamericano, que tantas lecciones sobre herencias quiere darnos, pensé en los líos de las herencias de los norteamericanos, que, mascando chicles, pueden distribuir los bienes de una persona al fallecer, conforme a su testamento, el attestad will (mayoritario, con intervención exclusiva de testigos o de un notary public) o el holografic will. Pueden adjudicar, además, bienes por medio de vías no estrictamente sucesorias, como la constitución de fideicomisos.
Es mucho más complicado el sistema sucesorio del Código Civil español, pues a diferencia del sistema norteamericano, todo está regido por la Legítima, que sólo deja de libre disposición una pequeña parte, siguiendo las importantes y viejas leyes de Castilla, de reinas santas y de reyes impotentes. Hay que saber mucho derecho civil o nada, absolutamente nada, para prevenir los llamados efectos indeseados y todas las dispensas y/o computaciones, por culpa de una legítima tan grande y gorda.
Estaba dando vueltas a eso, a lo americano y a lo hispánico, cuando por azar o por milagro, que es la otra manera del azar, mi amigo Jesús Álvarez-Linera, de apellido evocador de excelencias jurídicas y autor del magnífico cartel de la 72 edición del «Día de América en Asturias», jueves 19 de septiembre de 2024, me propuso colaborar en el asunto de la emigración asturiana a América, que no dudé en aceptar, dado que llegaba de la SOF, institución que, por lo mucho que hizo en mi infancia ovetense, estoy permanente en deuda. Y pensé en un fenómeno jurídico muy interesante, el de las herencias de los emigrantes asturianos fallecidos en tierras de América. Hay que tener en cuenta que el anglosajón «trust» fue exportado por Norteamérica con el nombre de fideicomiso a otras tierras de América Central y del Sur.
Sin quererlo, a través de mi amigo Luis Álvarez-Linera, recordé:
1º.- Que emigrantes asturianos, especialmente los residentes en México, se acogieron a la legislación mejicana que acogía la figura norteamericana del fideicomiso, lo cual fue así desde la primera ley de allí que dató de 1924. Luego, otros legisladores iberoamericanos han regulado esa institución siguiendo el modelo mexicano (Colombia, Venezuela, Panamá). Si los emigrantes asturianos residentes en México, fueron los primeros en acogerse a los fideicomisos, acaso no bien asesorados por notarios con plaza allí. A esos emigrantes de los primeros momentos, siguieron otros, también procedentes de Asturias y de la Galicia luguesa, en otros territorios, como Venezuela y Panamá.
2º.- Que, a mediados del año 1977, siendo notario de Proaza y sustituyendo al recordado notario de Oviedo, don Pedro Caicoya Rato -siempre con camisa blanca y cuello elegante de cisne- cayó en mis manos una herencia de un emigrante asturiano, que había sido residente en México. Los problemas fueron grandes, casi colosales, teniendo en cuenta que, para el derecho español, el llamado trust o fideicomiso de allí, eran una institución desconocida aquí -escrito sea con suavidad-, o contraria al orden público español -escrito sea con más dureza- pues un fideicomiso que rebasare los límites del artículo 785 del código civil no habría de producir efectos por culpa de vinculaciones y mayorazgos antiliberales y reaccionarios. El Registró de la Propiedad de una villa litoral asturiana colocó el cinturón férreo de castidad, y todo quedó cerrado a cal y canto, y ello mucho antes de que la Dirección General de los Registros y del Notariado se pronunciara, en sentido contrario a la admisión.
3º.- Lo que tantas veces pensé: que la fiducia, que debería ser pieza esencial del Derecho de sucesiones, pues sustituye a quien ya está ausente por fallecimiento, produce alergias y escozores en el Código Civil español, por ser profundamente desconfiado. Ya parece que el artículo 837 y otros del Código Civil, van en otra dirección, la buena. Y atención que, donde hay fiducia habrá futuro. Y hay quien dice que el antiguo contrato de fianza fue cosa de cambistas o bancarios usureros.
4º.- Y puestos a recordar, recordaré algo más, a personas, siempre importantes y muy queridos. Haber trabajado en plena Transición con don Pedro Caicoya Rato, fue ocasión única para conocer eso tan fluido, acaso líquido, que es «El Oviedín del alma», que desayunó en la «Mallorquina» ovetense y que compró en Casa Veneranda. Pude conocer un «Oviedín del alma», no por autopistas, sino por tripas y sinuosos pasadizos, que esos son los testamentos, que ahora, empolvados como polvorones, están en anaqueles de Esnova. Desde el entresuelo notarial, a un lado, a la derecha, veía el jardín que fue del Palacio de doña Concha, y al otro, a la izquierda, el artístico portalón que fue del Hospicio.
Y recordaré a Luis, siempre mano derecha de don Pedro, que tan bien hacía los testamentos como sus contrarios; a Jaime que fue de hercúleos cabellos en años muy atrás, y que ya no precisaba la quina balsámica de «los Calzón»; y a Fito, siempre al fondo y detrás del cristal, siempre con gafas, que tan bien me explicó los intríngulis de lo procomún; y si el arte está en la mirada, como alguien dijo, Fito fue siempre un gran artista. Y Victoria, la de los números, siempre única y solitaria, como deben ser las de los números, siempre secretas.
La pena de lo del General Yagüe era que estaba muy distante del Bar Azpizu, en la calle Jesús, pues resultaba dificultoso en frías mañana desplazarse hasta allí a tomar el sabroso caldo. Una calle Jesús, que para mí fue siempre la calle de la Compañía en Oviedo, no en Salamanca, pues la fachada lateral es hoy de la Iglesia San Isidoro, antes la de la Compañía, en la que me bautizaron. La calle Jesús de Oviedo, como la de la Compañía en Salamanca, siempre fueron fresqueras.
II.- Leer eñ Testamento a los afectados estando vivo el testador:
Después de tantas idas y venidas, vueltas y revueltas, ya estamos donde quedamos en la primera parte, siguiendo los consejos de Buffet para lo de las «herencias eficaces», y eficacia muy relativa, siendo la cultura americana y la española tan diferentes en eso que es la muerte de una persona. En España, las últimas voluntades son personalísimas y secretas, como ciertos números; no hay manera de conocerlas en vida del testador y a su muerte, comienzo de su eficacia, muchos son los obstáculos para saberlas, habiendo un numerus clausus de supuestos. El secretismo de lo testamentario en España choca con el consejo de Buffet de hacer partícipes a los herederos de la voluntad del testador: «Asegurarse de que cada hijo entienda la lógica de las decisiones testamentarias como las responsabilidades a que se enfrentará al fallecer el causante».
Algunos aceptarán que se dialogue sobre la última voluntad, y otros radicalmente se opondrán, no queriendo que lo que es una buena voluntad, se transforme en un despertador de ansias, afanes, apetitos e histerias. La historia de «los protocolos familiares» para la transmisión de empresas están llenas de peripecias, éxitos y fracasos, al mezclarse principios tan opuestos como es el de la mayoría (en sociedades mercantiles) y en el de la unanimidad (en herencias); y en un contexto de vanidades y de odios. Y bastantes, intuyendo lo que se les viene encima, prefieren «mirar a otra parte». Hay que procurarse un buen fracaso, unas veces en vida y otras después de muerto, única manera para que los amigos se pongan tristes. Y ser hijo de padres ricos, ya es un buen principio.
Y el afán comprensible de querer preverlo todo, suele terminar en rotundo fracaso, pues preverlo todo precisa de mucha literatura, y «a más palabras, más pleitos», he ahí la venganza. Y en un asunto tan lucrativo, de regalos en vida o con ocasión de la muerte, la Hacienda Pública tiene mucho que decir y sobre todo hacer. Lo primero sería acabar con eso llamado el «dumping fiscal entre comunidades», lo cual sería una manera estupenda de hacer serio eso de la «vía fiscal a la asturiana», tan asturiana como el Anís de la Praviana.
Algunos que el pasado año y por herencias o patrimonio pagaron impuestos en Asturias, que en otras comunidades son gratis, me escriben escandalizados de lo que ahora llaman «la vía fiscal asturiana», los mismos que hace meses se «desgañitaron» con lo de «la vía gijonesa al arte», que en paz descanse. También me preguntan la causa de los besos y abrazos de los políticos asturianos en la mañana fúnebre del 27 de diciembre de 2024, en la Junta General, previa a la de los Santos Inocentes. La cosa puede tener pintura con múltiples colores, incluido el pastelero, como lo de la inefable Caja de Ahorros de Asturias.
Comentarios