La trampa de la lotería

OPINIÓN

Uno de los niños de San Ildefonso saca las bolas de uno de los bombos durante el sorteo extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional
Uno de los niños de San Ildefonso saca las bolas de uno de los bombos durante el sorteo extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional J.J. Guillén | EFE

21 dic 2024 . Actualizado a las 12:59 h.

Desde un punto de vista financiero la lotería es la peor inversión que podemos hacer, es más ni siquiera es una inversión, es una apuesta condicionada por ideas delirantes, extravagantes e irracionales. Si piensa que usted va a ser el que acierte esa providencial bola con el número del gordo es muy ingenuo. Piense que sus posibilidades son del 0,001%, vamos que estadísticamente es más probable que se ahogue en la bañera de su casa, que se caiga muerto por las escaleras o incluso que le caiga un rayo o un meteorito. Pero claro la trampa está en que, a alguien le tiene que tocar y… ¿por qué no voy a ser yo?

Lo más curioso del asunto es que este acontecimiento social es aceptado por todos aquellos que criticamos otras formas de azar como las tragaperras, bingos, ruletas o demás artificios «sacaperras» y es que el Estado desde hace más de 200 años ha hecho un exquisito trabajo de seducción otorgando nobleza al vil juego y eximiendo de culpa al ciudadano para que se zambulla sin complejos en el vicio de la fortuna. Es fácil perder la perspectiva después de haber convivido desde 1812 con esta sibilina forma de recaudar dinero, porque a través de ardides sensibleros y apelando a la ternura nos seduce todos los años con la magia de la publicidad, pero tampoco es necesario que nos «calienten» demasiado porque ya vengan tiempos aciagos o de bonanza, el jugador que llevamos dentro vuelve de nuevo por Navidad.

Como todos podíamos intuir los estudios han demostrado que en tiempos de crisis se juega más. Poco tiene que perder el que no tiene y además que mejor forma de emplear el escaso capital que uno posee que jugándosela en una apuesta imposible. Así nos lo confirman las matemáticas que aseguran que tan sólo tenemos una posibilidad entre 100.000 de obtener el premio, o dicho de otra forma más descriptiva, piense en tres campos de futbol llenos a rebosar, bien pues sólo habrá un agraciado. Pese a todo, la ilusión ante la expectativa del premio no se pierde y el efecto rebaño, cascada, dominó o llámelo como quiera es la yesca que hace que todos…, pero todos, acabemos jugando. Aunque a veces creo que el pensamiento encubierto que sobrevuela nuestras cabezas es «voy a jugar no sea que le toque a ese y a mí no», -pura envidia preventiva-.

Llegados a este punto creo que es hora de analizar este sutil desahogo, comencemos por su singularidad. La lotería de Navidad no es exclusiva de España, muchos países Europeos se benefician de este sorteo, no obstante hay que señalar que ni tienen el significado que se le da aquí, ni tampoco la repercusión mediática, ni siquiera los premios son tan importantes. Porque la popularidad que alcanza este sorteo durante las fechas navideñas en nuestro país no tiene semejanza en ningún otro lugar… créame si le digo que en este sorteo juega hasta el que no juega.

La Lotería continúa más fresca que nunca y seguramente continuará muchos años más, porque esta lucrativa distracción está enraizada en lo más profundo de la cultura española con todo el folclore que despliega nuestra peculiar idiosincrasia: interminables colas en administraciones famosas, obsesiones numéricas, ritos insólitos y excentricidades de toda índole. Como si los números no fueran más que eso, simplemente números. Este tradicional aquelarre de superchería se alimenta de los dichosos ganadores, pero que exigua es la felicidad… los americanos, grandes apasionados de la estadística, han estudiado la trayectoria de los ganadores de los sorteos millonarios y han concluido que más del 90% acaba realizado nefastas inversiones o malgastando su dinero. A fin de cuentas es una consecuencia lógica, ¿qué personaje adinerado lo es como consecuencia de un premio? Los buenos inversores no han ganado lo que tienen por azar. Además y para consuelo de algunos, entre los que yo me incluyo, los afortunados tampoco son más felices, la alegría del que tiene precede a la preocupación y un porcentaje amplio acaba hundiéndose en profundas depresiones, y es que hoy en día el pobre no puede ser rico aunque tenga dinero… que reflexión más inquietante.

Quién de ustedes no desea participar en la lluvia de millones, quién no quiere ser ese eufórico incauto que sale por la tele rodeado de más amigos que nunca. Si la obligatoriedad define a un tributo del Estado, ¿no es la Lotería un juego social de participación forzosa? Y por ello no podríamos decir que la lotería es un impuesto que grava no sólo el desconocimiento matemático y financiero, sino a la ingenuidad y al miedo de no ser uno de esos ganadores. Pese a lo dicho hasta ahora y por si acaso yo pondré mi décimo junto a San Pancracio… porque este año tengo un certero presentimiento.