¡Feliz Navidad!

OPINIÓN

cena de navidad

22 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Una dama andaba por una calle de selecta ropa. Se abrigaba del frío del fin de la tarde con visón, portaba sus «cosas de mujer» en un Louis Vuitton, le colgaban joyas brillantes de cuello y muñeca y algún que otro anillo rematado o no con «piedrecitas» le anudaban dedos. Era y estaba magnífica. Una triunfadora. Para ella y los suyos, que están entre los más fuertes en la enconada lucha por la supervivencia, ¡feliz Navidad! Bolsos Vuitton tenía Rita Barberá, a la que no podemos felicitar porque ya no está, pero sí lo podemos hacer con su colega de tierra y pensamiento Francisco Camps, tan elegante con esos trajes que se hace a medida con paños exquisitos. Otros dos triunfadores.  

Las fiestas navideñas comenzaron siendo una celebración de paletos pastoreados por gurús que les hablaban del nacimiento de un niño, tan corriente como cualquier otro, que luego se reveló como rebelde frente a la tiranía de Roma y los privilegios del Sanedrín, con su ortodoxa e interesada religiosidad. Los gurús que se aprovecharon de los hechos protagonizados por un revolucionario, totalmente inesperado cando se hallaba en el pesebre de Belén, al igual que antes Espartaco o, mucho después,  Emiliano Zapata, hipnotizaban a los pastores con la inmortalidad que, poco después, y hasta hoy, es el socorrido timo para que sobrellevar con resignación las vidas miserables y tormentosas, con el runrún de aquel «los últimos serán los primeros», pero olvidándose los primeros de las palabras de Marcos: «Muchos de los que ahora son los primeros, serán los últimos».

Porque los hacedores del timo y de todos los bulos, bulos que recorren la Historia y que ahora son, más que nunca, palabra sagrada, se renuevan en cada generación y hacen ostentación de sus bienes incluso en las iglesias, muchísimo más en las catedrales. En estas fiestas, en estos centros de culto de la cristiandad embarrada, contrastan dos grupos. Uno, mayoritario, con reflejos de hierro. El otro, minoritario, con reflejos de oro. Es decir, este último no se traga las patrañas evangélicas y vive como dios, tanto en el recinto sagrado como en el profano, que la vida son cuatro días y, a veces, dos, o incluso uno. Vaya, nada, que, no obstante, parece una eternidad visto lo visto, lo que se vio y lo que se verá.

Los perdedores no merecen ser felicitados en estas fiestas porque son unos mendicantes, conformistas e intrascendentes. Bastantes se reunirán en familia alrededor de amplias mesas improvisadas el próximo martes, con turrones baratos, sopa de pollo y algún enjuto marisco congelado comprado en septiembre u octubre. Se sentirán bien, al calor de unos radiadores encendidos poco antes y que serán apagados poco después, al comienzo de la madrugada, que también el niño Jesús las pasó de Caín al amanecer de la primera Navidad, para quien esta no fue tampoco feliz, fue miserable, inmerecida, pues, como las del resto de sus días y de los días de quienes se envuelven sempiternamente, no en visón, sino en vellón, y no precisamente el de la Cólquida, el que fueron a buscar los argonautas, que de oro era como bien sabía Jasón, y símbolo del poder que todo hombre arrojado y arrollador debe detentar.

La felicitaciones son, pues, para ellos, los emprendedores, los que de verdad trabajan duro y no son pusilánimes; para los herederos de estos exitosos combatientes en la infinita guerra de la vida; para los que invierten sus dineros en los fondos carroña o pueden jugar a lo grande en Bolsa, que pueden porque tienen y tienen porque han podido llegar a lo más alto de la torre de Babel, que ahora a Yahvé ya no le vale la argucia de la confusión de lenguas; para entrar en los clubs selectos por méritos propios, nunca pisando a ajenos sin mérito, que ellos se lo han buscado, desidiosos; para los que se han hecho con los combustibles, con la electricidad, con los depósitos monetarios, con las fábricas, con los trapos que vestimos, con la comida que comemos, con los medicamentos que nos dan una prórroga, con los que nos «educan» a través de sus plataformas digitales; para los que lo tiene todo porque son los seleccionados por la evolución social, y también para los que conforman la guardia pretoriana de los anteriores, sin cuyo concurso los césares no serían césares.

Para ese gran conjunto cristiano planetario de portentos que, sin embargo, y pensemos, en su defensa, que son asimismo humanos, en ocasiones se ven obligados a recurrir al refranero: «A Dios rogando y con el mazo dando». Pues para ellos, eso, ¡feliz Navidad!