La justicia francesa dictó ayer sentencia en un juicio muy seguido a nivel mundial por lo escabroso del asunto y por la valentía de una mujer que se enfrentó a sus violadores. Gisèle Pélicot fue agredida sexualmente durante varios años y en más de doscientas ocasiones por cincuenta hombres distintos (incluyendo a su exmarido, Dominique Pélicot, al que el tribunal le ha condenado a la pena más abultada, que son veinte años de prisión). Ella misma ha reconocido que el daño que el machismo le ha producido no se le olvidará nunca, y al margen de las opiniones de cada cual sobre si se ha hecho justicia o no, lo más relevante es que su lucha ha conseguido que la vergüenza haya cambiado de bando. Muchas mujeres se avergonzaban de contar (sobre todo por miedo) y de denunciar este tipo de sucesos y su ejemplo puede que consiga destapar otros tantos casos para acabar con la impunidad. En España terminamos un año con unas estadísticas muy preocupantes, porque lejos de ir erradicando el terrorismo machista, continuamos observando que es una lacra permanentemente presente. Como muy bien señalan las Mujeres de La Escandalera en los escritos que se leen cada vez que se concentran para condenar el último asesinato, el machismo está tan impregnado en la sociedad que afecta a todos los estamentos sociales (hay ‘monstruos’ ricos y pobres, con formación y sin ella, nacionales y extranjeros y de ideología de izquierdas y de derechas). Esta semana una estrella del flamenco, como es El Cigala, ha sido condenado en un juzgado andaluz a dos años y un mes de cárcel por malos tratos a su expareja (Kina Méndez), lo que ha originado una escalada de cancelaciones de sus conciertos a lo largo y ancho de nuestro país, incluyendo a Gijón/Xixón. Yo no creo que estén «todos los tíos cagados», tal y como opinan Macarena Gómez y Aldo Comas, si no han hecho nada delictivo. No podemos seguir viviendo en un mundo que enseña a las mujeres a cuidarse de no ser violadas en vez de enseñar a los hombres a no violar. ¡Basta ya!
Me parece acertada la ampliación de la normativa del derecho de rectificación a medios digitales y a perfiles en redes sociales con grandes cantidades de seguidores (los popularmente conocidos como ‘influencers’). En los últimos tiempos estamos sufriendo un coladero de informaciones falsas que causan bastantes perjuicios contra quienes se lanzan acusaciones sin fundamento. Sí que me llama la atención que no se haya tocado la ley desde 1984, puesto que aunque el surgimiento de las plataformas cibernéticas es más reciente, las llamadas ‘fake news’ son el pan de nuestro día desde hace más de una década. Es verdad que la rectificación seguirá siendo mucho más débil que el propio bulo, puesto que está estudiado y analizado lo fácil que es transmitir informaciones inexactas para intoxicar y lo complicado que es conseguir una reparación justa del honor de esa persona. Vivimos en un tiempo en el que ‘la pena de telediario’ es mucho más efectiva una sentencia judicial. Además, no son pocas las veces en las que el fango mediático ha conseguido sus objetivos, y para ejemplo está el sufrido por Podemos con el ‘caso Neurona’ (hubo ríos de tinta de acusaciones contra sus máximos dirigentes y los tribunales han acabado por archivar todas y cada una de las denuncias) o por Mónica Oltra, que ella misma auguró que el tiempo diría que su caso pasaría «a la historia de la infamia política, jurídica y mediática de este país». Nadie está a salvo de sufrir el mismo ataque y acoso, y me imagino que no tiene que ser nada fácil aguantar una avalancha de improperios que, incluso, pueden afectar al entorno más cercano, sobre todo el familiar. Seguramente la rectificación no repare todo el daño, pero hay que acabar con la impunidad con la que gozan las personas que difunden mentiras.
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