Aunque los líderes como Sánchez suelen estar encantados de conocerse y tienen tendencia a estar a punto de aprobar un monumento conmemorativo de sí mismos, siempre hay, entre los aplaudidores que les rodean, alguien que llega en su devoción por el que está al mando más allá que él mismo. Tres son los casos de psicoanálisis en el Gobierno de Moncloa. Ayer se conocía que el Supremo admitía a trámite una demanda de la pareja de Ayuso contra María Jesús Montero por intromisión en el derecho al honor. González Amador denunció a la ministra por decir que había indicios de que había cometido «dos graves faltas» contra la Hacienda pública. Es el problema que tiene sacar la lengua a pasear sin reflexión. Es habitual en esta guerra sucia política en la que tratamos de sobrevivir los españoles calmados. Los que rodean a Sánchez hablan sin pensar en delincuentes confesos y luego llegan las querellas. El otro bando responde con la misma virulencia. Feijoo, también ayer, resumía esta semana de comparecencias ante los jueces que erosiona a Sánchez como «la semana fantástica de la corrupción o, mejor dicho, los ocho días de oro». Feijoo también se quiere mucho. Nadie que no se ama estaría en política con el ambiente actual. Y Feijoo también está rodeados de jaleadores profesionales, como Miguel Tellado.
Pero volvamos a los que son más sanchistas que Sánchez. La primera con diferencia es María Jesús Montero. No le ayudan su vehemencia, su exagerada gesticulación y el tono ruidoso de su voz a pasar inadvertida en su apoyo al líder. Casi seguro que tampoco lo desea. Es impresionante admirar cómo aplaude cada vez que Sánchez habla. Todos sabemos que los chistes de los jefes son siempre los más graciosos, pero, a veces, poner algo de distancia añadiría elegancia, algo tan necesario en nuestra política. Montero no oculta el efecto que le causa Sánchez. Debe ser una gozada (o todo lo contrario) que alguien esté tan satisfecho de tu mera presencia. Antes competía con Montero, a estos niveles estratosféricos de devoción y de ciega obediencia, el ministro Óscar Puente. Su dedo raudo y caliente en las redes sociales era un ejemplo de jaleador hasta casi la náusea. Pero, de un tiempo a esta parte, el ministro Puente se nos ha puesto en un modo más institucional y, aunque sigue practicando sus travesuras dialécticas, ya no es tan hiriente como antes. En los mentideros dicen si no se estará trabajando un futuro para después de Sánchez. Como si tal cosa existiese en el PSOE. Ya saben, en política cada uno se aniquila a sí mismo como quiere. Puente sigue dando grandes palmadas cada vez que tiene a Sánchez al lado, como se vio en el comité federal. El tercero en los líderes de cerrar filas alrededor de todo lo que haga Sánchez, sea lo que sea, es Bolaños. Qué gran personaje para un Lope de Vega. Con aspecto de yerno ideal, Bolaños no titubea al respaldar al presidente. Es casi uno de sus copiadores orales más eficaces. Con estos tres a su lado, Sánchez, que no es hombre bajo, debe sentir todavía que camina unos centímetros más por encima de todo y de todos. No trabajan de ministros, curran de fans.
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