(2ª parte) El fin de semana pasado, el de La Inmaculada, fue intenso en emociones -cosa buena y recomendable-, pues son las razones siempre grises, más que las emociones siempre coloradas, las que azotan, cual látigo de penitencias. Emociones al escuchar, en vivo, músicas de arte de órgano --instrumento sagrado-- en la Catedral de Paris, por causa de la «Reouverture» catedralicia con un añadido «Te Deum». «Olivier Latry», organista titular de «Notre-Dame», tocó teclas y pisó pedales con maestría. No sé si con emoción o con razón escribí, para Religión Digital, lo publicado en su web el martes día 10, que titulé: «Dos obispos, Vives y Ulrich, y el organista Latry».
Por tanta emoción, y para escribir lo de esta semana en La Voz, la de Galicia o la de Asturias, leí, para no repeteirme, lo que ya había escrito (la 1ª parte). No acostumbro a leer lo que escribo, pues me recuerda al pecado de Onán, que según predicaban los carmelitas de Santa Susana, tal pecado, además de llevarte al Infierno, «ponía» blando el resto del cuerpo, en especial, la vertebral columna. Otra razón para «no leerme», es que lo importante de verdad, no está en lo que se escribe, sino en lo que cada lector o lectora lee, que, a veces, coincide y a veces no. Otro misterio.
Por lo de «Notre Dame» y el organista Latry, y para más embutirme en lo francés (como se embuten las morcillas o los codillos), leí un curioso libro con textos sobre Arte y Literatura de Marcel Proust, editado por una desconocida editorial, denominada «Páginas de Espuma». En ese libro se recoge lo mejor de Proust, que son sus escritos periodísticos y no lo tan aburrido e interminable, que es lo de «las muchachas en flor», interesándole, en verdad, más las flores y su judía madre que las muchachas, que nada le ocupaban. En «Días de lectura» escribe Proust lo siguiente, interesante y didáctico: «Hay ciertos casos patológicos por así decir, de depresión espiritual, en los que la lectura puede llegar a ser una suerte de disciplina curativa». Añadió que ciertas dolencias del sistema nervioso, como las depresiones, pueden sumir a la voluntad hasta en la imposibilidad de leer.
Gustave Flaubert, que tanto escribió, a su amigo Alfred Le Pointevin, en carta fechada en septiembre de 1845, le sugiere, sin paciencia alguna y con cabreo: «Haz como yo: rompe con el exterior, vive como un oso -un oso blanco- y envía todo a la mierda, todo y a ti mismo, menos tu inteligencia» («Sobre la creación literaria», editorial Fuentetaja, 2ª edición, febrero 2007, página 98).
Y don José Ángel Valente, orensano, fue el único poeta que no escribió mentiras -no olvido que dicen, para “gloria” de los de siempre y risa de los restantes, que Asturias es la capital mundial de la poesía—. Antes de morir, Valente escribió sobre las «palabras», lo siguiente, escandaloso: «El escritor tiene una función hembra. No penetra, sino que es penetrado por la palabra».
Siendo tanto el entusiasmo por los caballitos, en la primera parte y en esta segunda también, procede una llamada a la mesura y al cuidado por si acaso. Y me explico: Peter Shaffer, dramaturgo británico, en el año 1973 escribió una obra de teatro que tituló Equus, estrenada en España en 1975, y en la que uno de los protagonistas es un psiquiatra que trata de curar a un joven, que padeció fascinación religiosa y sexual por los caballos. ¡Qué horror, con razón, lectores y lectoras, exclamarán! Debo de tranquilizarles, pues las exageradas ideas sobre amor a los caballitos, vienen de un hijo de la Gran Bretaña, tierra de tendencia a la depravación, como acreditó la muerte de Lady D por accidente. Y Londres, se recuerda, es un «paraíso fiscal», según y cómo. ¡Ojo con las cuentas corrientes allí domiciliadas!
Descubrí la necesidad de los caballitos leyendo a mi escritor preferido: el cretense Nicos Kazantzakis, el cual, en su «Carta a El Greco», otro cretense extraordinario, escribió que las palabras son como los caballos, los salvajes caballitos, aunque ello sin explicarlo. Y pensé preguntándome: ¿Los «asturcones» serán caballitos salvajes, de tanto predicamento en la Caja de Ahorros de Asturias, desde tiempos de «El trote» (Troteaga) y posteriores de «Los trotones» en loca carrera, ya en tiempos de parentesco de afinidad con el sindicalista «minero»?
En Heraclión, capital de Creta y antes de los Cruzados, camino de Jerusalem, se decía que Katantzakis, en persona, compraba el pescado para su gata, fruta para él y paleta de cerdo para la esposa, sin duda información importante para conocer el carácter del escritor. Y es que el mercado de Heraclión es inmenso como el de El Fontán en Oviedo, aunque éste sea más escaso en pescados. Oviedo y Heraclión tienen peculiaridades comunes, pues ambos fueron en el pasado capitales de cruzados, siendo por eso tierras de cruces, crucificados y hasta de defensores hermanados.
Y ahora continuemos con los números romanos:
IV: EL CENTRO O CETRO ECUESTRE DE OVIEDO:
Por tanta afición a los caballos y/o caballitos, Oviedo tuvo un centro ecuestre desde 1999, que llamaron, con poca imaginación El Asturcón, y que se inauguró en tiempos de don Gabino de Lorenzo, «el alcalde-Sol» así llamado; gran aficionado a la cría caballar y a las yeguadas privadas.
Para el Ayuntamiento, para el Ayuntamiento, repito con intención, fue mal negocio el centro ecuestre, pues costó a las arcas municipales diez veces más que lo presupuestado. Don Gabino, que en memorable tarde de mucho «Asturias patria querida» y muy tieso sin delirios, regaló una gaita al novísimo arzobispo metropolitano, recibió (Don Gabino) por su exitosa labor muchos premios. El siempre recordado Vélez me dijo una vez que a don Gabino, le otorgaron el galardón prestigioso de «La escoba de platino», por ser Oviedo ciudad de escasos polvos.
Afirmó el mismísimo don Gabino que dimitió de su último cargo -el penúltimo fue lo de la Alcaldía- por necesidad de descansar, lo cual, por haber sido dicho con tanta convicción, lo creo. Y leo en «La Nueva España», la crónica de José Manuel Piñeiro, titulada «Gabino de Lorenzo pide guerra», que se publicó el domingo, 3 de abril de 2005, página 16, precedida (páginas 14 y 15) de una entrevista a un «señorón», que lucía un barato postizo y pelucón.
José Manuel Piñeiro, de don Gabino escribe como con pluma cervantina o quevedesca. Por eso, se puede leer:
- «De Lorenzo se tienta muy mucho la ropa».
- «De Lorenzo, como el diablo, cuando se aburre, espanta moscas con el rabo».
- «¿De Lorenzo hasta cuándo mantendrá la incógnita?» Y el mismo Piñeiro, que preguntó, responde: «Hasta que le interese o se harte de las especulaciones».
V.- LOS ASTURCONES RETACOS DE MADERA DE LA FUNDACION CAJA/ASTUR, QUE TANTO ME RECUERDAN AL ENORME CABALLO DE TROYA, DE MADERA, EL DE ULISES, EL DE LAS TRETAS MIL.
Vi a esos caballitos de madera, al parecer modelos de los otros, no en Oviedo, sino en Gijón. Parece que los originales, los de bronce, siguen en la ovetense Plaza de la Escandalera, cerca del «Bar Azul» y de la heladería «Los italianos», que fueron en la calle San Francisco. Vi en Gijón a los de madera al visitar en el Gigedo/Revilla la raquítica y esmirriada exposición que se tituló «Orto y Acaso», o mejor, «Orto y Ocaso», como algunos propusieron. Estaban esquinados en el patio central, cerca de las escaleras de acceso a las plantas superiores en las que había cacharros y una Virgen.
Esos caballitos de madera me recordaron al Caballo de Troya, el de Ulises, al que La Odisea se refiere así: «Caballo de madera que construyó Epeo con la ayuda de Atenea y que Ulises metió mediante una estratagema en la ciudadela de Troya». Más tarde en La Eneida, se cuenta que Laocoonte indignado gritó a los troyanos: Equo no credite, Teucri («no os fieis del caballo, Teucros»). Y por lo del engaño, Dante condenó al Infierno a Ulises.
Los caballitos de bronce de la Escandalera son muy interesantes, pues es lo que faltaba a Oviedo, ciudad de tanto amor a los caballos: ser escultura urbana, igual que las gorduras de Botero. Y caballitos, los de madera y de bronce, obra del valenciano Manolo Valdés, bien pagado por la Caja de Ahorros de Menéndez, y que ahora, tan mayor, quiere dejar herencia de super o mega rico, sacando el jugo a las estériles Meninas, que promocionó paseándolas por la calle Uría de Oviedo.
Y es que lo de ahora, los caballitos de la Fundación «Caja/astur», que tanto anuncia acciones filantrópicas --en eso quedó la enorme Caja de Ahorros de Asturias, primera entidad financiera que de la región-. Vergüenza de Partidos y de Autoridades, que, ahora, cuando compran sofás, piden al tendero que no haga factura, para así no pagar el IVA. Y termino mirando la vertical del edificio que fue de la Caja de Ahorros de Asturias, leyendo arriba «Cajastur» y abajo «Unicaja» (me dicen que arriba está la oficina de la Fundación), y pregunto: ¿Unicaja, por ser ya propietaria del edificio principal cobra a la Fundación renta o merced? ¿Será acaso precarista la Fundación asturiana?
VI.- EN OVIEDO, A LAS BARRACAS SE LLAMÓ CABALLITOS:
Es seguro que los lectores y lectoras ya estén cansados de tan larga caminata equina. Además, recorrer las barracas, con minuciosidad de «macroscopio», de la calle Santa Susana hacia arriba, al costado del Alfonso II, nos llevaría largo, empezando por las churrerías de abajo, tan fluorescentes de blanco y rosa para frituras de churros y de patatas, y acabando en el Teatro Chino arriba, al lado de SEDES, --la misma a la que hace años ocurrió lo de Toledo, escándalo revelado hace meses-- con mujeres de mucha alegría por donde los muslos. Y sin olvidar que, en medio, entre arriba y abajo, estaba la barraca giratoria de los caballitos, junto a la «Selva», que no trotaban, sino que únicamente subían y bajaban, despacio y sin saltar, no como en el Hípico.
Y para otro día dejaremos lo de los burros y burras de Oviedo, parientes de los caballos y caballitos, recordando al asno de Buridán y a la burra de Balaam, considerada la «ilustre pollina». Burros y burras que bajaban hacia San Lázaro desde La Manjoya, subían luego por Muñoz Degraín y bajaban nuevamente hasta llegar a la Plaza del Paraguas. También deberíamos escribir del camello que la SOF, para mí tan amada, trajo un cinco de enero para la Cabalgata. Y lo del camello es interesante, pues un veterinario certificó que un camello es un caballo dibujado por un comité.