Estos días, los mismos fachas que se reivindican, vestidos un martes por la tarde en la calle Ponzano de Madrid como si estuvieran de montería, como los nuevos punks, andan un poco escocidos con el nombramiento del periodista musical Mariano Muniesa como consejero de RTVE. No solo les escuece que sea de izquierdas, algo esperable: la ranciedad ha alcanzado cimas difícilmente igualables hasta el punto de que tengo la sensación de que hemos vuelto a los ochenta, cuando ser heavy te convertía automáticamente, a ojos de las gentes de bien, en un drogadicto de los que iban por ahí pegando tirones de bolsos, en gente que no tiene el decoro suficiente como para disfrazarse con traje y corbata o, al menos, hacerse un Emilio Aragón y ponerse unas zapatillas de deporte con el traje, momento sin duda innovador y canallita que es el único que están dispuestos a tolerar de algún simpático rufián a la par que yerno perfecto, un espíritu que sin duda han recogido personas como Juan del Val. Muniesa acudió a jurar su cargo con sus greñas, chupa de cuero y pantalones vaqueros, atuendo que quien esto escribe, que incluso tiene peor pinta que el flamante consejero, aprueba efusivamente.
Los mismos que aplaudían los desvaríos racistas de Sherpa de Barón Rojo intentando captar a incautos amantes del heavy metal para su causa deficiente, parece que no se muestran tan simpáticos (hasta estuvieron dispuestos a ir a ver a Sherpa a un concierto de Obús, quizá el grupo más calorro del heavy metal patrio) con el flamante consejero porque, bueno, uno puede ser macarra solo hasta donde le dejen los de las monterías del barrio de Salamanca. Mariano Muniesa es un tipo que sabe mucho de música, es un profesional reconocido y no tiene nada que demostrar después de varias décadas al pie del cañón.
Pero el clasismo siempre está ahí al acecho para recordarnos que quien ejerció de cajera de supermercado no puede ser ministra y quien, como Mariano Muniesa, no terminó los estudios superiores y lo que es peor, no tiene carné de conducir, no puede ser consejero de nada. España es un país en el que no tener carné de conducir te convierte automáticamente en un enemigo del sistema, un peligroso terrorista que busca acabar con la españolidad y que lucha contra el más importante atributo del hombre español después del pene: el coche. Si no fueran tan peligrosos para la democracia, los fascistas españoles serían involuntariamente graciosos. En 2024, andar quejándose del aspecto y el atuendo de una persona, sea Mariano Muniesa o sea Lalachus, resulta que es el nuevo punk. Ser idiota es el nuevo punk. Jamás el punk fue menos punk.
Estoy firmemente convencido de que nuestras sociedades serán más democráticas y menos disfuncionales el día que estas cosas dejen de importarle a la mayoría: dónde has trabajado para poder comer, qué tienes en la cuenta corriente, si llevas chupa de cuero o los calzoncillos por fuera en una entrega de premios, todo eso. La formalidad está sobrevalorada. Ser normal es un asco. La normalidad la tenían Josef Fritzl y Ted Bundy. El segundo de ellos además vestía muy formalmente y militó en el Partido Republicano. Los convencionalismos solo deberían existir para ser destruidos, y la aparición de Muniesa para jurar su cargo con las mismas pintas con las que compra el pan, es un triunfo de la democracia. El poder ya ha estado mucho tiempo en manos de gente bien vestida con estudios superiores. Ha llegado nuestro turno, amantes de Satán.
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