Para más enredar, comienzo por el final, que a ese voy. Uno de los motivos de alegría, es que mi plural descendencia no quiso dedicarse a eso tan pesado, a veces aburrido, que es el Derecho, denominado con pedantería y en femenino, la Ciencia Jurídica. Mi primogénita es veterinaria y nada bruta, a pesar de tratar a muchos «brutos». Su especialidad es la de caballos, en masculino, y yeguas, en femenino; por eso, especializada en caballos para jugar al Polo, vive en Argentina.
Al parecer, en el reino animal lo de la diferencia de géneros y sexos suele estar más claro, menos confuso que en el humano; todo es en lo animal más binario -lo masculino, lo femenino y basta, que ya es bastante para rompecabezas-. En el reino de los humanos, por el contrario, está lo masculino, lo femenino y todo lo demás, que es mucho o muchísimo. Esto último lo dijo una norteamericana, Judith Butler, que, habiendo nacido hembra, tiene rostro de macho, y que, habiendo nacido hembra, no le gustan los machos. Eso dice y escribe.
De tanta claridad surgió la confusión. Y la confusión la causó mi amigo Francisco García, también conocido por Abundio. Para mí, Paco, conocido por Abundio, tuvo siempre mucha autoridad, pues fue maestro nacional, con título de una Escuela Normal; fue profesor con regla, plumín y palillero y no sufrió hambres. Mi amigo, el maestro nacional, me explicó que lo binario animal tenía una excepción: los llamados mulos o mulas estériles, distinguiéndose la mula o el mulo, llamados burreños, por ser hijos de burra y caballo, de la mula o mulo, llamados yeguatos, por ser hijos de yegua y burro. El lector o lectora comprenderán la enjundia del asunto, recomendándoles que no se agobien.
El domingo, 1 de noviembre de 2024, en el «Rastro» de Oviedo, mi ciudad, a la que tanto quiero -por eso vivo en Gijón-, al precio de 1 euro, compré el libro Filomeno a mi pesar, escrito por el gallego Gonzalo Torrente Ballester, antes crítico teatral del diario falangista Arriba, en un tiempo en que su ciudad natal, Ferrol, se denominaba El Ferrol del Caudillo. El caso es que, ese mismo domingo, ya en Gijón, después de haber comido en Sidrería Restaurante Hotel El Ovetense -nombre binario, ni totalmente masculino ni totalmente femenino- hígado encebollado con patatas fritas, me acosté en siesta de sólo media hora, y ello por recomendación de Milagros, mi neurofisióloga clínica, que vive en Madrid. Tumbado en la tumbona, leyendo el libro sobre Filomeno, de repente, por entre las hojas, surgió de repente un pequeño calendario, en cuyo anverso se veían doce caballitos y lo de Caja de Ahorros de Asturias, y en el revés estaba el calendario del año 1990. Lo del calendario, acaso obra milagrosa, se produjo en el mismo momento en el que comenzaba a leer en la página 35, lo siguiente (en la edición especial para el Club Planeta): «Mi verdadera vida como Filomeno comenzó en el instituto. Todos los profesores pasaban lista diaria». ¡Qué cantidad de «filomenos» hay en Oviedo!
Tal encuentro, obra del azar o del milagro, por lo de los caballos, por lo de la Caja y por lo de mi hija, me propulsó, cual cohete, desde la tumbona a la mesa camilla, para escribir esto, que ahora el lector o la lectora tiene entre manos o entre piernas, si también entre ellas tuviere, además, el «ordenador». Y empezando por donde se debe, por el principio, recordaré que en relación a la ciudad en la que nací, Oviedo, escribí en el periódico que fue de Vélez, La Hora de Asturias, casi una treintena de artículos, bajo el natalicio título En un principio fue la calle Campomanes, con fotografías que me facilitó el mismo Vélez, tan recordado.
¿Y por qué Oviedo es la ciudad de los caballitos? Las razones son numerosas, más apertus numerus que clausus, pudiendo añadir el lector o lectora las que se le ocurran, como añadido a lo que se escribirá a continuación, hoy y la semana próxima:
I.- El hípico
Las ovetenses «Ferias y Fiestas de San Mateo» comenzaban con el Concurso Hípico Nacional en las inmediaciones de San Lázaro, que debió ser lugar de lazaretos, de asilos y hospitales para evitar contagios de leprosos, quedando de aquellos asilos o leproserías la lúgubre Malatería, reconvertida por la Diputación provincial, siempre la provincial de la Beneficencia, en asilo de ancianos. Ese asilo, La Malatería, fue la competencia del otro asilo, el de Las Hermanitas de los Pobres, de la calle González Besada y Plaza de San Miguel de Oviedo, luego solaron para plusvalías muy mundanas. ¡Menudo negocio por construcción tan alta y apretada, más propia de New York, Hospitalet o Cornellá, que de Oviedo!
Y siguiendo con lo de «Las Hermanitas», pienso en los grandes cuadros pintados, como estampas gigantes de las «monjitas», por el profesor de Dibujo, el extremeño José Pérez Jiménez, dueño de la «Casa Rosa», en lo alto del Prau Picón. También pienso, casi llorando, que allá por los años noventa, a primeros, del pasado siglo XX, José Pérez Montero, hijo del dibujante-pintor, estando en El Fontán mirando ambos, entre arcos, a un puesto de madreñas y saboreando olores y tufos de la cocina de «Casa Bango», me manifestó aquél, el hijo, Pepe, su preocupación por el destino de esa Casa, «la rosa», pues ni él ni su hermana Mary, tenían descendencia. Los preocupados ahora por el destino de la «Casa Rosa», no son Pepe y Mary, ya fallecidos, sino los vecinos del Prau Picón, cuya inquietud me manifestaron y me repiten. No voy a tener más remedio que empezar a examinar papeles, aunque ninguno por mí autorizado.
La afición a los caballos no fue cosa singular de Oviedo, sino también de La Felguera, Pola de Siero, Luanco, Avilés y Gijón, que también tuvieron concursos hípicos. Los concursos hípicos en Asturias, también el de Oviedo y excepción el de Gijón, me parecieron lejos del «perifollo» de los Hipódromos de Estambul, París o el de Madrid, llamado La Zarzuela, como la casa para los reyes «nuevos», no por parturientas, sino por elección de Franco. Los campos de hípico en Asturias, a excepción de los de Oviedo y Gijón, eran los campos de fútbol, convertidos en campo hípico durante semana y media. Con ocasión de las Fiestas de San Pedro, en La Felguera, sentado en la tribuna del estadio -¡qué triste era el Ganzábal!-, se oía al fondo el chucu-chucu de la locomotora del Ferrocarril de Langreo, pareciendo los caballitos que saltaban en el césped futbolero del Ganzábal, más capados de lo debido y con la cola afeitada.
Gijón, marcando siempre la diferencia y el paquete, como decían los anuncios, tenía en las Mestas un hipódromo en condiciones. De ahí que siempre París, por lo del Hipódromo de Longchamp y Gijón, por lo de Las Mestas, se pareciesen tanto y siempre. Por eso mismo, el concurso hípico de Las Mestas, desde pronto, siempre fue Internacional, aunque los únicos jinetes extranjeros participantes durante años fuesen dos portugueses, seguramente desertores en la guerra de Angola, decretada por el solterón Salazar. Y el portugués M. Malta Da Costa dejó de ser «paquete», cuando montó al caballo Novelista, ganando los grandes premios, incluso cuando Goyoaga montaba a Kif Kif.
Fue una mañana y de repente: dos artefactos para excavar ?excavadoras con dentadura de dinosaurio (Umbral)- empezaron a hacer agujeros, como gigantes topos, en el verde campo, el ovetense de Los Catalanes, donde, abajo, pastaban vacas de ubres inmensas, como las de Homero, y donde, arriba, junto a la casita de Las Adoratrices, había unas sebes como de la selva. Y cuando escribo de la «casita» de Las Adoratrices, monjas de la madre Santa Micaela, no me estoy refiriendo Convento inmenso, sino a la casita en la que vivían los curas don Martín y don Gonzalo, enemigos ambos y entre sí, por ser el primero canónigo y el segundo beneficiario de la Santa Catedral Metropolitana del Salvador, de Oviedo -lo eclesiástico en Oviedo es siempre metropolitano, hasta el Obispo-.
El señor cura y párroco de la Parroquia de San Francisco, muy señor y muy cura por ser de aquel tiempo, bendijo las instalaciones del Hípico de San Lázaro, a finales de los cincuenta del pasado siglo, comenzando en San Lázaro las tardes de hípico y apuestas. Por los altavoces y durante los descansos entre serie y serie de apuestas, se oía a Los cinco Latinos cantar, entre otras, su Don Quijote, con la letra: «Leyenda de un caminante. Que marcha siempre adelante. En busca de un buen amor. Don Quijoooote, Don Quijoooote. La-la, la-la, la-la, la-la-la-la».
Y recuerdo ahora que bajando por Muñoz Degráin, a la izquierda y en lo alto, se veía la edificación potente del Seminario Metropolitano que, por aquel entonces, por la abundancia de vocaciones, estaba abarrotado, saliendo y entrando filas de seminaristas con fajín azul y con pompón azul en el bonete o cresta. Y bajando por Muñoz Degráin, antes de llegar a la tejera con su imponente chimenea de color ladrillo, había un chalet en el que se formó una procesión o entierro, pareciéndome el muerto hombre principal por el número abundante de gentes en duelo. Pregunté por el fallecido y me dijeron que se apellidó Llavona, que había sido dueño de La Favorita, en El Fontán, tienda de ultramarinos y chocolates y con oloroso tostador de café. Abajo, cerca del campo hípico estaba la vía férrea del Ferrocarril Vasco Asturiano, oyéndose los soplidos -no confundir con los notariales suplidos- y viéndose los humos de las locomotoras o «máquinas» que tiraban de tres vagones de madera, unos procedentes de Collanzo, y otros de San Esteban de Pravia, con Fuso de la Reina en medio. Por allí subían los trenecitos, desde la estación de La Manjoya, hasta que el túnel de San Lázaro los escondía.
II.- La Herradura
Que una ciudad como Oviedo, tan aficionada a los caballos, llamase, con ocasión de las Ferias y Fiestas, al lugar de ligues y amores, La Herradura, es prueba de cordura por parte de la organización, que fue la Sociedad Ovetense de Festejos (La SOF). Ahora y desde aquí, con mucho cariño y sentimiento, homenajeo a esa Entidad, la SOF, a la que tanto debe mi infancia y mi adolescencia, repartida ésta en tercios. Primero, la SOF que, como se escribe en un libro con textos de Adolfo Casaprima Collera, esa Sociedad fue «Medio siglo de Tambor y Gaita». Más tarde, vendría lo de la elitista Acción Católica de los Maristas, dirigida por el Hermano Andrés, el de cara de volcán, y catequizando las mañanas del domingo a los pobres de Guillén Lafuerza; luego sería lo de la popular Juventud del Carmelo, dirigida por el Padre Luis, con confesionario a la izquierda entrando por la segunda puerta de su Iglesia, en Los Carmelitas, y con bar y billares en un sótano de la calle de Santa Cruz. Y por la calle Santa Susana, muy por encima de La Herradura, «procesionaban», aunque sin caballos, damas cofrades del Carmelo, con mantilla y escapulario cuadrado como el de la Virgen, la del Carmen, y subidas cerca del Cielo a finos zapatos de aguja, como los de Leticia.
No pude entrar en la Herradura; me quedé siempre a las puertas, fascinándome lo que imaginaba ocurría dentro, entre mesas y sillas de madera, y bajo luces de colores, de verbenas. Me conformé con ver a la entrada la herradura y las letras de la SOF, y, sobre todo, a los dos ángeles o cupidos a la entrada, símbolo clásico de los enamorados, hasta con flechas, arcos y taparrabos. Y traté de entrar por arriba, por la zona de La Granja, también bar y sala de baile, no siéndome posible. Cuando, posteriormente, me contaron que en los años de la Transición -en los que aún estamos- en La Granja misma se hicieron negocios ilícitos, quitando y poniendo cinturones de colores, verdes y hasta negros, como los de los «yudokas», me costó esfuerzos creerlo.
III.- Los caballos en la nueva imagen de la Caja de Ahorros de Asturias
Si el calendario ante dicho fue del año 1991, fue del año 1993, concretamente de junio de 1993, cuando se cambió la «imagen» de la Caja de Ahorros de Asturias. Los caballos, siempre los caballos, pasaron a ser el nuevo signo, el nuevo símbolo, el nuevo diseño, el nuevo identificador, de la Caja de Ahorros. Pareció y sigue pareciendo buena idea, dada la importancia de los caballos en Asturias y en Oviedo especialmente. Todo fueron aplausos. Y con poca vista o por estar tuertos, visto lo ocurrido después, en aquel tiempo se anunció: «Detrás de este símbolo (un caballo corriendo) está nuestro futuro». ¡Menudo futuro resultó!
No se destacó entonces lo que ahora y aquí sigue: No fue casualidad sino causalidad, que en año 1993, cuando lo del cambio de imagen, al directivo principal de la Caja de Ahorros de Asturias, sus amigos, entre ellos Tini Areces, le llamasen «Pepe, el trote», lo que sin duda es muy caballar. Tal denominación fue utilizada tanto por los amigos, los comunistas, como por los enemigos, los populares. Y escrito sea con los matices necesarios, pues años después se acreditaría que, en la desaparición de la Caja de Ahorros de Asturias, todos fueron amigos, los comunistas, los socialistas y los populares. Todos se pusieron a la obra del mismo amagüestu que acabó con la Caja de Ahorros.
Pregunto: ¿Por qué habrá habido tal conjunción, no precisamente gramatical, pues la Gramática es ciencia de gente culta? No hay que adelantarse. En los años noventa del pasado siglo, más o menos a la mitad, ocurrieron hechos importantes. Dicen que llegó «La marabunta». Pero no se acabó con los caballitos en la Caja; se sacaron los «asturcones», que colocaron en la Plaza de nombre tan apropiado, La Escandalera.
Por culpa de esos caballitos, los de abajo, y por los caballitos de arriba, los de las barracas del Campo de Maniobras, continuaremos. Pues de los caballitos y Oviedo, hay mucho que escribir. Y también de los parientes, asnos y burras.
Terminando esta escritura, me llega la noticia de un accidente en carretera, cerca de Oviedo, resultando lesionados varios caballitos en tránsito a La Coruña. Me consuela que esos caballitos hayan sido atendidos por veterinarios y veterinarios de la excelente yeguada de Mayeza, de la que habrá que escribir, aunque no sea ovetense.
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