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Mario Vargas Llosa hace decir a uno de sus personajes de Lituma en los Andes, en el contexto de violencia y asesinato de prostitutas: «Qué se iba a hacer si la puta vida es la puta vida».
Desmond Clark fue uno de los paleoantropólogos del XX más respetado en su profesión, donde el cainismo es común como, por lo demás, acaece en toda profesión, y en un arranque de lucidez, muy propio de él, dijo de nosotros: «Somos seres horribles (…) El Homo sapiens primitivo no creó la humanidad; creó la inhumanidad».
Este periódico informó esta semana de que, en los últimos diez años, en una región civilizada del mundo (un mundo en el que son más las tierras donde las sociedades se rigen por el vasallaje y la esclavitud), llamada Asturias, se han registrado 27.000 denuncias de mujeres por maltrato y, hoy, hay 1.203 de ellas con protección policial y 640 portan un móvil con un botón de alerta.
Un informe de las Naciones Unidas da cuenta de que una de cada tres mujeres ha sufrido una agresión al menos una vez, lo que arroja una cifra no menor de 1.350 millones de ellas violentadas. Y el número de asesinadas en 2023 equivale, aproximadamente, a la población del Valle del Nalón, desde Villa (Riaño, Langreo) al Puerto de Tarna. Lo que significa que, en enero de 2024, ya no quedaba ni una sola persona en ese territorio, lo que, a su vez, significa que un virus o una bacteria lo hubiese despoblado completamente.
Acontecimiento que no se dio con el coronavirus de 2000, ni con la erróneamente llamada gripe española de 1918, ni siquiera con la peste negra, que llegó a Europa desde Asia en 1346, causando hasta un 90% de muertes en algunos lugares y porcentajes en torno al 50% de media en muchos otros sititos: fue la epidemia más mortífera de la que se tiene conocimiento.
Anotar, también, que entre los adolescentes las estadísticas están disparadas. El sometimiento sexual y psíquico, la humillación y la vileza que ellas reciben de ellos es moneda de cambio. Hace unos días una de 15 años fue acuchillada hasta la muerte en Orihuela por uno de 17. La causa: que la joven rompió la relación que tenían; esto es: si no eres mía, no eres de nadie, doctrina que se aplica rigurosamente.
Más jóvenes todavía. ¿Qué sucedió el pasado viernes en Linares? Un niño de dos años murió a golpes y su gemelo está hospitalizado. Eran hijos de una chica, víctima vicaria de un monstruo. Llevamos en este año nueve niños asesinados. ¿Cuántos se han quedado sin madre o huérfanos porque el leviatán se ha suicidado?
Sin entrar en más pormenores, solo con los datos antedichos, podemos aseverar que estamos ante uno de los dramas globales más desgarradores. Una hecatombe, que viene del término griego para nombrar la práctica en el mundo clásico del sacrifico de cien bueyes como ofrenda en una celebración de especial simbolismo para la comunidad que la protagonizaba. Nosotros la protagonizamos todos los días: el sagrado sacrifico al dios Macho.
Por eso, cuando los ultras, aquí y allá, solos o en coalición, como en comunidades y municipios de nuestra piel de toro, asimismo ensangrentada, desmontan servicios de socorro, ayuda, asesoramiento y protección a la mujer, están colaborando directamente en la masacre.
El tormento al que las sometemos va más allá, mucho más allá de la que estos colaboracionistas llaman «violencia familiar». Porque la violencia se da en todas las circunstancias personales de ellas. Y reiterativamente. Y reiterativamente. Pero, aunque solo fuese en el hogar, la cantidad de mujeres que sufren la testosterona del poseedor del falo es tal que es obligado arbitrar medidas y leyes especiales para combatir tal horror. No es un crimen más. Es el crimen.
En los años 90, en la cafetería que estaba sobre el Servicio de Urgencias de la desaparecida Residencia Covadonga de Oviedo, una amiga me contó que, finalmente, había abandonado el domicilio que compartía con su marido. Pocos días antes, en la que fue la última paliza que le dio, ella le grito: «¡Mátame, hijoputa! ¡Mátame de una puta vez!»
Por eso, y en línea con el desenmascaramiento de lo humano de Desmond Clark, se puede decir sin temor a equívoco que, cuando empezamos a domesticar a los animales, ya nos habíamos «domesticado» a nosotros mismos y, muy concreta y singularmente, el macho a la hembra. Y ahí seguimos. Y seguiremos, con el apoyo de los negacionistas. ¡Malditos seáis!
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