El ser humano tiene una memoria frágil que deforma el pasado y barre bajo la alfombra del olvido aquello que le incomoda, como por ejemplo el hecho indiscutible de que sin el personal de los supermercados, España habría sido un caos total durante la pandemia. A decir verdad, ningún español habría notado la falta de jueces durante ese período, pero no podríamos haber sobrevivido sin las denostadas cajeras. Lo fundamental de la economía de un país, lejos de lo que cree la chusma más conservadora, son sus trabajadores, y cuanto más desagradecido y peor pagado está un trabajo, más fundamental es. Así es este sistema perverso que premia a la gente de bien solo si parece serlo. Por supuesto, parecerlo tiene menos que ver con la importancia real de un trabajo que con el prestigio que le otorgamos a quienes lo ejercen.
Hace unos días, en un aquelarre judicial, un juez se puso a dar lecciones a Irene Montero quien, al parecer, no debería haber intentado hacer nada desde su posición de ministra por haber sido cajera de una de esas cadenas de supermercados que envían a trabajar y morir a la gente durante unas inundaciones. No deberíamos equivocarnos con esto: no solo se trata de Irene Montero. Se trata del concepto que tiene el juez del personal de los supermercados y de haberlo expresado en un sarao para jueces y de que un señor cree que está por encima del resto de los españoles. Se trata de clasismo. Alguien que probablemente envía al servicio a hacer la compra no debería permitirse el lujo de decir estas cosas en un país democrático, aunque las piense. El juez Velasco aseguró que Irene Montero nunca aprenderá las cosas que ellos, esa clase social aparte, han aprendido, pues está en su cajero del supermercado. No importa hasta dónde puede llegar alguien de procedencia más o menos humilde. El haber desarrollado en el pasado un trabajo de los que se consideran inferiores te marca para siempre. Irene Montero no propuso la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual que tanto molesta al juez desde la caja de un supermercado. Lo hizo desde donde se tiene que hacer, como ministra, se hizo donde se tenía que hacer, es decir, no se hizo la ley en un juzgado, pues este no es el trabajo del ofendido juez. La sensación que tengo es que a los jueces les produce escalofríos, espasmos y agarrotamientos la sola idea de tener que tratar del mismo modo a la cajera del supermercado, al albañil, al chatarrero, al juez y a Miguel Ángel Rodríguez. Es lo que deberían hacer, aunque todos sepamos que es una tomadura de pelo y no se hace, pero resulta realmente inquietante escuchar estas cosas que se dicen entre ellos como en una reunión de borrachos de bar. Una reunión de hombres blancos adinerados, por supuesto.
Comentarios