Confuso está el recuerdo de aquel primer teatrillo visto en un tiempo ya lejano, en la infancia, a la espera de la llegada de la razón y de sus usos. La vida, al fin y al cabo, es una sucesión de teatrillos y de sin razones o con razones. Y pregunto, pues sigo sin saberlo, habiéndolo preguntado muchas veces: ¿De dónde llegó la razón? Aquel teatrillo fue de títeres, o de marionetas, o de muñecas, o de muñecos, manejados por medio de hilos y cuerdas, por uno, llamado el manipulador, o por una, llamada la manipuladora, y desde arriba.
Aquel espectáculo festivo y por San Mateo fue en el ovetense Paseo del Bombé, el del Campo de San Francisco, cerca del quiosco de la música; subido al cual, en lo más alto, una pareja de pavos reales mostraba sus colas que, extendidas, eran como soles, graznando el ¡glú--glú! pavero. Más tarde, y como siempre ocurre, de la admiración pasaría a la decepción: primero fue al saber que esos pavos ovetenses, desplumados, eran como vulgares gallinas, de vuelo, naturalmente, gallináceo; después, la mayor decepción fue ver que la belleza delantera, extendida la cola, permitía ver la fealdad del trasero, con un agujero muy escondido, estando la cola recogida, y destapado estando la cola extendida.
Y por allí cerca estaban los guardias, los llamados «vallaurones», de mirada torva y gesto grave, cuya función básica era vigilar que los niños no pisaran los prados verdes del Campo como los del Edén, que sólo estaba permitido el «Martes del Campo», día del «Bollu preñao». Los grandes sombreros de los «vallaurones», vestidos «a lo explorador», escondían las brillantes calvas de los guardias, que, por eso mismo, por el lucimiento, eran como cascos de guerreros de Prusia.
Y más del teatrillo o retablo de títeres: Recuerdo que también hubo títeres o marionetas en el llamado «Entoldado», lindante con el Hospicio. En la ciudad de Oviedo hubo varios «entoldados», no por necesidad de tapar lo indescriptible, que también, sino para evitar empaparse del «orbayu». Dos, pues, teatrillos de títeres, acaso otros más: uno, en el Campo de San Francisco y otro, junto al Hospicio, éste a cargo de monjas, Hijas de la Caridad, «tocadas» con rígidas telas almidonadas y blancas y enormes como para volar.
Era espectacular ver, por el elevado número, a tantos niños y niñas, con la compañía de las monjas, llamadas las «vicentas paules», salir o entrar en el Hospicio de la Beneficencia Provincial, en fila larga de a dos. Pasaban todos, también las monjas, junto al recibidor en el que se encontraba el «torno», para mover, dando vueltas, por manos anónimas. Más abajo, en la misma calle y acera, estaba el Colegio La Milagrosa, también de las «Hijas de la Caridad», ya no beneficencia sino de pago barato, según decían.
Y para excitar a la concurrencia infantil, que presenciaba el teatrillo, unas marionetas o «figuras» eran de los «buenos», muy buenos, armados con estacas, y otras de los «malos», muy malos, que, desarmados, recibían estacazos de gran violencia y furia. Eso recordé cuando más tarde estudié a Carl Schmitt, explicando su teoría de los amigos y enemigos.
Daba lo mismo que el cuento fuera de «Caperucita Roja» o de «Blanca Nieves», pues en un caso el lobo y en el otro la madrastra, por malos, muy malos, brujas y demonios, recibían los estacazos quedando casi descabezados en el retablillo de madera. Los estacazos trajeron cola, pues también hubo muchos, muchísimos, y mucha violencia también en los «Dibujos animados» para niños. ¿Por qué tanta violencia, en espectáculos infantiles?
A partir de tiempo tan temprano, siempre vi y para siempre, a la maldad en el lobo y en las madrastras, en las brujas y en los demonios. Más la cosa pronto se complicó, pues la distinción entre lo bueno y lo malo, comenzó a ser y estar confusa, no siendo todo ni tan bueno ni tan malo (a eso tan antiguo, hoy se le llama el «relativismo»).
Se puede empezar pegando a los malos y acabar pegando también a los buenos. Que, como escribiera Cervantes en su «Retablo de las Maravillas» (Chirinos lo cuenta para que lo oiga Benito Repollo, estando presente el escribano Pedro Capacho), es propio y natural «que la encina diese bellotas, el pero, peras; la parra, uvas; y el honrado, honra»; pero lo que no dijo Cervantes, que tuvo experiencia de cárcel, es que los malos sean siempre malos y haya que darles estacazos sin parar.
Siempre pensé, con aquellos antecedentes infantiles, que el teatro, cualquier teatro, era de furia y estacazo; que todo teatro era furioso. «Teatro Furioso» calificó Francisco Morales Nieva (Francisco Nieva) a su teatro, antes de llamarlo de «Farsa y de Calamidad». Un Francisco Nieva dramaturgo, pianista, actor, compositor, novelista, poeta, escenógrafo, bailarín y pintor.
Y un Francisco Nieva, hombre más de cortinones que de visillos y manchego como Antonio Gala; persona de teatro como Antonio Gala; de la Real Academia de la Lengua, F.N (Francisco Nieva que no Fuerza Naval), a diferencia de Antonio Gala que nunca fue académico por escribir bobadas y majaderías como «La pasión turca».
Y para leer a Francisco Nieva, hasta compré durante un tiempo el diario «La Razón» en el que escribía Nieva en los últimos años de su vida. El domingo 15 de marzo de 2015 (moriría en noviembre de 2016), Nieva, en la página 32, de «La Razón», escribió un largo artículo, que tituló «Lo teatral», señalando que «la esencia de la teatralidad está más en ser una gran mentira que dice la verdad, como afirmaba mi amigo José Bergamín». Atraído primero por lo «furioso» y luego por la «mentira que es verdad», en el año 1976, fui al Teatro Fígaro en Madrid a ver dos furias y dos verdades: «La carroza de plomo candente» y «El combate de Ópalos y Tasia», una detrás de otra. Ejemplo ambas de embrujo y de lo goyesco, protesta y rebeldía, de ruptura de cánones y de una desinhibida sexualidad. Y para ejemplo, lo siguiente:
--Frasquito (barbero sin vergüenza):
«Sois rey. Sois Luis III por la gracia y buen detalle de Dios, que tiene esas atenciones».
--Luis III (interpretado por Laly Soldevila y desde la cama real:):
«Vete al cuerno, Frasquito; los calendarios también equivocan».
--Frasquito
«Los españoles siempre hemos creído en los calendarios. No hay que creer en los periódicos».
--Luis III
«Eras muy fresco, barbero, pero anda, quítate los zapatos y ven a mi lado. Dame un poco de calor, que estoy aterido».
--Frasquito
«¡Caramba! ¿Qué hay aquí dentro?».
--Luis III
«Mi gata Dominga y sus tres crías. No puedo dormir sin ellos y ellos sin mí».
--Frasquito
«¡La Monarquía ideal! Reinar sobre cuatro gatos».
Anteriormente, en 1973, fui al Teatro Eslava, también en Madrid, para ver «Anillos para una dama», de Antonio Gala, escritura de danza y vericuetos de Jimena (aclaro que la tal Jimena, también asturiana, no era la mujer política socialista de ahora, amiga de Barbón, sino la mujer de El Cid, ella considerada y él calificado, con mucha razón, de Campeador). En un relato medieval, casi un Cronicón de época, entre relevantes y sabrosos, se escribe: «El fuego de la chimenea se extingue. Quedan algunas brasas. Jimena se acerca a su marido y pone sobre sus rodillas una piel de borrego».
La excelencia de los títeres y los muñecos japoneses, al igual que las músicas de bambú, no ensombrece a las marionetas occidentales, las mejores, que son, por orden riguroso, las napolitanas, sicilianas y las demás del Mediterráneo, tales como las francesas y españolas (catalanas, valencianas, andaluzas, incluidas las de Marbella). Y es que el Mediterráneo es el «mare Nostrum», casi como la «Cosa nostra».
Un «nostrum» que ha descubierto lo de que, para bien delinquir y convertirse en «megarricos», son precisas dos cosas muy mafiosas, como no dejan de proclamar los sicilianos mafiosos: cortejar (1) al Estado y a sus funcionarios, haciéndose fotografías todos juntos y corrompiéndolos y rodearse (2) de títeres y «figuras», delinquiendo todos, el manipulador, los títeres y las figuras. La paciencia de los titiriteros ha de ser grande, pues deben soportar que oficinistas y secretarios, los insulten llamándoles ladrones. Precisamente para no ser tratados de eso tan feo, hasta hacen alardes de amor al prójimo y otras caridades con el acuerdo y sonrisas del manipulador «padrone». Y pregunto: ¿En cuál parte de la geografía física, aunque no sea en el Mar Mediterráneo, sino en otro mar, también muy político, los caciques son idolatrados? ¿Acaso también aquí? Esto es una cuestión política esencial, de la cual confieso ser casi ignorante.
Lo escribió Rafael Chirbes, literato y «sanchista», aunque del otro, de Sancho Panza, el rojo de Barataria, pues vio con acierto que la literatura consiste en descubrir lo que se quiere decir por debajo de lo que se dice «por arriba». Y a otro literato también ya fallecido, le preguntaron si era mafioso ?lo que nunca se debe hacer por imperativo de delicadez--. Extrañamente contestó que sí, pues era él mismo el manipulador, que movía los títeres, los titiriteros, las marionetas y las figuras.
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