Si el fútbol fuese ajedrez, Rodri sería el alfil, la torre, el caballo, el peón… Con Rodri se premian las diagonales que provoca un alfil con un balón que deja solo desde atrás a un delantero. La asistencia mágica de gol con la varita de la bota. Con Rodri se premia al tipo rocoso, a la torre, que es el único que sostiene al equipo cuando a ningún jugador le quedan pulmones. Los mediocentros saben cómo quema el oxígeno al entrar y salir en los minutos finales, cuando ya no hay fuerzas. Los mediocentros, con los laterales que de verdad son carrileros, son los que más kilómetros hacen en un encuentro, saltando millas y más millas como un caballo salvaje por los acantilados de San Andrés de Teixido. Doce, catorce kilómetros, una barbaridad. Con Rodri, además, se distingue la evolución del mediocentro defensivo como dijo él en el discurso de aceptación del Balón de Oro. Ahora el mediocentro, además de defender, tiene que finalizar. Debe amenazar y marcar. Debe saber dar también el último pase dentro del barullo del área, donde los genios como él han aprendido a moverse en una baldosa y colar el balón por el ojo de un alfiler entre siete defensas para dejar solo al compañero. Rodri ha marcado tantos claves y ha dado asistencias de gol inauditas para un tipo con su físico. Rodri, aparte de alfil, de torre, de caballo, es peón. Siempre está. Así nacieron en el fútbol moderno los mediocentros. Son los fontaneros. Él es de la estirpe de Busquets. Nunca un mal gesto, nunca un insulto. Nunca una mirada de odio.
Con Rodri gana el currante, el electricista, las pymes, los que suben las persianas de las tiendas cuando aún no amaneció. El que aprieta los dientes sin aspavientos y sin crispar. La España que trabaja. El tipo que es el primero en remangarse, el del mono de trabajo. El que pone las calles por las mañanas y el que enciende las luces de las farolas por la noche. Solo si se ha jugado al fútbol se entiende lo que se valora al compañero que siempre aparece cuando tú no puedes más. Al que sigue corriendo cuando los demás se retuercen por el césped con calambres. Premiar aquel año al central Cannavaro sí que fue un disparate. Alejarse de los goleadores de postín y pólvora y apostar por un mediocentro que es el seguro, el candado, la caja fuerte de un equipo, es un acierto. Si Rodri fuese jugador de tenis, sería Nadal y Alcaraz a la vez. Tiene la potencia de Nadal, pero vuelve como un rayo hacia atrás como Alcaraz. Con una zancada amplia y tan elegante que sus piernas parecen un compás. ¿Por qué le ha ganado Rodri a Vinicius? Lo dijo sin darse cuenta Rodri en esa tribuna de París a la que el Madrid se negó a ir olvidando su propio himno (el Madrid al perder, da la mano): «Soy un hombre que juega al fútbol por amor». Pero, sobre todo, subrayó que primero era persona. El Rodri persona superó al Vinicius personaje, del que hasta en su club en silencio están hartos. Con Rodri se le hace justicia a Iniesta y a Xavi. Con Rodri gana la clase media, esa que sostiene los países y que los políticos se están empeñando en cargarse.
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