El reino de los tontos

OPINIÓN

Rubén Gisbert, durante su conexión con «Horizonte»
Rubén Gisbert, durante su conexión con «Horizonte» MEDIASET

14 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que llegó la catástrofe meteorológica a Valencia o Albacete, tengo una sensación de horror difícil de controlar. No solo por las terribles imágenes que hemos podido ver en televisión y en redes sociales, eso entraría dentro de lo normal para cualquier ser humano. La cosa va más allá. La avalancha de influencers, youtubers y vividores en general aportando su visión sobre lo que allí ocurre, una visión apuntalada en el altísimo concepto de sí mismos que tienen y, para qué negarlo, en las ansias de amasar dinero, ha calado profundamente en el imaginario colectivo incluso entre quienes no son muy asiduos a las idioteces habituales de esta gente. 

Todos los días, durante esta semana, he visto en las redes sociales a las que soy asiduo a personas a las que considero racionales pidiendo que si quieres ayudar a los afectados por la DANA, no lo hagas a ninguna asociación u ONG de las que llevan décadas dedicadas a estas cosas. Es preferible, dicen, comprar lo que sea y dárselo a un conocido que vaya a viajar a Valencia para que lo lleve. Eso por no hablar de la desconfianza hacia nuestras instituciones regadas por el principal partido de la oposición que pretende que no hablemos de lo que realmente está mal. Hay una tormenta después de la tormenta. He perdido la cuenta de los vídeos que he visto en los que advierten de la maldad de las instituciones, de que nos ocultan cifras de muertos, de que lo ocurrido es fruto de un genocidio programado y otras miles de tonterías. Solo había que desplazarse a los lugares afectados para poder inventarse cosas con el respaldo de las espantosas imágenes. Vivimos con los diagnósticos delirantes de auténticos capullos expertos en absolutamente nada y lo que es peor, con gente amoral que vive con el dinero y la seguridad que otorga el aplauso fácil. 

También hemos tenido que lidiar con las impresentables mentiras de los creadores de bulos profesionales, con un idiota que se revolcó por el barro para dotar de más dramatismo su aparición analfabeta en un programa de máxima audiencia y con el enojo del jefe de ese programa cuando ha visto cómo le han pillado y puesto en la diana, un tipo que ha pasado de hablar de fantasmas a contar fantasmadas y que asegura que alguien está pidiendo su cabeza, como si la tuviera, y amenaza con arrastrar no se sabe muy bien a qué otros en su caída. Estos días hemos visto cómo funcionará el mundo cuando los idiotas lleguen al poder. En Estados Unidos incluso han decidido ponerlo en práctica.

Este ambiente no es inocuo. Es el ambiente en el que esta gentuza sabe que puede sacar algún beneficio. El objetivo no es que creas en ellos, eso es lo de menos. El objetivo es sembrar la desconfianza generalizada hacia cualquier cosa para que la gente termine por no creer en nada. Eso beneficia a tipos como Alvise. Y, finalmente, aunque no consigan sus objetivos políticos, que los tienen, el principal beneficio que se obtiene llenando de basura cualquier asunto que ocurra, por terrible que sea, es el económico. Esta gente está ahí principalmente por el dinero. Dotarse de una falsa imagen de solidaridad y compasión llenando camiones con supuesta ayuda está lejos de ser algo con lo que un influencer de los de verdad pierda dinero. Ese dinero se recuperará y superará por medio de clics y visitas a las redes sociales de estos personajes lamentables. Es una solidaridad que en realidad solo es una autosolidaridad. Esta gente obtiene un claro beneficio con sus chorradas. 

Como soy viejo, el otro día aporté la ayuda que pude a una ONG conocida para los afectados por la DANA. Estoy convencido de que es mucho mejor hacer eso que hacer una compra en el súper y dársela a cualquier Pepito con su furgoneta. Pueden llamarme boomer o lo que se les antoje, pero su actitud, espoleada por los influencers, es lo que está llevando a Elon Musk a ocupar un cargo en el inminente nuevo gobierno de Donald Trump, nada menos que un recién inventado Departamento de Eficiencia Gubernamental. El sueño húmedo de todos estos cuñados es poner a un alucinado fantoche al frente del control de los gastos que se les antojen, algo que solo se hacía antes en forma de fantasía en las barras de los bares y en los puticlubs, y esto es una receta segura para el desastre. No es que yo sea viejo para entender el mundo que viene. Lo que ocurre es que el mundo que viene es aterrador.