Desorganización, descoordinación, abandono… estas son las quejas más recurrentes de los ciudadanos valencianos afectados por la devastación del martes 29 de octubre. A la espera de que las investigaciones determinen los motivos por los que las advertencias y su gravedad no llegaron a tiempo a las zonas potencialmente peligrosas, nos vemos obligados a presenciar el bochornoso espectáculo de algunos responsables políticos intentando zafarse de las críticas, más que justas, de las decenas de miles de afectados. No solo no se advirtió ni se tomaron las medidas que hubieran podido minimizar los efectos de la riada, sino que la ayuda tardó en llegar y lo hizo de manera poco efectiva.
Una vez más, la solidaridad de los ciudadanos que decidieron ponerse las botas, coger escobas y palas y llenar sus mochilas con agua y alimentos no perecederos ha suplido la lenta y descoordinada actuación de las autoridades. Caminando, en bicicleta o en autobús, han llegado a las localidades que más les necesitaban, más tarde de lo que les hubiera gustado hacerlo por el manifiesto desbordamiento de los coordinadores. Más se demoró la llegada de la maquinaria pesada, no solo porque su transporte es más lento sino porque las pocas vías operativas estaban colapsadas. El ejército apareció en cuanto se solicitó su presencia. Nada podemos hacer por todas esas personas cuya vida fue arrasada de manera tan fulgurante, pero sí debemos aprender de esta terrible lección e intentar paliar, en la medida de lo posible, que estos recurrentes fenómenos meteorológicos tengan consecuencias tan devastadoras.
El mayor antecedente fue la gran riada de octubre de 1957, que se llevó por delante la vida de 81 personas y ocasionó enormes pérdidas económicas. El régimen franquista decidió tomar cartas en el asunto y optó por construir una obra faraónica para desviar el cauce del río Turia hacia el sur. El coste económico tuvo que ser afrontado con un gran incremento de impuestos a los valencianos y, además, originó graves consecuencias ecológicas al provocar la desaparición de la rica huerta de la capital. Sin embargo, gracias a ella, en esta ocasión la mayor parte de la ciudad de Valencia se ha salvado del desastre.
Sesenta y siete años después, la orografía, la geología y la descontrolada acción del hombre, junto con la ingente cantidad de agua caída, generaron una trampa mortal de lodo y escombros. En nuestras manos está no solo ayudar a la recuperación de las poblaciones arrasadas, sino reconstruir para que este desastre no se vuelva a repetir. Reflexión, planificación y decisión. Entretanto, nuestra solidaridad y nuestro afecto para todos los damnificados.
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