Hace más de un siglo el escritor valenciano Francisco Blasco Ibáñez publicó la novela Cañas y barro, que fue más bien conocida por la serie televisiva. Pasa lo mismo con Rafael Chirbes. Una tarde, conversando con una profesora de Catalán de un instituto de Alicante (en serio, catalán en Alicante), le hablé de Chirbes, valenciano como Blasco Ibáñez, y me dijo que no lo conocía; o sea, que ni idea de uno de los mejores escritores nacionales de los últimos 30 años, ni idea de una letrada en letras; aunque de pronto exclamó algo así como: «¡Ah, claro, echaron hace poco una serie de una de sus obras en la televisión valenciana!». Más adelante volveré a citar a Chirbes.
Viene esta introducción a cuento, como se habrán imaginado, de las cañas, el barro y la hecatombe que anegaron vidas, propiedades y tierras, muy singularmente en la Comunidad Valenciana, que trataré de abordar desde tres primas.
Primero: El «enloquecimiento» de la Naturaleza acarrea en ocasiones estragos de una magnitud no siempre prevista. No obstante, en el caso presente se añade el fenómeno indiscutible para toda persona sensata, no maligna, de que la Tierra, desde los comienzos del Plioceno (período geológico que va desde los 5,3 a los 2,6 millones de años), nunca alcanzó las temperaturas globales actuales, cerca de 1,5 grados superiores, y solo en los últimos 270 años, lo que señala al hombre como el causante del efecto invernadero por acumulación de CO2 y otros gases emanados de las actividades económicas depredadoras. Y las consecuencias de este fenómeno, cada vez más repetidas y arrasadoras y sostenidas en el tiempo, ha impulsado a algunos geólogos a hablar del fin del Holoceno (unos 11.000 años hasta 1750) y el inicio del Antropoceno, o la capacidad humana de alterar gravemente la Naturaleza y a un ritmo pavoroso. Nos han explicado estos días desde la AEMET y los informativos que la presente DANA (acrónimo de Depresión Aislada en Niveles Altos) se ha formado por tres factores: aire frío en altura, vientos fuertes de Levante y las aguas del Mediterráneo, impropiamente elevadas y húmedas, donde utilizamos el adverbio «impropiamente» para reseñar justamente el calor que se está acumulando en este mar interior.
Los conspiranoicos y negacionistas del cambio climático, que a nuestro juicio ya no tiene vuelta atrás y seguirá su progresión (antes de finales de siglo no es descabellado registrar un aumento de la temperatura de hasta 3 grados, lo que representaría el colapso dela biosfera), son, los antedichos, casualmente, partidos, grupúsculos y plataformas de extrema derecha, aquí y en todo el mundo, que ve con algarabía cómo la chuma amplifica sus tesis a través de las redes (a)sociales. Estos mezquinos están lanzando una cruzada contra los científicos, sea de la rama que sea (ahora el objetivo son los meteorólogos), en línea con los que quemaron a Giordano Bruno y Miguel Servet.
De hecho, uno de estos infames cárteles, que deberían ser juzgados y condenados por los daños que ocasionan a la humanidad, ha anunciado que denunciará a la presidenta de la AENET, María José Rallo del Olmo, por negligencia en los avisos de la DANA, lo que tiene huevos. Desde luego, este cártel pondrá la denuncia en la guardia de un juez «propicio», que la arrastrará por el fango indefinidamente, tal y como está sucediendo con Begoña Gómez (para comprender este caso, se han de leer los sucesos «kafkianos» que vive Josek K., el protagonista de El proceso, de Franz Kafka).
Segundo: A este factor humano se le ha de añadir otro, impulsado resueltamente por el hipercapitalismo devastador, cual es la concesión de los ayuntamientos a los constructores, uno de los gremios más «sucios» del tejido social, para levantar edificaciones en zonas inundables (mi piso se encuentra en una de ellas; en la Comunidad Valenciana se estiman en medio millón las personas en esta situación). España está exhaustivamente cartografiada y se detallan los lugares en los que no se debe construir, pero los regidores y sus servicios técnicos no siempre atienden estas recomendaciones que, por fin, la Ley del Suelo las convirtió en obligatorias, aunque ello no es obstáculo para la voracidad de los implicados cuando hay millones y millones de euros al alcance de la mano, y en el Levante español el furor por el hormigón tejió una mafia de proporciones colosales. Uno puede acercarse a este fenómeno a través de la literatura, por ejemplo con la novela Crematorio, de Rafael Chirbes. El cemento que arrasa el manto vegetal, sin el cual la tierra es barrida por las lluvias, como le ocurrió a Éfeso en el siglo IV; el cemento que expone a las poblaciones a su suerte, el cemento que «premia» la vida en la ciudad y deja maltrecho al campo y a sus cosechadores.
Tercero: De nuevo la pasta. Las derechas, ahora, además, cabalgando sobre los vientos ultras que barren el globo, están a su vez barriendo lo público, todo lo público, eso público que se hace cargo como puede de los damnificados por las hecatombes, como la del coronavirus y la de esta semana. Al igual que cuando gobernaba Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha, Carlos Mazón redujo las partidas de los servicios de protección civil en la Comunidad Valenciana, en línea con la cirugía de amputación en sanidad, educación, asistencia social…, en beneficio de lo privado, y el modelo a seguir es el de Madrid, donde los lobbies se están forrando. Mazón, en «compensación» y aplaudido por Vox, incrementó las subvenciones de espectáculos propios del Impero romano: léase los toros, su tortura y muerte.
Desde luego este empequeñecimiento de lo público hubo de contribuir a la actuación tardía de la Generalidad, amén de su incapacidad para hacer frente a la crisis. Recuérdese: la semana pasada la AEMET avisaba de la DANA; el mismo martes 29, antes de la ocho de la mañana trasladaba a las autoridades regionales la información de que la depresión alcanzaría el nivel más alto, el rojo. Al mediodía, volvió a insistir. Una hora después, Mazón anunciaba que dejaría de llover a las seis de la tarde (ese vídeo con esas declaraciones ha sido borrado). Otras dos horas y pico después de las seis, llegó a los teléfonos móviles de la población el aviso de que se aproximaba el horror, cuando el horror ya había llegado. Un chico recibió la alerta subido a un árbol para que no le llevara la riada. Miles de personas lo recibieron cuando sus coches empezaban a estar rodeados por las aguas o estaban anegados por ellas (¿cuántos móviles sonaron en los bolsillos de ciudadanos ya cadáveres?). En la residencia de ancianos de Paiporta, los trabajadores no tuvieron tiempo de trasladar a todos los internos a las plantas superiores y se ahogaron seis. La relación del PP con las residencias de los menesterosos que no pueden pagar las reservadas a la pijería está siendo un tanto morbosa.
Es fatalmente contradictorio, o sea, descarada y patéticamente hipócrita, autodefinirse como un partido popular y condenar a ese «pueblo» al ostracismo. Pero esta estrategia tan falaz como mezquina, al menos, les sirvió para ganar las últimas elecciones autonómicas y municipales. El futuro nos dirá si este cruel proceder tiene futuro.
Cuando todavía algunos cuerpos no se habían enfriado por completo, Núñez Feijoo arremetió contra la AEMET y contra Pedro Sánchez, que había pactado con Mazón no relevarle al mando del gabinete de crisis, en un gesto de respeto institucional. Y es aquí donde Sánchez se equivocó: no vio las insuficiencias de Mazón. Incluso el gallego quiso arrebatar a Sánchez el papel de presidente, consiguiendo, bien al contrario, como hacen los babuinos, enseñar el culo. Va a resultar bueno para España que Feijóo siga al frente del partido «popular».
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