Parecieran erradicados algunos comportamientos proscritos. Sean los de expolio de lo público y la corrupción, o los abusos y la violencia de hombres contra mujeres. En proceso de cierre la mayoría de los casos de tiempos viejos, sean la Gürtel, o las ranas de la Comunidad de Madrid de Aguirre, o los ERE andaluces, estalla con toda su potencia el caso Ábalos, un exministro del PSOE envuelto en turbios asuntos que cuestionan su idoneidad, incluso para ser un limosnero en organizaciones mendicantes, alternativas desde el siglo XIII a los monasterios benedictinos. Pero el caso de los limosneros, un clásico en las organizaciones políticas, pareciera controlado luego de los penúltimos escándalos y sentencias.
Por más que permanecieran otro tipo de usos en torno al poder —adjudicaciones en contratos menores parcelados o relaciones familiares o amistosas en torno a ellas— y las oportunidades nacidas en el caos y las carencias de la gran crisis sanitaria del covid. Por más que un repaso a obras publicas de los últimos treinta años, y su deterioro prematuro, nos haga cuestionar tal gestión de lo público. Pero el caso Ábalos, y otros en torno a las mascarillas, afectan a la honestidad y gestión de las organizaciones políticas y sus hijuelas, pero quedan lejos de la violencia machista y el sometimiento de las mujeres por los hombres.
Si en el caso de los limosneros se observan algunas diferencias entre los de derechas e izquierdas, en el caso de los predicadores —la otra estructura capital en la actividad política— las diferencias en discursos y admoniciones son, o parecen, abismales. En torno a derechos de la mujer o a la violencia machista. Por ello, la eclosión del caso Errejón, con un comunicado infame sobre su culpabilidad, responde a una singularidad propia. Errejón, además de las agresiones sexuales denunciadas, partía de una posición predicadora de elevado reconocimiento por propios y ajenos. Su retórica reconocida, así como su elocuencia, o arte de la persuasión, le dieron gran poder y capacidad en el mundo de la izquierda. Algo que al parecer le dotó de una impunidad miserable. La impunidad de las organizaciones, que permanecen paralizadas.
A la espera de que estas organizaciones, que acogen a predicadores en beneficio propio, den explicaciones y alternativas consistentes para blindar la reivindicación feminista, la protección a las víctimas y las alertas ante misóginos, depredadores sexuales o sencillamente machistas, sin que las mujeres, para sobrevivir, necesiten estar sometidas al designio del hombre. Estremece la ceguera de las organizaciones, también el sufrimiento de las víctimas, y la perplejidad de Rita Maestre, su expareja, o de otras mujeres sometidas a su abuso. En la esperanza de que condenas judiciales como la de Plácido Domingo o las de Trump —predicador y limosnero— confirmen lo que hoy se conoce. Con análisis y explicaciones debidos de quienes los auparon y aprovecharon, pero también de un mundo con voluntaria ceguera.
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