Existe gente capaz de ver comunismo en todas partes. Cientos de docenas de personajes limítrofes están convencidos de que en España vivimos bajo un régimen comunista. La semana pasada, un señor propietario de cinco pisos dijo en un debate televisivo que no va a tolerar que ningún comunista le diga lo que tiene que hacer con sus viviendas. Huelga decir que, en el caso de que viviéramos bajo un régimen comunista, las posibilidades de negarse a que un comunista le diga qué debe hacer con sus viviendas, varias, que no domicilios, serían más bien escasas.
En este país hay una alergia a lo común, que no al comunismo en sí, que hace que muchos españoles caigan en el abismo de la demencia más absoluta. Tras el pánico delirante a cualquier tipo de intervención, por necesaria que sea, en la economía o en los desastres comunes a todos, aunque no suele haber diferencias entre estos dos asuntos, se esconde un cobarde egoísta o alguien que necesita de las caricias en el lomo de los cobardes egoístas alucinados con el fantasma de la intervención del estado, un fantasma que en España no se suele aparecer más que para beneficiar a los ricos. Cuando ese fantasma se nos aparece a los demás, suele hacerlo de forma tenue y apenas perceptible, pero desata las iras de todos los cretinos empeñados en ver comunismo en cualquier tipo de intervención estatal. Esto es así con la vivienda o con la reducción de la jornada laboral, dos asuntos de los que se habla mucho pero que no se han puesto en marcha en casi ningún lugar de España, o con la reducción de la tasa permitida de alcohol al volante que no hace mucho hizo correr ríos de etílicas lágrimas entre los ardientes defensores de una libertad que suele limitar considerablemente la de los demás. Todo lo que no les gusta es comunismo. Jamás el comunismo resultó tan atractivo, francamente.
De entre todas las cosas necesarias que esta gente cree que son comunismo y contra las que deben luchar, la más fascinante, la más inquietante, es la guerra contra los servicios meteorológicos públicos. Con la osadía que proporciona el ser un majadero, los lunáticos negacionistas del cambio climático, que van desde los que creen que el gobierno controla el clima hasta los que piensan que todo es un montaje de la Agenda 2030 de la que solo conocen el nombre, llenan las redes sociales de estos necesarios servicios de mensajes conspiracionistas acusando a los meteorólogos de mentir o manipular. Este pánico al comunismo de los servicios meteorológicos es, al parecer, común entre casi toda la ultraderecha mundial debido a que, bueno, ningún comunista me va a decir si puedo o no ponerme a bailar desnudo en la calle durante un huracán pues, además, siempre ha habido huracanes y no siempre hubo servicios meteorológicos y mi abuelo se levantaba a las tres de la mañana para combatir los huracanes a pedradas. Eran otros tiempos en los que no nos gobernaba la dictadura feminista homosexual y comunista. Un famoso tuit del líder de la ultraderecha Santiago Abascal calificaba a una supuesta secta climática, esto es, a los no negacionistas del cambio climático, de sufrir una total desconexión realidad y de tener «versiones apocalípticas». Cuando Filomena estaba a punto de asolar la península con uno de los peores temporales de nieve que recuerda este país, hubo opinólogos muy ofendidos por los avisos que llegaron al móvil de todos los españoles como advertencia ante la que se nos venía encima, tachando de «pitido orwelliano» e intervención intolerable en la vida privada de los españoles algo que no solo se demostró necesario, sino que se quedó corto.
Mientras observo aterrado lo que está ocurriendo con la DANA en Valencia o Albacete, no puedo evitar pensar en todo esto y en que el anticomunismo no es el simple rechazo a una ideología. Es más que eso, es una lucha contra lo común y en favor de lo privado, tenga los inconvenientes que tenga, aunque se tenga que negar la realidad. Y la realidad es tozuda, a la realidad no le importan tus propiedades ni tu libertad por encima de todo y todos. Me temo que vienen malos tiempos, pues la principal lucha que debemos enfrentar de cara al cambio climático, es la defensa de lo común. Hay serias posibilidades de que medio planeta acabe gobernado por personas a las que lo común se la trae al pairo, y en el caso de que lleguemos a eso, o que nos adentremos todavía más en eso, la humanidad estará perdida. Mientras el planeta agoniza entre propiedades privadas, resulta que la única solución es la intervención estatal. Llámalo comunismo si quieres, yo no me voy a oponer.
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