Empeñados estamos en Europa en despeñarnos una vez más con los resultados en Estados Unidos. Como si votásemos allí. Seguimos dando por hecho que ganará Kamala Harris. Menos mal que los últimos sondeos ya anuncian que los resultados están muy ajustados y que todo es posible, incluso que Donald sea presidente impulsado por Elon Musk. El problema es que vemos el planeta desde el ombligo del viejo continente. Somos eurocéntricos perdidos y así nos va, condenados a convertirnos en un museo, en una reliquia, como no espabilemos.
Hagamos caso de esos estudios recientes que dicen que Kamala y Donald están muy igualados y que todo se jugará en esos estados claves que no se decantarán hasta el último momento. Kamala no está logrando los apoyos necesarios entre las minorías, como se creía. Y hay partido para ese segundo martes de noviembre. Los demócratas lo están dando todo. Obama movilizado. Clinton movilizado. Pero los fieles de Donald no dejan de crecer. No conocemos Estados Unidos, el país donde hay más creyentes de las teorías de la conspiración. Hablamos de un país inmenso, en el que el movimiento Q o QAnon tiene mucha fuerza. Son los que impulsaron e impulsan las mentiras más gigantescas, pero con las que comulgan como si fuesen una fe. Los que se tragaron que Hillary lideraba una red de tráfico de niños. Los que creen que su amada tierra de las barras y estrellas está amenazada por miles de soldados chinos que están acuartelados al otro lado de la frontera de México esperando la orden para invadirlos. Las reuniones sobre que la Tierra es plana todavía reúnen a miles de personas en distintas localidades norteamericanas. Son esas teorías de la conspiración las que en su día los llevó a intentar tomar el Congreso, disfrazados de las maneras más estrafalarias.
Estamos en un sitio en el que muchos piensan que Elvis y Michael Jackson están vivos y quedan de vez en cuando juntos. Son los que repiten que el ataque del 11S lo organizaron los servicios secretos de su país o cuando menos dejaron que sucediera para recortar los derechos civiles y convertir la democracia en una dictadura. Los que se tragaron que en las vacunas del covid te inoculaban un microchip para tenerte totalmente controlado. Los que dicen y proclaman en público y en internet que la tecnología del 5G controla las mentes. Los que devoran cientos de páginas web en las que se explica sin rubor que Angela Merkel es hija de Hitler y en las que se añade que Donald Trump es un ángel, contra el que resulta imposible atentar por ser el enviado de Dios. Toda esta gente también vota. Los adoradores de la existencia del Área 51 del Ejército estadounidense, donde se realizan, según ellos, contactos con formas de vida extraterrestre. Hay mucha gente sensata en Estados Unidos. Pero también una legión de seguidores, narcisistas colectivos, que creen en el lema de QAnon, «donde va uno, vamos todos». Se creen sus propias mentiras y son propensos a buscar enemigos imaginarios. Ahora, el enemigo es Kamala Harris y todo lo que ella supone.
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