RAE: Empatar, sinónimo de igualar, hacer iguales a dos personas.
A dos semanas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump aparecen empatados en el posible resultado electoral. Pero lo más importante —y que no se destaca— es que están empatados —igualados— en el objetivo de seguir ejerciendo el poder sobre el resto del planeta. Están unidos para llevarlo adelante, pero también están muy enfrentados en cómo hacerlo. La vida hegemonista de su país —en el ocaso imperial— les va en ello.
La sorpresa de octubre, empatan contra el mundo
Harris y Trump empatan en mantener y ampliar la superioridad militar de la superpotencia estadounidense, en respaldar el genocidio de Israel, en imponer un mayor sometimiento a los países bajo su dominio, y en enfrentarse a los pueblos y países que buscan escapar de las imposiciones de su hegemonismo.
Trump y Harris empatan en la agresividad contra China, en ampliar la presencia militar en Asia-Pacífico, en boicotear el acceso de Pekín a la alta tecnología, y en imponer restricciones al comercio con China, aunque eso perjudique la globalización. Harris y Trump empatan en multiplicar el saqueo a los países y pueblos del mundo.
En estas elecciones presidenciales hay mucho en juego, demasiado en juego para la clase dominante estadounidense, que está agudamente dividida en dos fracciones representadas ahora por los candidatos Harris y Trump.
El ocaso oculto de Estados Unidos
Desde 2001 hasta 2023 el PIB estadounidense se ha más que duplicado, pero su deuda se ha multiplicado casi por seis. Ha crecido a costa de endeudarse. Por cada dólar de más en su PIB desde 2001, la deuda ha aumentado dos dólares.
Se debe, en primer lugar, a que Estados Unidos pierde peso, porque lo ganan los países emergentes del Tercer Mundo. Desde 1999 la participación estadounidense en el PIB mundial ha caído siete puntos, mientras el de China es 14 puntos más, y el del conjunto del Tercer Mundo 23 puntos mayor. En segundo lugar, a la superpotencia le cuesta más mantener su hegemonía, principalmente a causa de un gasto militar disparado que se ha triplicado desde 1999.
El resto del mundo financiamos obligatoriamente su hegemonía mundial. Su deuda externa neta asciende a 18 billones de dólares, es decir, un 77% de su PIB. En China es un 14%, y en los BRICS un 19,5%. Por lo que se ve, unos ahorran, y otros roban el dinero a los demás.
«Estados Unidos todavía necesita al mundo»
Así titula Condoleezza Rice su prolijo artículo en Foreign Affairs. Fue la primera mujer negra que ordenó invadir Irak en 2003 bombardeando y asesinando a miles de civiles, y mintiendo sobre la posesión armas de destrucción masiva por Irak, cuando era la superministra de asuntos exteriores e intervenciones militares —traducción de secretaria de Estado— con George W. Bush como presidente. Actualmente es directora de la Institución Hoover, un centro intelectual para la influencia política.
Destacamos sus ideas clave para Harris y Trump: «Las potencias revisionistas están adquiriendo territorio por la fuerza y el orden internacional se está desmoronando»; «el aislamiento nunca ha sido la respuesta a la seguridad ni a la prosperidad de Estados Unidos»; «el ADN de gran potencia sigue estando muy presente en el genoma estadounidense»; «Estados Unidos necesita mantener capacidades de defensa suficientes para impedir que China, Rusia e Irán alcancen sus objetivos estratégicos»; «los aliados tendrán que asumir una mayor parte del costo de su defensa. Los acuerdos comerciales serán menos ambiciosos y globales, pero más regionales y selectivos».
Las elecciones más antidemocráticas
Las elecciones presidenciales (que es jefe de Estado y de gobierno a la vez) son antidemocráticas. Es necesario inscribirse para poder votar. Por ello, la participación es muy baja —alrededor del 50%— salvo las de 2020, con un desconocido 66%.
Los votantes no son los electores. Hay unos intermediarios, tantos como el número de congresistas y senadores de cada estado. Y son los que convierten al más votado en el único votado porque los demás no cuentan. Lo que lleva a que un presidente electo puede haber perdido la mayoría de los votos. En 2000, Al Gore perdió, con 500.000 votos más, contra Bush. En 2016, Clinton lo mismo con 2.800.000 votos.
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