Sánchez y el PSOE: ¿una relación tóxica?
OPINIÓN
Sánchez milita en el PSOE desde que estudiaba económicas. Pero entró en la política activa con dificultades. El PSOE de sus amores le daba a menudo calabazas. Si llegó a ser concejal, primero, y luego diputado, fue de rebote: solo la renuncia de diversos cargos electos le permitió comenzar y desarrollar su carrera política.
Sánchez nunca había tenido un cargo relevante en el PSOE antes de ganar las primarias en el 2014 y ser secretario general. Tal vez llegar a la cúpula le reconcilió con un PSOE que hasta entonces le había llenado de disgustos y sinsabores, pero fue por poco tiempo. La crisis del 2016, en la que casi todos sus fieles lo abandonaron, al negarse a abstenerse para que Rajoy fuera investido presidente, marcó un antes y un después. Verse forzado a dimitir, y traicionado por los que creía los suyos, seguramente lo llevó a odiar a su partido y a algunos de sus integrantes. Tras casi un año de impasse, con un PSOE liderado por una gestora, Sánchez ganó por segunda vez las primarias en el 2017, con un fuerte apoyo de la militancia, pero frente a la oposición casi completa del aparato, es decir, de quienes ostentaban cargos dirigentes en el partido.
Solo un año después, una moción de censura lo convierte en presidente del Gobierno. Su relación con el partido transita entonces del odio a otra cosa, que ya no es amor. Sánchez impulsa cambios en el partido y logra una reconciliación casi plena, que implica, también, una profunda renovación y una reducción de la vitalidad, o la pluralidad interna, en los órganos del partido.
A partir de las elecciones autonómicas del 2023, sin embargo, la armonía entre Sánchez y el PSOE se empieza a resquebrajar. La derrota electoral deja al partido en una situación de debilidad extrema. Queda en la oposición en la mayoría de comunidades y ayuntamientos. Y en muchos territorios se responsabiliza directamente a Sánchez de la derrota.
El presidente reacciona anticipando las generales a julio del 2023. Aunque pierde, consigue mantenerse en el poder. Pero el coste son unos acuerdos que lo obligan a traicionar su palabra y a incumplir promesas electorales cruciales. Las encuestas recientes muestran al PSOE en declive. Buena parte de sus antiguos votantes desaprueban la amnistía. Y la oposición al cupo catalán, que se considera que favorece a una minoría frente a la mayoría, es notoria, en su partido y entre sus votantes.
El PSOE celebra en octubre su 41.º Congreso Federal. El descontento en sus filas es evidente: no solo por las críticas de González y Guerra, también por la sonora protesta de Tudanca, el líder castellanoleonés, que ha sido un sanchista de pro. Sabemos, sin embargo, que Sánchez será reelegido: es candidato único. Su difícil relación histórica con el partido, que empezó por el amor, y pasó por el odio, parece haber acabado con un PSOE sometido y casi inerme. El Congreso Federal no parece ya un mecanismo capaz de confrontar opiniones, exponer ideas y mejorar el partido desde dentro. Tal vez lo siga siendo, pero está por ver.
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