Soy un niño. Aún no sé que soy el niño equivocado. Pienso que los corazones son esponjas. Que los besos son pompas de jabón. Que puedo pintar el cielo en el suelo del parque con tizas de colores. Pienso que, cuando crezca, mi primera bicicleta será mi primer caballo. Aún no sé que las lágrimas de mi primer día de escuela no serán nada comparadas con las lágrimas que no lloré el día que se murió mi padre un domingo en el sueño helado de la morfina. Creo que siempre llegan las vacaciones y que, tras los cursos, están garantizados los veranos, en una sucesión de realidad y felicidad que compensa. Todavía no hay fantasmas. O los fantasmas que conozco son los de los dibujos animados. No me han dado mi primer beso ni lo he dado. No sé que se puede amar y odiar. El único nosotros es mi familia. Pero ya he visto a mis hermanos mayores alejarse de la mano de su pareja. No quiero crecer. Ya he dicho que soy un niño. Cuando sea un adolescente querré crecer todo a la vez y no crecer nada al mismo tiempo. Desearé ser príncipe y mendigo. Pero no he cruzado ese puente. Aún los reyes me dejan el barco pirata que pedí y estoy convencido de que soy el grumete que está en la cubierta. Soy un niño que se incendia con la fiebre. Soy un niño que no quiere salir de la bañera. Que volvería a merendar para que nunca dejen de existir las madres que nos dan las meriendas. Aún no sé que el paso y el peso de los días y de las noches lo arrasarán todo y que estaré en el desierto de los adultos, donde encontrar un oasis o un cactus puede salvarte la vida. Aún no sé en mi pequeña ciudad que hay otras grandes en las que circulan los vagones del metro y se viaja en su aliento caliente por el interior de la tierra. Soy un niño que cree que su madre siempre será joven. No sé qué significa presidente ni entiendo qué son los gobiernos. Vivo feliz dándole la vuelta a la esfera de cristal en la que nieva sin pasar frío. No entiendo que a mí no me tengan que dar cuerda para ir al colegio, cuando yo le doy cuerda a mi muñeco para que camine y haga el payaso. No sé lo que es la nómina ni el trabajo ni la ambición. Solo quiero ser un niño con una pelota. La pelota es el mayor descubrimiento de mi vida. Todavía no sé que ya nunca la dejaré, que siempre dependeré de ella de distintas maneras. Mi mejor momento del día, de la noche, es dormir con la pelota a mis pies, entre las sábanas. Me da seguridad de que habrá día siguiente, de que volverá la luz. Todavía no sé que hay países. Ni de broma que hay guerras. Solo quiero tener cerca a mi madre, su olor a pan. Aún no sé que se morirá y que el dolor será tan grande que podría arrasar con mi veneno un continente entero. Podría quemarlo todo y después quemarme yo. Soy un niño y no entiendo que pueda existir un mundo en el que tu madre ya no está, en el que el hilo de su voz se va perdiendo, en el que tu cabeza en su colo no es posible. Es imposible. Soy un niño que se columpia hasta el más allá para atrapar estrellas, pelotas de tenis, balones de fútbol, como si pudiese vivir siempre en el sitio de mi recreo. Por Morata, por Nadal, niños eternos.
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