No creo que haya nadie a quien le guste el deporte que pueda decir que no ha disfrutado de momentos maravillosos gracias a Rafa Nadal. Es uno de esos ejemplos de deportista constante, ejemplar, capaz de caerle bien a prácticamente todo el mundo. Ha sido una compañía constante a lo largo de los últimos 20 años, hasta hacerse casi de la familia. ¿Quién no se ha pegado algún año al televisor a ver si otra vez ganaba Roland Garros? Pero como él mismo dijo al anunciar su despedida, nada hay que comience en esta vida sin que vaya a tener un final. En deporte, tener la posibilidad de elegir cuándo y cómo te retiras es un lujo al alcance de unos pocos, porque en muchas ocasiones son circunstancias ajenas al deportista las que fuerzan la situación y obligan a la retirada forzosa. Para algunos puede ser una lesión, para otros un problema psicológico, y para muchos practicantes de deportes sin un reconocimiento mediático —y económico— suele ser la necesidad de trabajar para subsistir.
Muchas veces es difícil saber cuándo te debes retirar, y vemos a deportistas que van retrasando el momento, bajando de categorías a medida que van siendo la sombra de lo que fueron. Sin embargo, a casi todos los deportistas el momento de la retirada les llega cuando el rendimiento va cayendo y el sufrimiento va creciendo, y ya no tiene sentido enredarse en una dinámica agónica innecesaria. Algo en tu cabeza te dice que ya está bien, que no tiene sentido seguir adelante, por salud y por dignidad. Que arrastrarte en busca de una victoria más, de un contrato más, ni te va a arreglar la vida ni te va a hacer más feliz. Y aún así no es sencillo tomar la decisión que va a hacer que cambies radicalmente tu forma de vivir, a lo que has dedicado incontables horas a lo largo de muchos años. Casi siempre, de todos los que recuerdas. Por eso es tan importante que los resultados, la fama o el reconocimiento sean solo el resultado de ser quien eres, y no al revés. Por eso les insistimos, sobre todo a los jóvenes, en que deben tener una vida, unos amigos y una familia en los que apoyarse.
Nadal ha sido durante toda su vida deportiva un sufridor, acuciado por múltiples lesiones que nos habrían hecho abandonar mucho antes a la mayoría de nosotros. Ese carácter luchador le ha permitido sobreponerse a la mayoría de ellas, pero llega un momento en que hay que escuchar al cuerpo, y es que, igual que le ocurre a Javi Gómez Noya, en algún momento el cuerpo dice basta. Hasta aquí hemos llegado. Y lo que queda es respetar su decisión y desearles lo mejor. Y que sepa que ni a él, ni a nosotros, nos podrán quitar los momentos que hemos disfrutado juntos.
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