Unos de estos días en que ese país situado al sur del Estado Gringo se inflamó con ardor patrio contra los salvajes depredadores que los expoliaron y masacraron en el siglo XVI, me he tomado la molestia de buscar en el diccionario su denominación ortodoxa según la RAE. Y saltó la sorpresa: se aconseja escribir México pero pronunciar Méjico. La curiosidad tiene su origen en la voz que se utilizaba en ese país, desde el principio México, que los españoles llamaron Méjico. Hace pocos años, el uso extendido del topónimo México en América, ha aconsejado a nuestros filólogos respetar oficialmente esa realidad pero permitiendo la ambivalencia. Nada se prohíbe, solo se recomienda.
Pues bien, vamos viendo que México, a través de sus populistas gobernantes, ha adoptado la costumbre de entablar batalla con la madre patria cada cierto tiempo, si bien el nieto del emigrante santanderino la inició no hace mucho en compañía de su acalorada mujer, y desde entonces no nos concede la magnánima tregua de sus predecesores. El matrimonio de los obradores la tiene tomada con los gachupines, debe ser porque preferirían llevar un apellido autóctono que uno español pringoso. Menuda desgracia vivir la contradicción en propia carne.
El perdón que ahora vuelven a exigir con insolencia paleta solo se puede calificar como una torpe puesta en escena que, como todas las cortinas de humo, pretende ocultar los gravísimos problemas que lleva padeciendo aquel país y no parecen remitir. Sin excederme en su relación, los concreto primero en la incapacidad para dejar de estar sometidos al imperio del narco, cuyo inmenso poder constatamos cuando, encolerizados ellos por la detención de uno de sus dirigentes, arrasan una ciudad o asaltan un presidio de máxima seguridad o asesinan impunemente a no sé cuántos pobres estudiantes, dejando de paso en evidencia la corrupción policial y la desgana de la justicia para perseguir a los culpables. Si esta singular situación es un lastre del que no consiguen desprenderse, resulta que otros asesinos se llevan por delante a 35.000 compatriotas cada año, sin olvidar el polvorín actual que desestabiliza Sinaloa y Chiapas. Tendrán problemas con la reforma del Poder Judicial, con la del deficiente sistema sanitario, con la evidente desaceleración económica. Y sobre todo no encuentran o no quieren encontrar el modo de superar el lamentable foso que divide a su sociedad entre una minoría hegemónica de pudientes insaciables (de buena plata y también de oro) y una inadmisible mayoría de pobres, relegados al ostracismo y la resignación. Según quieren explicar los gobernantes mexicanos a esa masa indefensa ante las mentiras, el expolio cometido por los españoles (antepasados también del emigrante santanderino) es la causa, y no otra, de que 500 años después sigan sufriendo la condena eterna de la depauperación económica y el atraso generalizado. Mucho tiempo me parecen esos cinco siglos para que no remonten ni a la de cinco y sigan oxigenando la costra victimista. Entre líneas les intentan convencer de que de no haberse llevado tanto oro los malditos gachupines, hoy serían casi tan ricos y poderosos como los gringos, a quienes admiran con envidia los días pares y maldicen los impares. Deberían reflexionar con calma para encontrar soluciones a su deriva y ponerle sordina a los exabruptos: mejor será barrer la suciedad de casa antes de exagerar la del vecino. El perdón es una estrategia recurrente muy propia de países envenenados por la demagogia que buscan con desesperación inculpar al otro como causante de todos sus males. El otro ha sido el gran fantasma de la historia que baja del desván a merced de su amo.
Poco antes de que nuestra gente se fuera a América sin calcular la aventura que les aguardaba, los árabes eran expulsados de España, los árabes que nos habían dominado durante nada menos que 700 años. Se me ocurre que seguramente proceda exigirles reparación, pero según lo escribo me recuerdo que ahora no parece el momento más oportuno. En América nos fundimos desde el primer momento con la población aborigen, de no haberse producido esa unión tan beneficiosa para los que llegaban como para los que ya estaban, extendernos por aquellos territorios hubiera sido imposible con la simple ayuda de unos cientos de soldados y unas docenas de caballos y armas de fuego. La mayoría de los historiadores no tendenciosos sostienen que la llamada Conquista fue un largo proceso en el que intervinieron más nativos que desembarcados. Claro que la leyenda negra sabiamente redactada por el mundo anglosajón ha desacreditado con saña a la causa hispana, hasta el punto de que, según comprobamos, el odio persiste todavía hoy, olvidando, por ejemplo, que la población india estadounidense fue exterminada por civilizados ingleses, holandeses y resto de arcángeles. Habría que recordar a las memorias narcotizadas que probablemente esa salvajada constituyó el primer episodio de limpieza étnica. Pero no comparemos esta operación terapéutica con la crueldad hispana.
Un último comentario que no por ser el último me parece irrelevante. Produce bastante perplejidad la actitud con que nuestro gobierno reacciona frente a este contencioso. Ha decidido ignorarlo y contemporizar a través del silencio neblinoso, mientras que el iniciado con Argentina, originado por un torpe comentario de nuestro ministro, desencadenó una pelea de egos que desembocó en la insólita retirada de embajadores. El agravio había sido inadmisible para ambos presidentes, por lo visto, cuando tal vez a Milei había que haberle quitado las burbujas, sin necesidad de llegar al choque frontal. No menos extrañeza despierta la condescendencia con el sátrapa Maduro, ascendido al poder gracias a una escandalosa falsificación de los votos que pertenecían al opositor González, cuya integridad física debió poner a salvo en nuestro país a riesgo de terminar en un Gulag. La Unión Europea y Estados Unidos lo reconocen y nosotros nos resistimos. Debe ser para defender los intereses económicos de las empresas españolas que operan allí, como si no lo hicieran también en Argentina, país cuya afinidad con España es desde siempre especialmente notoria. Paradojas y tequila para todos.
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