Sobre el tablero de la actualidad, y concentrados en sus respectivas pistas, hay en marcha varios partidos de dobles. Por un lado, Sánchez y Begoña se enfrentan a abominables acusaciones por el proceder irregular de ella (profesor, yo no hice nada) y por otro, Ayuso y González se esfuerzan por demostrar que él no actuó de una forma fiscalmente censurable, (si acaso se equivocó con la calculadora). La justicia, en la que cada vez cuesta más creer, puede que a alguno de los dos adjuntos les de un fuerte tirón de orejas o incluso los mande a pasar unos meses en la cárcel, años ya sería pedirle demasiado a la justicia, nos conformamos con menos.
Y mientras estos procesos avanzan a medias porque prisa en conocer la sentencia no hay ninguna, el 5 de noviembre lo tenemos a la vuelta de la esquina, o sea, nos queda muy poco para saber quién ganará el gran partido entre los finalistas Kamala y Trump. Pero tampoco tiene tanto interés, el resultado es indiferente, a cualquiera de los dos que resulte vencedor le vamos a tener que rendir la misma pleitesía, sin la menor duda. Trump acaba de rechazar el desafío de su oponente para celebrar un debate en la CNN. Al pie de la letra, la interpretación inmediata pasa por concluir que después de su lamentable actuación en el anterior, sus asesores le aconsejan que no comparezca, a riesgo de ahuyentar definitivamente a los indecisos. Sin embargo, otros sostienen que su teórico techo del 44-47% de los votos permanece inalterable, por lo visto los que renuncian decepcionados son sustituidos por los ilusionados casi inmediatamente y en la misma cantidad. Los amantes de la objetividad que pasan los fines de semana en el cielo opinan que, cada uno a su manera, ambos candidatos son igual de demagogos e igual de populistas.
Kamala representa la modalidad más tradicional de la factoría demócrata: acérrima feminista, abanderada de la progresía woke, firme defensora de los derechos humanos, ecologista combativa y otras condecoraciones. Y hasta tiene la suerte de poder coquetear con las minorías étnicas, para eso es hija de madre india y padre jamaicano. En California ni brilló como fiscal ni tampoco como senadora, tampoco ha tenido un papel demasiado destacado como segundona de Biden, se ha situado a su sombra y gracias. Puede que más que una mujer gris que no da mucho de si sea demasiado lista y haya preferido no quemarse en ninguno de sus puestos para llegar más fresca y limpia a la candidatura, puede que en los cuarteles demócratas hayan intrigado para alejarla del anciano Biden que ya apenas cuenta. El muerto al hoyo.
De Trump cualquier comentario sobra porque todo él es puro comentario y noticia, basta con verlo y escucharlo. Pero no lo digo con desprecio, no todas las encuestas pronostican su derrota: la América profunda del winchester y el colt lo admira, sin olvidar que grandes empresarios y gentes que claman por el orden y la seguridad lo apoyan para lograr que el país lidere el mundo, como le corresponde. Anhelan, en definitiva, que el bien triunfe sobre el mal, dicho sea de la manera más bíblica posible. El bien de los americanos, claro.
Aunque Kamala goza de un enorme apoyo mediático, no está en condiciones de celebrar por adelantado su victoria, en el mes y medio que resta hasta las elecciones pueden ocurrir muchos acontecimientos desestabilizadores: sin ir más lejos, la guerra en el Líbano, desencadenada casi ayer mismo, es prueba de que estar preparados para cualquier eventualidad no es ocioso. Quién sabe lo que estará planeando Putin, de los lobos acorralados hay que protegerse. ¿Y si Irán decide intervenir contra Israel?
Es ingenuo pensar que a los españoles lo mejor que nos puede ocurrir es que gane Kamala. Más allá de dedicarnos algunos brochazos protocolarios y proponer el refuerzo de los tradicionales lazos de amistad que unen a dos grandes países como el suyo y el nuestro, nos tratará como lo que somos: seres de una galaxia muy alejada de la suya donde habitan seres de categoría inferior. A los alemanes les dedicará respeto por su reputada laboriosidad y prestigio tecnológico, con los ingleses dormirá encantada la siesta feliz de los hermanados por la sangre, y a los franceses les dedicará admiración pueblerina, probablemente desde que nació le dijeron en su casa que ellos tienen mucha clase. Digo probablemente porque el comentario lo he escuchado en muchas películas americanas, no en todas.
Kamala y Trump, una pareja que desde el fondo de la pista ofrece cosas diferentes antes de subir a la red, para terminar gobernando de forma casi idéntica.
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