(Un Gobierno muy desequilibrado, estando coaligados los perdedores).
No fueron los franceses los inventores del teatrino, tampoco de los vodeviles ni de la Commedia dell´Arte. Fueron los italianos, aunque parece, por lo que está ocurriendo ahora en Francia, en la Política, que las modalidades de ese «arte o teatrino», con intrigas y acrobacias, ad pompam et ostentationem, son tan franceses como los croissants o el château de Versailles. Y sin olvidar que fueron los españoles barrocos los que descubrieron que el mundo, todo él, es un teatro y que la vida, toda ella, es un sueño.
Imaginamos la Court d´Honneur del Palacio del Eliseo en París, el de la sede de la presidencia de la República, cubierto de farolillos de papel colgados de lado a lado y transitando por allí marionetas con caras de aturdimiento. Un lugar de romería, un circo y un cisco, también un caos. Y un jefe de Estado, Macron, gran culpable por una disolución estúpida de la Asamblea nacional en el pasado junio. Dicen que está muy afectado por el padecimiento de una neurosis narcisista con resultado de melancolía, después de saber que es muy detestado por más de dos tercios del electorado. Cada vez es más posible que el jefe del Estado tenga que irse antes de tiempo y por la puerta de atrás. Acaso no pensó que lo que él mismo llamó «la nueva etapa política» exigirá la dimisión.
La Política puede ser muchas cosas, desde un teatrino de comedia hasta una tragedia desgarradora; desde lo que ocurre en un instante, un hecho instantáneo, hasta la transformación de ese hecho en un proceso y con una dinámica de consecuencias impredecibles e impensables. Nada tiene buena pinta.
Hay que partir de la elección el 3 de septiembre, septiembre en el que aún estamos, de Michel Barnier para ejercer de Primer ministro por el Presidente de la República. Nada más ser nombrado (hecho y acto político) muchos se declararon contentos: se alabó su brillante carrera, desarrollada en Francia y Europa; se le consideró eso tan francés que es «un hombre de Estado», un «gaullista» y de la «Grandeur»; se le atribuyó una personalidad fuerte («hombre de carácter») y obstinada, de mucho empeño y experiencia, prometiendo cambios y rupturas.
Barnier, pues, el hombre ideal y del momento para conducir el Gobierno de Francia y en un tiempo muy difícil por acumulación de caos, económicos y políticos. A un ritmo creciente (inicio del proceso político) se empezó a decir que era un hombre muy de derechas, incluso afeándole su condición de militante de un partido político, el Republicano, también llamado «La Derecha republicana», que fue derrotado espectacularmente en las últimas elecciones legislativas, celebradas el verano último. Se dijo que no calculó prudentemente el «sí» a Macron y que estaba viviendo con padecimiento en su retiro, de hombre de 73 años, la «travesía del desierto»: «Comienza ahora mi travesía del desierto. Voy a conocer la soledad que rodea a los que ya no están en el poder, soledad que es más absoluta si sigue a años de ocupación intensiva y múltiples solicitudes» (Carta de Michel Debré a George Pompidou, fechada en marzo de 1967).
Y después de varios días, más de 15 desde el nombramiento, le resultó a Banier, con mucha dificultad, «fabricar» lo que le parecía ser más fácil: la formación de su Gobierno. Hay y sigue habiendo luchas de poder entre los partidos de derechas franceses y muchas son las condiciones impuestas por el jefe de Estado, que no quiere oír la palabra «ruptura», lo que supondría censurar la política que llevó a término desde el inicio de su presidencia en 2017, siendo cada vez más manifiesto que es persona de derechas.
En las últimas elecciones resultaron elegidos del Partido Republicano (LR) únicamente 47 diputados, teniendo la Asamblea francesa un total de 577 —quinta fuerza política por el número de diputados en la Asamblea—. Además —se añadió— ese Partido Republicano no formó parte del «Frente republicano», aunque se benefició de él, constituido aquél en la segunda vuelta electoral, para impedir que la extrema derecha de Marine Le Pen y sus aliados alcanzasen la mayoría absoluta de asientos parlamentarios, que daría el derecho a gobernar. El anterior presidente del Partido Republicano, Eric Ciotti, junto con un grupo de militantes, en junio de 2024, constituyó una alianza política con el partido de la extrema derecha, lo cual da una idea del carácter derechista del Partido republicano, ahora también bajo la presidencia de Wauquier.
Cada vez se alzaron más voces dentro de la política y fuera de ella contra el nombramiento de Michel Barnier, al que consideran carente de la necesaria de mayoría parlamentaria y de legitimidad democrática. Se exclamó desde la izquierda política, integrada por socialistas, los de la France insoumise, ecologistas y comunistas: «¡Ganaron los que perdieron (los del Partido Republicano), hay una contradicción flagrante con falta de respeto al resultado electoral», un coup de forcé del presidente Macron!».
Todo eso y más dijeron los del bloque de izquierdas, el llamado Nuevo Frente Popular, que superaron en número (193 diputados) a los de los otros dos bloques del tripartito resultante, el del llamado bloque macronista (165 diputados) y el bloque del Partido de la Extrema Derecha y aliados (142 diputados). Es indudable: La gauche est arrivée en tête aux élections législatives anticipées, convocadas en junio de 2024.
Los del bloque de izquierdas consideraron manifiesta su victoria electoral, aunque no alcanzaron la mayoría absoluta (fijada en 289 diputados), teniendo, no obstante, derecho, según ellos, a que el Jefe del Estado nombrase primera ministra a la persona que habían propuesto, a Lucie Castest, por ser los ganadores de las elecciones. Y añadieron que Lucie Castest, con posterioridad al nombramiento de primera ministra, habría de buscar alianzas para disponer de una parlamentaria mayoría absoluta, evitando así la inmediata y anunciada moción de censura. Hasta algunos «macronistas del bloque central» declararon en un primer momento e ingenuamente que, por el resultado electoral, no podía ser de la derecha o del centro el futuro primer ministro.
A las graves acusaciones contra el jefe del Estado, de no respetar el sufragio popular, el 11 de septiembre, en el acto de la rentrée del Consejo de Estado, tuvo lugar la entrega al Presidente de la República de un estudio sobre La Soberanía, elaborado por el Consejo. Macron, al final de su discurso, se refirió «a la soberanía del pueblo, sobre la necesidad de reforzar la soberanía popular, respetando el resultado de los sufragios, pues ese es el efecto primero en toda democracia». Los mismos que consideraron a Macron antidemócrata por suplantar la voluntad popular en beneficio de su política de derechas, consideraron las anteriores palabras transcritas del Jefe del Estado como una provocación. Los dos interesantes discursos pronunciados en la sede del Consejo de Estado, el de su vicepresidente, Didier Roland?Tabuteau, y el del Presidente Macron, de lectura recomendada por su interés jurídico y político, se pueden encontrar en YouTube.
Causó sorpresa y gran impacto la intervención apasionada del que fuera primer ministro del presidente Jacques Chirac, Dominique de Villepin, en las jornadas del fin de semana pasado, organizadas por el Diario L´Humanité. Ese periódico comunista fue fundado por Jean Jaurés (1859-1914), del que aún se recuerda la siguiente frase, muy de actualidad: «La democracia francesa no está fatigada por el movimiento, está fatigada de inmovilidad». Ahora se dice: «Nuestra vida política debe ser reformada bajo la pena de ver cómo se extingue el deseo de democracia» (Héléne Landemore). Llamó la atención que la intervención de Villepin, importante y trascendente, tuviere escaso eco en las televisiones privadas, tan influyentes, como BFMTV y CNEWS.
Con vehemencia, Dominique de Villepin se refirió a la guerra de Gaza, en términos parecidos a la radicalidad de los y las de La France Insoumise. Y sobre la situación política francesa dijo: «Si una fuerza política está en cabeza, caso del llamado Nuevo Frente Popular, hay que darle su oportunidad o chance; hay que respetar a los franceses». Y añadió: «La situación hoy es muy singular; el partido llegado el último es el que va a hacer el Gobierno», y recordó que el texto evangélico sobre los últimos, que serán los primeros, no es aplicable a la Política.
Razones de unos y otros continuaron enfrentadas, discutiendo lo de la falta legitimidad democrática en el nombramiento de Michel Barnier. Unos (A), alegan que aquélla solo se produce cuando la elección de los que han de gobernar está en concordancia con los mandatos y resultados de la voluntad popular, manifestada en unas elecciones libres, y siendo el Parlamento el que «concede» las legitimidades democráticas. Otros (B), consideran la plena libertad que al presidente de la República, elegido por sufragio universal, otorga la Constitución de 1958, que puede nombrar a quien desee para ser el primer ministro, incluso a un militante de un partido derrotado en las urnas y minoritario, quedando para más tarde lo de las mayorías parlamentarias para permanecer gobernando.
El mismo Barnier parece ser de la opinión B, al proceder el mismo de un partido minoritario de derechas. Fue advertido el pasado domingo, 15 de septiembre por François Bayrou, presidente del Modem, partido integrado en el macronismo, de que el nombramiento, para los principales puestos del futuro Gobierno, de miembros del partido Republicano «provocaría un accidente mayor». Después de esa entrevista, el lunes siguiente, Barnier volvería a recibir a los llamados tres tenores del Partido republicano, Wauquier, Retailleau y Larcher, y cabe preguntar: ¿Qué les dijo? Lo dicho por Bayrou fue repetido a Barnier por el presidente de la República en la reunión del martes, día 17 de septiembre, exigiendo la proporcionalidad y equilibrio entre la derecha y la izquierda y en el nombramiento de ministros «de pleno ejercicio» (16) entre los tres partidos macronistas (Renaissance, Modem y Horizons) y el Republicano, la llamada «COALICIÓN DE PERDEDORES». Al final, Barnier tuvo que rectificar solo en lo posible y hacer modificaciones en la lista de ministros de su Gobierno, que sigue muy frágil y lejos de un apoyo de la mayoría absoluta de diputados, si bien su censura requerirá sumar los votos contrarios del bloque de izquierdas y del bloque de la extrema derecha.
Y las complicaciones siguen, al menos hasta el 1º de octubre (discurso de política general). Y un Gobierno que no parece seguir la política de ruptura solicitada por el pueblo en las elecciones; un Gobierno nuevamente «macronista».
¡Cómo se puede hablar de «cohabitación» cuando al final resulta que el Presidente de la República y el Primer ministro comparten las mismas convicciones políticas, siendo ambos de derechas! Francia es especialista en motines y revoluciones; mal otoño e invierno se avecinan, teniendo en cuenta el extendido sentimiento de «burla electoral»; se reitera que con negruras se ve el inmediato horizonte político. Dicen que se preguntan los franceses: ¿Para qué sirvieron las elecciones si nada cambia y siguen mandando los perdedores?
La Constitución de la Vª República con su presidencialismo, tan querida por De Gaulle, está ya fuera de tiempo. Nació en el lejano 1958, aunque desde entonces, con trampas y mentiras, hizo posible eso tan difícil que es gobernar a los franceses, tan peculiares. Se preguntó De Gaulle: ¿Cómo es posible gobernar un país en el que existen 246 variedades de quesos? La cifra dada por De Gaulle -escribió Franz Oliviert Giesbert- no es exacta, pues la variedad de quesos en Francia está entre 1.200 y 2.380. Y recuérdese que fue en 1962 cuando se modificó la manera de designar al Presidente de la República: por sufragio universal y directo.
Ahora, en 2024, después del último resultado electoral, no es admisible un ejercicio vertical del poder por medio del presidente de la República, sino más horizontal y democrático, a través del Parlamento (sin Parlamento que controle no hay democracia). Las elecciones francesas de este año, con el resultado de tercios sin posibles coaliciones, hizo añicos el esquema político de la Ley constitucional de 1958, pues el poder cambió: de la Presidencia de la República al Parlamento, en el que los partidos políticos vuelven a ser los protagonistas, recordándose lo que pasó con la IV República, que tuvo 22 gobiernos en 12 años de existencia.
Mérito de la Constitución francesa de 1958 fue tener en cuenta que en la regulación de la Asamblea nacional, tan debilitada por el presidencialismo (1962), se la atribuyó «el peso político y simbólico que en un país democrático tiene la representación otorgada por la soberanía nacional».
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