Con este título tan pugilístico se pretende poner énfasis en la deriva que está tomando la política europea y española. Resultados como los obtenidos por el partido Alternativa para Alemania (AfD) confirman esta tendencia. Muchos de los jóvenes que hacía cinco años votaban a formaciones de extrema izquierda, «se pasan al lado oscuro», -¡socorro!, gritan algunos-. ¿Se ha radicalizado la juventud europea? ¿Volverá el nacismo a hacer de las suyas? ¿Campará la xenofobia, el racismo, el machismo y la intolerancia por nuestro continente?
La demonización de la ultra-derecha, -por cierto, concepto controvertido este de «ultra» que habitualmente sólo es utilizado para la derecha y que no sólo es difícil de concretar, sino imposible de definir- es un fenómeno que pretende utilizar el miedo a momentos históricos determinados; como el fascismo de Mussolini, el partido nazi de Hitler o la dictadura de Francisco Franco. Todo ello rescatado de las hemerotecas del blanco y negro y metido en una coctelera bien mezclado. El caso es que la movilización para frenar esta tendencia no ha surtido el efecto deseado.
Pero volvamos al asunto, ¿cómo es posible que un joven cambie tan radicalmente de opinión política? Tradicionalmente la juventud se ha inclinado siempre por la izquierda, es algo habitual. Como dicen los expertos se trata de una reacción identitaria o lo que es lo mismo, una predisposición natural que muchos tienen y que con frecuencia se va perdiendo con los años, con las decepciones o con la adquisición de bienes, ya sabe: «lo que cuesta lograr, cuesta más compartirlo». Lo cierto es que esta propensión ha dado paso a una simpatía hacia los partidos de derechas, nunca ha habido tantos jóvenes abrazando estas ideas, aunque hay que matizar que esta inclinación es más poderosa entre los hombres jóvenes que entre ellas, más fieles a su ideario primigenio. Teorizar sobre las causas de este hecho es, como todas las circunstancias sociales, algo complejo. Lo primero que debemos conocer es que estos fenómenos son nuevos, hace diez años apenas existía diferencia ideológica por género. Pero ahora, ellas perciben el mundo más desigual, se sienten más feministas que las anteriores generaciones y se sitúan a la vanguardia de los movimientos progresistas, al menos, y según las encuestas, esto sucede hasta los treinta años, después tanto hombres como mujeres se «derechizan por igual». También es posible que el hartazgo de los varones por las políticas proteccionistas hacia la mujer, las políticas de paridad y la crisis del modelo clásico de hombre como ser proveedor y responsable del abastecimiento del hogar, sean la causa de esa diferencia por género. Esta brecha entre géneros no es exclusiva de España, en países como Francia, Polonia, Alemania e Italia ocurre exactamente lo mismo porque en estos lugares se están produciendo los mismos fenómenos sociológicos, a saber: discriminación positiva, llegada masiva de inmigrantes, hartazgo de los partidos políticos tradicionales, euroescepticismo, amenaza de los valores asociados a sociedades liberales, crisis financieras producidas por el COVID, la guerra de Ucrania…
Sin duda, la rabia hacia sistemas que nos llevan a la precariedad e incertidumbre económica, la falta de ética, respeto y educación de muchos políticos, han estimulado el surgimiento de partidos que quieren romper con lo establecido. Resulta curioso, si hace unos años los partidos más rebeldes y antisistema eran los de ultraizquierda como Podemos, hoy pasa todo lo contrario, los partidos más a la derecha son los más combativos contra el orden impuesto. ¿A qué se debe este cambio de paradigma ideológico? Está claro que los partidos de la izquierda más radical no han respondido a las inquietudes de los jóvenes. Los decepcionados ciudadanos que se han pasado a la derecha se han dado cuenta que aquello que prometían esas fuerzas políticas no se ha cumplido, no ha habido regeneración política, la mejora de la economía parece que sólo se da a nivel estadístico, cada vez perdemos mayor poder adquisitivo, los precios son cada vez mayores y los políticos más reaccionarios contra la casta se han convertido en la nueva aristocracia. Con esta realidad no es de extrañar que muchos opten por partidos de corte conservador y tradicionalista que rescatan valores perdidos.
Casi todos los medios alarman de los riesgos de los populismos, de la radicalización, de la xenofobia, de la pérdida de derechos y libertades… Y yo me pregunto, esos periodistas que tanto critican a las nuevas corrientes, ¿hicieron lo mismo con aquellos partidos progresistas surgidos del movimiento 15M? Lo que está claro, es que no se puede vilipendiar a ningún partido si está dentro de las normas constitucionales, podremos estar o no de acuerdo, pero no debemos inhabilitar a ninguna organización porque no comulgue con nuestro ideario. La moda de los cordones sanitarios -curioso eufemismo, yo prefiero la palabra boicot- es algo tan habitual como moralmente reprobable, esta artimaña es un recurso un tanto trapacero para sabotear la eclosión de partidos que no están en la onda de los que gobiernan. Apostar por algo nuevo cuando lo que hay huele a podrido, es algo natural, más adelante ya discutiremos si funcionan o no.
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