Hace algunas décadas solo los ricos, muy ricos, practicaban el turismo. Ni lo llamaban turismo, eran viajes que se hacían en automóviles a 20 kms/h o por mar, que no se llamaban cruceros, en barcos de vapor que empleaban semanas en cruzar el océano.
En España allá por los años 50 se empezó a saber qué era aquello del turismo. Aquel país de posguerra, necesitado de divisas, se convirtió en destino preferido para los países nórdicos que disfrutaban de sol y playa y de precios muy asequibles para ellos. Aquel fenómeno novedoso, que con el tiempo tendría gran repercusión en el PIB del país, apenas se notó en Asturias en las primeras épocas.
En el momento actual todos, en alguna medida, nos hemos convertido en turistas. Los más modestos vuelven al pueblo de sus orígenes para mostrarse exultantes ante quienes permanecieron en el pueblo. Hay quien se hace habitual de un destino en verano, mejor que sea de costa donde poderse broncear, señal inequívoca de que se viajó. Cada vez son más los que eligen lugares exóticos que conlleven descubrir costumbres distintas. Sea como sea no hay duda de que el turismo es un fenómeno social dominante.
Ninguna duda hay de que España es un país atractivo para el turismo. La diversidad de nuestras comunidades ofrece diferentes opciones, aunque siguen dominando las Islas y el Mediterráneo. Asturias, siempre a la zaga, se sumó a la ola cometiendo el tremendo error de intentar vender un sol caprichoso que solo aparece de vez en cuando y unas playas raquíticas conquistadas por los acantilados.
De Tinamayor al Eo todas las villas costeras soñaban con ser la Marbella del norte. Hubo más de un momento en que el sector de la hostelería montaba en cólera y elevaba públicas quejas porque entendían que las predicciones meteorológicas les perjudicaban cuando anunciaban lluvias o cielos cubiertos. Concejales de toda condición incitados por los propietarios de bares, pensiones, restaurantes y chiringuitos despilfarraban los presupuestos municipales en dotar a las playas de servicios completos, en extender los paseos marítimos conquistando el dominio de las olas y en embellecer los pueblos para facilitar el paseo de quien no tiene otra cosa que hacer. Con todo no se conseguía despegar ni aproximarse a lo que atraían las costas mediterráneas, hasta que el gobierno de Pedro De Silva apostó por el turismo rural, que significó un salto enorme y provocó que la gente se fijase en el norte y descubriese los atractivos de Asturias.
Por casualidad y a causa del cambio climático que nos eleva las temperaturas más allá de lo deseado, se llegó a la conclusión que los días nublados del verano son más cómodos que los sofocos más abajo de Despeñaperros, resulta que el visitante se pertrecha de botas de goma e impermeable y no le importa un chubasco o una mañana de orbayu, si hay 10 grados menos, mejor que mejor. Resulta que lo teníamos en nuestras manos y no lo veíamos y tratábamos de ocultarlo. Algo menos de pescadero frito y un poco más de bollo preñao no perjudica a nadie.
Habrá que vigilar que los partes meteorológicos no nos sorprendan anunciando temperaturas altas en el norte y todo irá sobre ruedas.
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