La relación entre lenguaje y pensamiento es compleja. El lenguaje no solo influye en nuestra percepción del mundo, sino que también es esencial para el desarrollo de los procesos cognitivos. Aprendemos a leer a través de dos rutas: la visual nos permite el reconocimiento de palabras como unidades completas sin necesidad de descomponerlas fonéticamente; es la palabra como imagen. La ruta léxica, por el contrario, implica desentrañar las reglas de correspondencia grafema-fonema. Mientras que la visual nos permite reconocer una palabra, por ejemplo, el logotipo de una marca, de una forma inmediata, la léxica nos enseña a leer de forma sistemática palabras y textos a los que progresivamente vamos encontrando un significado. Una es rápida e intuitiva, pero con frecuencia lleva a errores. La otra es lenta, consciente y más segura, aunque puede ser tediosa. Los niños tienden a escoger la primera por economía de esfuerzo, pero debemos instruirlos en la segunda debido a su relevancia.
A finales de los años 70 del siglo pasado, Susan Sontag, en su libro Sobre la fotografía, mostraba su preocupación ante lo que consideraba un exceso de imágenes en la vida de las personas, que, según su criterio, resultaban nocivas para el pensamiento. Eran tiempos en que las máquinas de fotografía se habían popularizado en occidente y con ellas los álbumes donde se adherían los instantes de una vida, constituyéndose así una memoria personal externalizada. También los reproductores de vídeo empezaban a abrirse paso en los domicilios. Los videojuegos explotaban como una de las opciones preferidas de infancias y adolescencias. Las pantallas luminosas de Times Square en Nueva York o Piccadilly Circus en Londres representaban la modernidad, siendo su ejemplo tomado, como icono hipertrofiado, en la futurista Los Ángeles donde se desarrollaba la película Blade Runner.
Casi medio siglo después, el mundo de imágenes que preocupaba a la pensadora estadounidense se ha potenciado enormemente. Los smartphones tienen como una de sus principales funciones captar imagen y vídeo. El número de autorretratos a los que cualquier usuario de tecnología digital tiene acceso en su vida es ingente. Las redes sociales se han especializado precisamente en las fotografías o pequeños fragmentos de película, dejando progresivamente al texto en un lugar subsidiario. No hay más que seguir la evolución desde el Blogger hasta Instagram o Tik-Tok.
Daniel Kahneman, en su conocido ensayo Pensar rápido, pensar despacio, diferenciaba dos sistemas que rigen el pensamiento y la toma de decisiones: el pensamiento rápido, intuitivo, asociativo, inmediato y propenso a sesgos; y el pensamiento lento, deliberado, complejo y analítico. Podríamos interpretar la preocupación de Sontag por los efectos del exceso de imágenes en los procesos de nuestro pensamiento como una tendencia a la predominancia del pensamiento rápido sobre el pensamiento lento, de la emoción sobre la razón, del impulso sobre el análisis.
La cosa se complica si aceptamos que hay imágenes que pueden funcionar como largos textos que requieren de calma y atención, como podría ser el Guernica de Picasso, y palabras que se escuchan como una sucesión de imágenes simples, esquemáticas, como sucede en la publicidad o en la mayor parte del actual discurso político. Así, la cuestión a la que nos enfrentamos en nuestra cultura no es únicamente la creciente predominancia de la imagen sobre la palabra, sino también el estrechamiento del tiempo necesario para la reflexión.
La conversación pausada y la lectura reflexiva se han convertido, por tanto, en actividades no solo necesarias, sino también reivindicables. Lo son para pequeños y también para mayores en un mundo dominado por la inmediatez, la compulsión y el consumo. Tal vez el estío nos brinde la oportunidad de disfrutar de una sobremesa, un paseo por la orilla de la playa, una buena sombra de carballo o una hamaca donde podamos practicar los nobles artes de la tertulia y la lectura.
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