Cada cierto tiempo surge el debate de si se debería establecer algún tipo de control a los perfiles de las redes sociales. Cuando una o varias noticias se hacen muy virales y con ellas se difunde más desinformación que datos reales hay quien considera que una manera de solucionarlo sería conocer la identidad real de la persona que maneja esas cuentas. Pero claro, ¿tienen derecho Meta (Facebook, Instagram y WhatsApp), X (antiguo Twitter) y demás plataforma a pedirnos nuestro Documento Nacional de Identidad? Entiendo la buena voluntad de quienes expresan esa idea, pero no estamos ante la administración pública, como pueda ser la Policía o la Agencia Tributaria, que lógicamente necesitan disponer de una serie de datos personales. Por tanto, yo no sé muy bien cómo se puede establecer algún tipo de control legal con el objetivo de limpiar el mundo virtual de personas que mercadean con bulos. La cuestión se pone más tensa cuando hay un asesinato, y no digamos ya si es a un menor. El estupor que causa conocer que en Mocejón (Toledo) alguien ha acuchillado a un niño de 11 años que estaba jugando al fútbol con sus amigos nos crea una reacción instantánea, un ansia por conocer las causas. Las reconstrucciones policiales y judiciales rara vez son lentas y las investigaciones de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado suelen ser muy efectivas y exhaustivas, pero es verdad que esas técnicas rigurosas se ven totalmente adelantadas por mentiras. Cuando ya se puede informar de manera veraz de lo sucedido y se ha encontrado al autor del crimen, lo que hemos leído y escuchado previamente permanece en nuestro inconsciente y con él se origina unos prejuicios sin fundamento alguno. Aunque ningún migrante haya tenido relación alguna con ese suceso, todos hemos sido testigos de comentarios racistas y xenófobos y a gente pidiendo venganza contra esas personas inocentes porque hubo un grupo de alborotadores cibernéticos que les ha parecido conveniente difundir burradas plagadas de odio. No son pocas las veces que se pide que solamente se dé por buenas las fuentes oficiales, pero es imposible evitar los engaños a la población y con ellos la transmisión de informaciones no contrastadas. Este problema va para largo a menos que la manera de comunicarnos que tenemos en la actualidad mute a otras vías en las que se pueda frenar estas acciones.
La lacra del terrorismo machista sigue atemorizando y asesinando a mujeres en nuestro país y en todo el mundo. Su violencia es tan transversal que la protagonizan todo tipo de hombres con diferentes perfiles: ricos y pobres, jóvenes y mayores, estudiantes y trabajadores, etcétera. Uno confía en que a un policía nunca se le pasaría por la cabeza cometer un delito de sangre, y más si es alguien con una trayectoria profesional intachable durante más de cuarenta años de servicio. Así que se hace muy difícil de entender que ese prototipo de persona decida acabar con la vida de su ex mujer y con la que era su actual pareja (y que encima repita un patrón bastante común en casos de violencia machista, como es que después de esos atroces actos, ese asesino termine también con su propia vida) cuando a lo largo de su vida laboral ha debido de pasar por situaciones de todo tipo y se supone que por su profesión estaría obligado a mantener la calma aunque la tensión en el ambiente fuera muy complicada. En lo que va de año han sido asesinadas (no han muerto, como a veces se titula en un ejercicio de mala praxis periodística) por violencia de género 31 mujeres, o como bien recuerda Mujeres de la Escandalera en sus concentraciones, el dato oficial y el de los feminicidios difiere (con el último caso ocurrido en Cataluña/Catalunya son 64 asesinatos a mujeres en manos de hombres). Ante esta infamia no puedo más que agradecer a las compañeras su lucha, su compromiso real por la igualdad, su permanente protesta contra el machismo durante todo el año (haga el tiempo que haga) y mi deseo de que, por fin, ese hombre que las insultaba desde hace dos años tanto en sus actos como a través de perfiles en redes sociales cese para siempre sus inaceptables acosos.
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