Si las informaciones que nos están llegando son ciertas, el joven de 20 años detenido como presunto autor del asesinato de Mateo, el niño de 11 años que vivía en el pueblo de Mocejón (Toledo), relató los hechos de un modo que impresionó a los agentes de la Guardia Civil como delirante. Según ha trascendido, expresó que quien cometió el crimen «ha sido mi otro yo, ha sido mi copia. Yo estaba allí, pero no he sido». El presunto asesino afirmó haber visto cómo su otro yo le robaba la cara. «Tenía mi rostro y mi cuerpo y ha apuñalado al niño, pero yo no he sido».
Podríamos pensar que estas declaraciones son calculadas y tienen una finalidad exculpatoria, pero no sería riguroso descalificarlas sin más. Cuando un acto criminal, ejecutado además con un gran ensañamiento sobre un niño incapaz de defenderse, aparece a nuestros ojos como especialmente inmotivado, no podemos descartar, sin un análisis minucioso, que no tenga su origen en una convicción delirante o en una experiencia alucinatoria.
La principal guía para ayudar a entender lo ocurrido pueden ser las declaraciones realizadas por el presunto asesino, que podríamos resumir con la frase «yo no era yo». En realidad esa es una frase que, si no la matizamos, podría servir para describir una realidad psíquica común. Es una frase a la que casi todo el mundo ha recurrido alguna vez, con intención exculpatoria, cuando nos arrepentimos de algo que hemos dicho o hecho. Con frecuencia, no nos reconocemos en una parte de nuestros actos y tampoco en algunos de nuestros pensamientos, sobre todo en aquellos que nos hacen entrar en contradicción con los ideales que decimos profesar. Esta realidad es la que llevó a Rimbaud a expresar «yo soy otro».
Para la mayoría, ser otro para uno mismo no implica negar que ese otro, en el que nos cuesta reconocernos, forme parte de nosotros mismos. Pero cuando alguien vive realmente a ese otro como separado, como literalmente otro, aunque sienta que es poseído por él y se aloja en su interior, o que se apropia de su identidad, la experiencia de extrañamiento sobre el acto realizado puede ser radical. «Tenía mi rostro y mi cuerpo y ha apuñalado al niño, pero yo no he sido». En este tipo de situaciones, el sujeto del acto criminal puede vivirse como ausente aun estando presente, o como espectador de la escena. El acto criminal, aunque sea premeditado y planificado, es el del otro, es de «la copia», y puede resultar imposible de interiorizar como propio: «Yo estaba allí, pero no he sido». Esta afirmación podría parecer pueril si no se sustentase en la certeza delirante de que le habían robado su cara y su cuerpo, que pasaban a estar controlados por ese otro que lo habría suplantado. En cualquier caso, la pérdida de la realidad que este pasaje al acto criminal implica no puede explicarse por la simple influencia de los videojuegos.
Comentarios