Se nos va de las manos

OPINIÓN

F. Sotomonte

26 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El alto coste de la vida, y especialmente el de la vivienda, ha sido y sigue siendo uno de los principales problemas en todas las partes del mundo (porque lamentablemente prima la especulación al derecho a tener un espacio digno donde vivir). Lo de que no haya gente sin casa ni casas sin gente continúa siendo una utopía pese a los avances logrados. En el año 2007 empezó un programa en TVE en el que un grupo de ciudadanas y ciudadanos le hacían una pregunta a una persona (generalmente a una política o a un político) de un tema que le preocupase. Se llamaba Tengo una pregunta para usted y el primero en someterse a los interrogatorios fue el entonces Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Recuerdo que un chaval de 19 años le dijo que él no ponía en duda los buenos datos económicos al calor de la llamada burbuja inmobiliaria, pero que con su salario precario no tenía capacidad financiera para comprarse un piso. ¿Han mejorado las cosas al respecto? Si viajamos en el tiempo y llegamos a hoy, a 2024, la economía va viento en popa, pero permanecen los problemas de acceso a la vivienda. A diferencia de aquellos años de compras compulsivas y sin medir los posibles riesgos (que tantos disgustos ocasionó a tanta gente que no podía hacer frente a las hipotecas) hemos pasado a alquileres que están por las nubes (que se comen más de la mitad de los ingresos de muchas familias). La gravedad del asunto se centra sobre todo en entornos urbanos, y más concretamente en las llamadas zonas tensionadas, muy afectadas por el turismo masificado que ya origina más inconvenientes que ventajas. Poco a poco y sin que nos demos cuenta se nos va de las manos el precio que nos está costando todo (tanto vivir en un lugar como irnos de vacaciones a un destino).

Tanto la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, como el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, dieron mucho que hablar esta semana por la manera de defender sus opiniones. Aunque analizaron una realidad cierta y demostrable (como es la proliferación de pisos turísticos en el casco urbano resta oferta a vivienda en alquiler con precios asequibles), no usaron los argumentos más políticamente aceptados para referirse a las dificultades que atraviesan muchas personas que no pueden permitirse el lujo de vivir cerca de su puesto de trabajo. A mi juicio es indispensable que para que un lugar se desarrolle y se dinamice correctamente debe proporcionar una serie de servicios básicos, entre los que se encuentra una oferta de vivienda acorde a las demandas laborales (y también educativas en el caso de las y los estudiantes). Leí estos días que el municipio de Siero tiene un aluvión de demanda de vivienda ante la apertura en septiembre de Amazon en Bobes. Lógicamente esas trabajadoras y esos trabajadores necesitarán vivir lo más cercano posible a ese centro logístico, pero la pregunta que me hago es quien tiene que asumir la responsabilidad de gestionar algo así. Hace no mucho tiempo en ese espacio físico no había nada. Ahora hay un gran almacén esperando a que empiecen a trabajar miles de personas. Si yo no estoy mal informado, la única mejora en marcha es el desdoblamiento de la AS-17. ¿Se necesitan otras infraestructuras? Pues el arranque de la actividad lo dirá, pero entiendo que si gran parte de esas empleadas y empleados no viven en la zona requerirán de una casa y de una serie de servicios públicos (colegios, centros de salud, transporte…) para asentarse de manera efectiva y permanente. Hay quien creerá que este asunto es un caso individual y que cada uno tendrá que buscarse la vida (en las Olimpiadas de París que comienzan oficialmente hoy las y los deportistas tienen donde alojarse, porque ha habido una organización que se ha encargado de ello —aunque su estancia vaya a ser temporal—, y es un poco lo que me gustaría que se extendiera a otras cuestiones como pueda ser el desembarco de una multinacional en una zona), pero yo ahí discrepo si lo que se pretende es conseguir una calidad de vida digna.

Hace diez días una de mis tías me preguntó si a día de hoy mantengo algún contacto que resida en Munich, puesto que una chica que conoce quiere irse allí a hacer un master y está a la desesperada buscando una habitación libre en un piso compartido. Siempre digo que para mí una de las peores experiencias en los tres años que estuve fuera de España fue la de encontrar alojamiento. Tanto en la capital de Baviera como en París y en Bruselas solo hallaba ofertas que me creaban una insatisfacción muy grande. Por lo general, estaban alejados del lugar donde trabajaba; los precios eran desorbitados; las condiciones a cumplir previamente eran muy exigentes (sobre todo con los meses de adelanto por las fianzas, que en uno de los casos no se me fue devuelta una vez que abandoné el piso); y la competencia por dormir donde fuera era feroz (una oferta podía tener hasta cincuenta pretendientes). Esa presión agota mucho mentalmente, porque te ves por una parte gastando mucho dinero en pocos días, con todas tus pertenencias personales a rastras y sin muchas esperanzas de encontrar algo que pueda cumplir tus expectativas. Es por eso que cada vez que pienso que si en un futuro me tuviera que mudar a otro lugar, solo la pereza que me da este trámite tira por la borda todas las buenas experiencias que podría darme esa nueva aventura. Lamentablemente no es ya que en Munich siga todo muy parecido a 2012 (cuando empecé a trabajar en un hotel de la ciudad), sino que ya es raro ver lugares donde esta misma circunstancia no ocurra. 

Como con todo lo nuevo o reciente no es fácil tomar decisiones sobre la marcha. Me parece positivo que se estén buscando soluciones legislativas a nivel regional y nacional a la proliferación de los pisos turísticos, pero lo que no me atrevo a aventurar si estamos ante una burbuja que en cualquier momento estallará. ¿Es un fenómeno pasajero, que está ahora en la ola de crecimiento, o es un modelo que ha venido para quedarse? Me puse a mirar una escapada para la semana de las fiestas de San Mateo y los vuelos directos desde Asturias son muy atractivos a Amsterdam y a Venecia (menos de cien euros, y eso que dicen que las compañías low cost han descendido sus ventas y se verán obligadas a rebajar sus precios), pero a la hora de buscar alojamiento en hoteles en ambas urbes, las ganas se esfuman (y no cuento lo que costará comer y cenar, entrar al interior de diferentes monumentos y el transporte). El problema no lo tiene únicamente en estos lugares en los que no cabe ni un turista más. No me parece de recibo leer que en Gijón/Xixón, para todos los días que durará la Semana Grande (del 3 al 15 de agosto), pueda suponer la estancia a un turista casi seis mil euros. Se nos va de las manos que por mucha demanda que haya la oferta llegue hasta esas cantidades, pero podría ser una explicación al éxito de plataformas como Airbnb donde pernoctar te sale más rentable.