Hasta ahora teníamos claro que las dos orejas más famosas de la historia eran la que se cortó Van Gogh en una crisis mental bastante misteriosa, la misma que dio nombre al famoso y muy lucido conjunto musical vasco-español, que cantaba cosas tan lindas como «No sé si aún me recuerdas / Nos conocimos al tiempo / Tú, el mar y el cielo». Pero, desde el sábado por la tarde, tanto el pintor Van Gogh como la cantante Amaia Montero van a tener que competir con la oreja de Trump, que, tan pegada al cerebro como la llevaba, y agujereada por una bala disparada por Thomas Matthew Crooks y ligeramente desviada —supongo— por el ángel de la guarda, certifica que el candidato con mejores pronósticos para las elecciones del 5 de noviembre es víctima de su amor por una patria atormentada, héroe de las masas que dijeron al momento que «esto se veía venir y hay que arreglarlo», y dueño de una llave —o de la pata de cabra que puede sustituirla— para franquear de par en par las puertas de la Casa Blanca.
Este suceso, que en EE.UU. no es tan extraño como en Europa, debe tener, además de otras complicaciones, dos causas o contextos que lo explican: la afición legalizada que sienten los americanos por las armas y por lo que se puede hacer con ellas, y la existencia de una sociedad intensamente polarizada que, más que normalizar, casi profetiza este tipo de acontecimientos que determinan en buena medida la política de aquel país. El propio Trump lo describió así: «Supe de inmediato que algo andaba mal porque escuché un silbido, disparos y sentí inmediatamente que la bala me atravesaba la piel».
No deja de ser curioso, sin embargo, que el favorecido por esta maniobra enloquecida sea precisamente el candidato que más aportes hizo a la polarización y al uso de la violencia política y civil para domesticar a su favor al sistema electoral americano. Y que la historia lo vaya a convertir en el feliz segador de la cizaña que él mismo sembró, como si en vez de ser un retorcido estratega del insulto y un perfecto manipulador de la opinión pública más débil y menos formada fuese el enviado del cielo —«Es increíble que un acto así pueda ocurrir en nuestro país»— para restaurar el orden y la paz en el seno de la sociedad americana, y para fortalecer la democracia y el orden entre los países —amigos o enemigos, que nunca queda del todo claro— más importantes del mundo.
Cabe suponer que los demócratas arrecien ahora en su difícil intento de sustituir a Joe Biden por un candidato menos dudoso y debilitado. Pero, salvo que se equivoque todo el mundo, hay coincidencia general en que Trump puede aprovechar este suceso para enderezar su trayectoria de candidato, dejar atrás sus pleitos con la justicia e intentar mostrarse como todo lo contrario de lo que fue hasta hoy: una inyección de moral y pacifismo para la gran nación americana, en un contexto internacional profundamente viciado en el que puede entrar como un elefante en una cacharrería. Por eso creo que corren malos vientos para América, Europa y el mundo.
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