No lo estamos haciendo del todo mal. Los hombres. Aunque podíamos aumentar las cifras, porque en tan corto tiempo haber asesinado a nueve niños, y casi al doble de mamás, no es para tirar cohetes. Sin duda, podemos hacerlo mejor en el marco de la violencia intrafamiliar, que es el sintagma más apropiado, el sintagma de los sintagmas. ¿Qué crío no le da una hostia a su pesado hermano pequeño? ¿Qué macho no pone a sus pies a su hembra tirándole de los pelos que ha teñido de rubio dando como resultado un atractivo sospechoso? Son cosas de familia que se dan todos los días y que se resuelven en familia. ¿No hay que lavar en casa los trapos sucios?
Sí, ya sabemos que a veces se nos va un poquito la mano con nuestras chorbas porque tienden a comportarse como zorras, que ya lo dice la canción. Y es que nos hemos vuelto demasiado sensibleros, caray, y nos reprochamos errores chiquititos, errores que son, hay que reiterarlo porque es un hecho cuasi teológico, causados por la inherente lascivia femenina que las hace estar todos los días del año en celo y al acecho de «novedades». Las mujeres son como los periodistas, cazadoras de noticias. Y luego, ya hecho, destripada la infiel, qué va a ser de las crías, que se quedan así, de golpe, sin mamá, y no digamos que también sin papá, cuando se quita la vida.
Vox y el PP saben de Historia y Antropología, no como esos posmodernos feministas de pacotilla que desconocen de dónde venimos y quién manda. Nuestra «cultura» tiene cinco o seis mil años, y a nuestros antepasados protoindoeuropeos les sirvió para sobrevivir y multiplicarse. Un éxito evolutivo apabullante. Entonces, ¿para qué cambiar? El hombre manda y la mujer obedece. El resto son mariconadas. ¿Llamarlo violencia de género? Manda huevos. Lo que hay es alguna que otra paliza sin mayores consecuencias. ¿Que alguien se sobrepasa? Pues aplíquesele el Código Penal pelado, como en cualquier otro asesinato. Aquí no hay ninguna plaga feminicida ni nada que se le parezca.
Por eso, estos científicos sociales de basta cultura tienen la responsabilidad de cerrar, allí donde mandan, las costosísimas instituciones para asuntos del «débil género» y reinvertir lo que se estaba malgastando en corridas de toros y otros panes y circos, que es lo que de verdad interesa. Porque, ¿acaso no estamos reivindicando una y otra vez nuestras raíces indogriegas y lo que aportaron estos sabios entre los siglos VIII y III antes de nuestra era -que luego continuaron, a su manera, los romanos hasta los albores de la Edad Media, en la que la religión se cebó de lo lindo con quienes no nacían con rabo-? Que si fueron el origen de la Física, de las Matemáticas, de la Filosofía, de la Lengua, del Arte, del Teatro, de la Arquitectura, de la Democracia, de la Medicina, del Derecho y de no sé de cuántas maravillas más, pero siempre dejando que la mujer fuera exclusivamente lo que debía ser: receptáculo de simiente y deshonra. Pues entonces, si estos excelsos griegos y romanos son la roca de nuestra cultura, al lado de la todavía más paternal y celosa de la varonía de la judeocristiana, ¿quiénes somos nosotros para enmendar a reverenciados profetas y filósofos en cuestiones tan escandalosas como la paridad entre mujeres y hombres y otras memeces de este calado?
Pero dejémonos de nimiedades y vayamos a lo importante: mientras la «Armada Invencible del Partido Popular» combate a los portaaviones-cayuco en feroz combate en el Atlántico, disfrutemos salvaguardados de las vacaciones de julio, para quien se las pueda pagar, faltaría más, mas no en este norte brumoso, sino en el Levante o el Sur, a donde nos dirigiremos para atrapar el sol que acaricia los arenales y los cuerpos henchidos de sensualidad, sensualidad que se puede multiplicar, por ejemplo, con el libro de Milena Busquets 'Ensayo general', Anagrama, 2024. Quien no pare el desenfreno en las penúltimas vanidades, que el Mundo que hemos vivido durante 80 años se está desvaneciendo. Nos veremos tras recoger la toalla, cerrar el libro y volver para acelerar lo que buscamos ansiosos: la estupidez: nuestra auto aniquilación y, de paso, de todo lo demás.
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