Una mentira nunca vive hasta hacerse vieja, dejó escrito Sófocles. El poeta trágico griego debió de añadir: pero tiene sus efectos a corto plazo. Que es de lo que se trata. Y pudo agregar también que son muy propias de las clases dirigentes de todo el mundo. De forma especial, la política. Tanto que, entre los mandatarios, las falacias han pasado a ser una estrategia cuando no una forma de expresión habitual. Y lo que es peor, sin que seamos capaces de combatirla debidamente.
El peso que tiene la mentira lo acabamos de ver en el debate electoral entre el presidente norteamericano, Joe Biden, y el aspirante Donald Trump. El republicano destrozó al demócrata, no solo por su estilo agresivo y matón, sino por el cargamento de mentiras que utilizó sin ruborizarse y sin ser desmentido.
A la clásica de «los migrantes están destruyendo EE.UU.» porque «la gente entra y mata a nuestros ciudadanos» y «están asesinando a nuestras mujeres», lo que hace que «los países extranjeros no nos respetan», se unieron la entrega de cientos de miles de millones de dólares a Ucrania, que entre los detenidos por asaltar el Capitolio en el 2021 hay gente inocente, que hace cuatro años perdió la presidencia por fraude, que no tuvo relaciones sexuales con una actriz porno o que hay defensores del aborto que «le quitarán la vida a un niño en el octavo mes, en el noveno mes, e incluso después del nacimiento». Para rematar asegurando que acabará con la guerra en Ucrania antes de tomar posesión y sin olvidarse de tratar de considerar a Biden un delincuente implicado en los negocios de su hijo Hunter y acusarlo de ser un «palestino débil».
Los bulos y las mentiras se han instalado en nuestras vidas. No es preciso mirar a EE.UU. Ni a Rusia. Podemos observarnos a nosotros mismos y podemos analizar también los debates electorales o ver cómo quien denuncia pucherazos, asegura que el 70 % de las manadas de violadores son inmigrantes, que la vacuna del covid se creó para eliminar ciudadanos y que la tierra es plana, se llevó como premio 800.000 votos y tres eurodiputados en las últimas elecciones. Por no hablar del facherío que ya tenemos en nuestras instituciones a base de propagar bulos sobre el aborto o la inmigración, en los que coinciden con Trump. Un modelo que se extiende como una mancha de aceite por todo el planeta.
Como con otros tantos asuntos, hemos consentido que la mentira política ocupe gran parte de nuestras vidas. Su utilización es muy simple. Manipular, omitir, tergiversar, falsificar y usar medias verdades ofrecen, por lo visto, los resultados deseados. Lo sabemos todos. Los que las utilizan y quienes las padecemos. Pero mientras ellos no reparan en emplearlas, los demás no reaccionamos. Probablemente, hasta que acaben con nuestra existencia. Porque alguien dijo que «una gota de mentira puede contaminar un mar de confianza». Pues imaginemos lo que puede destrozar un mar de mentiras.
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