La Historia, la memoria y el ectoplasma de la concordia

OPINIÓN

Bombardeo en la calle Uría de Oviedo en la Guerra Civil
Bombardeo en la calle Uría de Oviedo en la Guerra Civil

26 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Las comunidades autónomas que padecen gobiernos de coalición de PP y Vox han  sufrido en los últimos meses la presentación de proyectos de ley que pretenden sustituir  las vigentes normas sobre la memoria histórica y democrática por otras denominadas de  «concordia», Castilla y León es un buen ejemplo. En esa comunidad, en abril de 2018,  durante el último gobierno de Juan Vicente Herrera, se aprobó un decreto «de la Memoria  Histórica y Democrática de Castilla y León», que afirmaba literalmente: «La Junta de  Castilla y León condena los casos de vulneración de los derechos humanos que se  produjeron durante la guerra civil y la dictadura franquista y, al igual que señaló por  unanimidad la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados, considera que  nadie puede sentirse legitimado para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus  convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad y  dignidad de los ciudadanos, lo que merece la condena y repulsa de nuestra sociedad  democrática». 

Hace solo seis años, para el Partido Popular, la Segunda República, que no se  menciona en el decreto, era un periodo histórico diferenciado de la guerra civil y del  régimen franquista, que había sido una dictadura que merecía la condena y repulsa de  nuestra sociedad democrática. Hoy, cuando lo dirige el sedicente moderado Núñez Feijoo,  promueve en Castilla y León una proposición de ley, conjuntamente con Vox, que  abandona esos planteamientos y elude cualquier definición del régimen franquista como dictadura o, menos aún, como sistema totalitario. Los crímenes que durante él se  cometieron debieron ser obra de la naturaleza y las penurias económicas las causantes de que los cadáveres de las víctimas permaneciesen durante décadas en campos y cunetas. 

Independientemente de sus connotaciones políticas, la proposición de ley muestra  con claridad la indigencia intelectual de los señores Fernández Mañueco y García  Gallardo y de los equipos que encabezan. En el segundo párrafo de la exposición de  motivos puede leerse: «Nunca ha habido un relato consensuado sobre la Segunda  República, la Guerra Civil y el Franquismo. Tampoco se ha dado entre los historiadores,  que aún sostienen debates teóricos, metodológicos e interpretativos». Poca historia han  leído. Nuestra disciplina avanza gracias a la controversia. Suele existir acuerdo sobre los  hechos y sus fechas, sobre todo para las épocas más recientes, pero ni siquiera eso ocurre  siempre, no es raro que los testimonios del pasado sean poco claros. A la hora de analizarlos, de calibrar sus dimensiones y de estableces sus causas y consecuencias, es  habitual que haya discrepancias. 

Ningún historiador que merezca ese nombre negará el Holocausto, aunque existan  todavía sectarios filonazis que lo hagan. Pocos objetarán que debe ser recordado en  conmemoraciones, museos y lugares de la memoria, y estudiado en colegios e institutos junto al nazismo, para que los jóvenes conozcan la barbarie de que es capaz el ser humano  si pierde los valores éticos y quizá contribuir así a evitar que se repita. Ahora bien, tanto  la explicación de por qué se produjo como el número de víctimas, las responsabilidades  que pueden atribuirse no solo a las autoridades alemanas, o de otras naciones como Italia,  Hungría, Croacia, Francia o Rumanía, y a los militantes o dirigentes nazis y fascistas, sino  a las sociedades de esos países y a instituciones, como la Iglesia Católica, que o miraron  para otro lado o callaron por miedo o por interés, son, como muchas otras cosas, motivo  de debate no solo historiográfico sino también político. Eso no impide que lo fundamental  se conozca y que esté bien reflejado en manuales escolares y libros rigurosos que, por  encima de discrepancias parciales, coinciden en lo esencial. 

Nunca se escribirá la historia «definitiva» de la Segunda República, la Guerra  Civil o la dictadura del general Franco. Afortunadamente, seguirán apareciendo  documentos y nuevas perspectivas de análisis, ahí está la riqueza de la Historia como  disciplina científica, pero solo desde la ignorancia o el sectarismo fascista se puede  identificar a la Segunda República con los periodos que la sucedieron, como hace la  proposición de ley. Es arbitrario establecer como objeto de la norma: «El reconocimiento  de quienes padecieron persecución o violencia por motivos ideológicos, religiosos y  sociales desde el año 1931 hasta el año 1978». ¿Por qué 1931? 

La Segunda República fue un periodo democrático que se enfrentó a multitud de  problemas, como todos los europeos de la etapa de entreguerras y como también los había  sufrido la monarquía constitucional. No hay víctimas del régimen republicano, ni hubo  persecución religiosa o política hasta 1936. Hubo actos de anticlericalismo, incluso  violencia, aunque no promovida desde las instituciones, pero recuérdese que la Semana  Trágica se produjo durante la monarquía de Alfonso XIII ¿eso la convierte en un régimen  que perseguía el catolicismo? Hubo terrorismo durante la República, pero también en la  época de la Restauración y en la actual democracia. Hubo excesos policiales en la República, pero me permito recordar que, por ejemplo, el general Severiano Martínez  Anido, el de la «ley de fugas», que en eso se llevó la palma, fue gobernador «civil» de  Barcelona entre 1920 y 1922, después ministro de la Gobernación con el dictador Miguel Primo de Rivera y, por último, con Franco. Podría servir de enlace represivo ¿por qué no  llevar el reconocimiento de quienes padecieron persecución o violencia por motivos  ideológicos, religiosos y sociales hasta 1919? Incluso antes, no da para poco la historia  de España ¿Las guerras carlistas? ¿Fernando VII? ¿La Inquisición? No, de lo que se trata  es solo de, con neto espíritu franquista, denigrar injustificadamente a la República. 

La violencia se desató con el estallido de la guerra civil, provocado por el fracaso  del golpe de estado militar de julio de 1936. Cuando se atribuye a la República ser la  causante de la guerra, se cae en un simplismo que a quien realmente perjudica es a la  monarquía y a la dinastía de Borbón, que, con más justicia, podría ser acusada de eficaz  promovedora de guerras civiles. Llegó a la corona de España con una que todavía trae  cola en Cataluña, provocó al menos dos más por su querella dinástica (los carlistas  aumentan el número al contabilizar levantamientos menores, que también causaron  víctimas) y no se puede negar que los monárquicos impulsaron la última, la 1936-1939, y participaron en ella con auténtico entusiasmo, el abuelo del actual rey incluso intentó  en dos ocasiones que lo admitiesen como voluntario. 

Entre los historiadores no cabe ninguna duda de que república, guerra civil y  dictadura son tres etapas distintas. La ley de memoria democrática de 2022 tiene un doble  objetivo: «Por un lado, pretende fomentar el conocimiento de las etapas democráticas de  nuestra historia y de todas aquellas figuras individuales y movimientos colectivos que,  con grandes sacrificios, fueron construyendo progresivamente los nexos de cultura  democrática que permitieron llegar a los acuerdos de la Constitución de 1978». Por otro, «preservar y mantener la memoria de las víctimas de la Guerra y la dictadura franquista,  a través del conocimiento de la verdad, como un derecho de las víctimas, el  establecimiento de la justicia y fomento de la reparación y el establecimiento de un deber  de memoria de los poderes públicos, para evitar la repetición de cualquier forma de  violencia política o totalitarismo». No limita la democracia a la Segunda República, se  remonta a 1812, y no excluye a las víctimas inocentes de la represión republicana durante  la Guerra Civil. Eso sí, incluye a todas las del franquismo. 

No merece la pena recordar que las víctimas de la violencia republicana y sus  familias tuvieron un reconocimiento por parte de la dictadura del que carecieron las  mucho más numerosas de la represión ejercida por el bando rebelde. Las que  permanecieron en fosas comunes, en campos o cunetas, a veces sin que su muerte hubiese  sido reconocida, fueron las de los sublevados, cuyo número se incrementó tras la victoria  de Franco en la guerra. Pero, como bien plantea la ley, no se trata solo de exhumar los restos humanos y de entregarlos a sus familias, lo que ya es muy importante, sino de  declarar la ilegalidad de la represión de una dictadura que violó los derechos de las  personas durante cerca de cuarenta años y de reconocer la labor de quienes desde el  interior y desde el exilio la combatieron. 

Al no aceptar que existió una dictadura criminal y que sus víctimas no son solo  los muertos sin identificar, sino también los que padecieron el exilio, las cárceles, las  torturas, las sanciones o la marginación, la propuesta de ley del PP y Vox se olvida de la  memoria y de la democracia y las sustituye por una indefinida «concordia», que no explica  cómo conseguir y que convierte en un extraño concepto, un ectoplasma ridículo.  Trasmutados en un inverosímil remedo de los policías Hernández y Fernández de las historias de Tintín, Mañueco y Gallardo repiten hasta la saciedad: «¡concordia! ?yo aún  diría más, ¡concordia!». 

Vayamos al texto, y solo copio algunos párrafos: «Se crea el Directorio de  entidades vinculadas a la concordia que tengan dentro de su ámbito de acción la  Comunidad de Castilla y León […] La Administración de la Comunidad de Castilla y  León cooperará en las actividades de conocimiento y divulgación de la concordia. En  el marco de las disponibilidades presupuestarias, el apoyo económico se dirigirá prioritariamente a las universidades, fundaciones y centros de estudios de concordia  para la realización de investigaciones, publicaciones, eventos educativos, exposiciones y  los estudios relacionados con la Constitución, el Estatuto de Autonomía de Castilla y León y el proceso de transición democrática […] Todos los ciudadanos tienen derecho al  acceso y consulta libre y gratuita de los documentos relacionados con la concordia integrantes del Patrimonio Documental de Castilla y León, con fines de estudio e  investigación o de información para la defensa de sus derechos o el conocimiento de sus  obligaciones. El ejercicio del derecho para acceder a documentos relacionados con la concordia, integrantes del Patrimonio Documental de Castilla y León y conservados en  cualquier archivo, se efectuará de conformidad con la normativa vigente reguladora del patrimonio documental. Los poderes públicos de Castilla y León adoptarán las medidas  necesarias para la protección, la integridad y catalogación de los documentos  relacionados con la concordia que integren el Patrimonio Documental de Castilla y León, en particular en los casos de mayor deterioro o riesgo de degradación». Permitan que me pregunte ¿qué es la concordia? ¿Cuáles son los documentos  relacionados con la concordia? ¿Y los centros de estudio de la concordia? ¿Prohibirán el  acceso a los diarios de sesiones de las Cortes o a las actas de plenos de diputaciones y ayuntamientos porque hay más discordia que concordia? ¿Se podrán leer los periódicos  depositados en archivos y hemerotecas? Poca concordia se suele encontrar en la  canallesca… Algún lector puede pensar que el señor Le Senne nos dio a todos hace unos  días una buena lección de cómo entiende Vox la concordia, no seré yo quien lo contradiga. 

Podría concluirse que la desmemoria conduce a la tontería. Lo peor es que, al  menos, a una parte del dúo no le falla la memoria, lo que tiene es nostalgia de la dictadura.  La otra está dispuesta a no acordarse ni de lo que decía ayer, si el olvido es útil para  permanecer en la poltrona.