Anita Sirgo y el legado de una generación irrepetible
OPINIÓN
![Anita Sirgo, en junio de 2023, durante un homenaje que le rindió CCOO](https://img.lavdg.com/sc/yKEgTYXGablEtsxHKZlZC3nt_8E=/480x/2024/01/19/00121705668342298236634/Foto/sirgo-anita-r.jpg)
Anita Sirgo ya ocupaba un lugar privilegiado en historia de nuestro sindicato cuando nos dejó hace unos meses, y lo tendrá también en la memoria democrática de nuestro país. La Fundación Juan Muñiz Zapico —que programó una jornada en su recuerdo en la Semana Negra de Gijón— ultima la edición de un libro que hará justicia con ella y toda una generación de luchadoras, a veces olvidadas y despreciadas por la historia oficial que, además, suelen escribir los hombres.
Fueron mujeres valientes, que se enfrentaron a la dictadura franquista, que dieron lo mejor de su vida por las libertades y los derechos de la clase trabajadora. Conquistas que Anita Sirgo (y no solo ella) seguiría defendiendo hasta el último de sus días.
Porque hablamos también Maruja Ramos, de Tina Pérez, de Celestina Marrón, de Carmen Garrido… de luchadoras incansables, ejemplos de coraje y de integridad. Mujeres que nos abrieron el camino, cuando era mucho más difícil hacerlo, en épocas de dictadura y represión, cuando pagabas con la cárcel, y hasta con la vida, por enfrentarte a las injusticias. Pero si de algo sabemos las mujeres es de solidaridad y resistencia.
También eran feministas, cuando tampoco era fácil serlo. Por eso el 8M de este año las tuvo presentes, añadiendo «A golpe de tacón» al lema de la convocatoria: «Compañera, dame tira».
A golpe de tacón fue el cortometraje documental, ya mítico, que dirigió Amanda Castro inspirándose en el caso de Anita y el resto de mujeres que empujaron hasta poner contra las cuerdas a la dictadura durante las huelgas del 62, abriendo grietas por las que se iría colando la libertad y la democracia que finalmente triunfarían en España.
Eran los tacones que advertían de su llegada, avanzando de madrugada por las barriadas obreras de la cuenca minera del Nalón, hasta la entrada de los pozos, donde humillaban a los esquiroles al grito de «gallinas» mientras les arrojaban maíz a los pies. Eran sus tacones, los de Anita, los mismos que luego golpearían las paredes de la cárcel de Oviedo para tratar de comunicarse con su marido. Aquella cárcel donde ella misma sería objeto de maltrato y agresiones (de allí saldría con la sordera en un oído).
Anita Sirgo había tenido una infancia terrible, con su madre en un campo de concentración y su padre «abandonado» en una cuneta. Eso la hizo despertar enseguida, concienciarse pronto. A los 12 años ya era enlace de la guerrilla. Su escuela era la lucha, solía decir.
En los años 60 las condiciones del trabajo en la mina eran tan penosas que los mineros enfermaban «a paladas», cuando no fallecían por una explosión de grisú. Entonces la siniestralidad laboral causaba estragos en los pozos y en Oviedo había un hospital exclusivamente para tratar la silicosis que acabaría con la salud de tantos. Fue lo que empujó a aquellas mujeres a apoyar la lucha de sus maridos, de sus padres y hermanos. La lucha propia, la lucha común. Y ahí empezaron a cambiar la historia.
Conquistada la democracia, muchas de aquellas mujeres siguieron participando en la vida del sindicato y del partido, aunque en un segundo plano (ahí nos tenían para coger el testigo), y algunas como Anita fueron incapaces de abandonar totalmente la acción sindical y la reivindicación sociopolítica, y por eso podíamos encontrarla en movilizaciones en defensa de las pensiones, por la industrialización y el empleo en las cuencas, o en las protestas feministas del 8-M. Por eso también tenía sentido que quisiera ser despedida con una manifestación. Porque así era ella, genio y figura, remangu hasta el final.
Ahora, el mejor homenaje que podemos hacerle es seguir su ejemplo, avanzar por el camino que nos abrieron. Se lo debemos. Aunque no tengamos vida para agradecerles toda su lucha.
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