Camino. He paseado un rato por la zona de Atocha. Vuelvo por la Calle Ciudad de Barcelona. La acera vacía. Un poco más adelante aparece una persona a ritmo lento, adelanto y veo con admiración que esa persona camina y lee un libro a la vez.
Me muerdo la lengua, pero no callo. Me decido, pregunto: «Se puede leer, ¿tú puedes leer y caminar a la vez?» Sí, es su monosílabo.
«¡Qué bien!», el mío.
Veo, inmediatamente un banco vacío a mi izquierda. La invito a sentarse ofreciéndole a la vez mi móvil para que leyera mi último poema de la mañana.
Tras la lectura y aprobación satisfactoria del escrito, me atrevo a preguntarla su procedencia. Me responde que de Avilés.
Sonrisa y sorpresa a la vez en mis labios. Me presento, vivo en Oviedo. ¡Qué coincidencia! O como diría el otro «qué casualidad».
Astros y constelaciones, aparte. Me despido amablemente y sigo mi camino.
Ya en casa, me asalta, me asalta el cálculo de probabilidades: Cuántas personas caminarán por la calle y a la vez se distraerán sabiamente enanchando sus conocimientos o disfrutando sin más del placer de la lectura.
Ahí, en el silencio de la memoria o en la intemporalidad del tiempo pasan los días.
Sigo haciendo mi vida de relaciones sociales y de pisar aceras un día tras otro.
Ayer, vuelvo a caminar y en la misma calle y en el mismo lugar -no sé si también a la misma hora-, otra persona joven y mujer como la vez anterior. Y me quedo con el rabillo mirando, la lengua mordía y no pregunto a la segunda mujer.
Coincidencias de calle, de hora y también de mujer que sean lectoras de libros en la mano caminando y leer.
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