Motín blanco

OPINIÓN

El estadio Santiago Bernabéu durante la celebración de un concierto
El estadio Santiago Bernabéu durante la celebración de un concierto

15 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Descubrir al embozado amante debajo de la cama debe ser una experiencia indignante, pero si una vez confirmada su inexistencia nos disponemos a dormir tranquilamente y desde la ventana nos saludan 90 decibelios atronadores dispuestos a impedirnos el sueño, tampoco es cosa menor, sobre todo si estamos seguros de que a esa noche le seguirán otras muchas igual de desgraciadas y ruidosas porque un concierto inolvidable o un partido de fútbol decisivo han encontrado en el Bernabéu el marco ideal para que sus espectadores disfruten sin límite.

Muchos años atrás, cuando el estadio necesitó ser ampliado, se barajó la posibilidad de poner en marcha una operación urbanística para erigir uno nuevo en las afueras de Madrid que fuera financiado por la construcción de una gran torre en su emplazamiento actual. La permuta, en principio interesante y desde todos los puntos de vista lógica, (pues suponía ubicar fuera de la ciudad un elemento tan perturbador como es un recinto capaz de albergar a casi cien mil espectadores), no llegó a buen término. Supongo que no se debió a un exquisito respeto al bien común de los madrileños, sino a que al afilar el lápiz con calma se descubrió que la discutible rentabilidad del negocio lo desaconsejaba. Así que quienes por vivir a su alrededor habían saludado con satisfacción la noticia de poder recuperar la calma, tuvieron que resignarse mansamente a que el fútbol siguiera protagonizando una parte tan irrenunciable de su existencia como es vivir tranquilo en casa, sin molestar y sin ser molestado. A la decepción, como a casi todo en la vida, se fueron acostumbrando de mejor o peor manera. Solo que el paso de los años permitió seguir afilando el lápiz a los que también tienen pluma y bolígrafo, y la rentabilidad desestimada en aquel entonces parece ser ahora muy interesante gracias a que el número creciente de partidos y, sobre todo, los multitudinarios eventos, permitirán hacer magníficas cajas.

Pero para qué luchar contra los elementos si además las naves enemigas son poderosísimas y casi invencibles, habrán pensado los vecinos. Para qué reivindicar la zona verde de unos cuantos miles de metros cuadrados que ocupaba la antigua ciudad deportiva del Madrid, si cinco imponentes rascacielos dicen unos que prestigian a la ciudad y la hace más europea. Para qué buscar en el diccionario la definición de cacicada si no hay más que abrir los ojos y comprobar lo pequeña que es la multitud al lado de algunos gigantes.

Sin embargo, parece que en esta ocasión estos combativos vecinos, después de haber probado en los oídos la capacidad desquiciadora del ruido, no están dispuestos a dejarse avasallar y no descartan fundar un partido político que canalice su comprensible aspiración a que esos venenosos bichos llamados decibelios se queden encerrados dentro de las paredes del estadio, sin imponer sus mordiscos a quienes ni son sordos ni quieran llegar a serlo. Según he leído, después de calcular que con 80.000 votos pueden arrebatarle a Almeida un concejal en las elecciones municipales de 2027, estudian la posibilidad de dar un paso adelante para que los responsables de esta «irregularidad acústica» den varios pasos atrás. 80.000 votos les bastarían porque en las últimas elecciones

Podemos estuvo a punto de conseguir el escaño a falta de tan solo unos cientos de votos para alcanzar esa cifra. Pensándolo con romanticismo, sería casi un fenómeno histórico que un nuevo Robin Hood encabezara en pleno Chamartín una gran revuelta contra el poder para restituir el honor del pueblo ensordecido. De ser así, la noticia resultaría más que preocupante: el efecto contagio no tardaría en hacerse notar en otros puntos de España, donde por estas razones u otras parecidas la buena gente se ve obligada a decir amén y casi de rodillas.

Pero el rechazo al ruido debería conciliarse con el pensamiento político de esos electores. Por eso no es aventurado sospechar que a la hora de votar unos darían prioridad a Almeida por lealtad inquebrantable al color azul y otros temerían que infligirle un castigo supusiera de rebote darle un empujón a Podemos. Hay que ser muy sabios para equilibrar los propósitos sin incurrir en contradicciones. Me temo que finalmente se verán abocados a elegir entre otras dos alternativas, a cuál peor: La una consistiría en huir del ruido hacia otra parte de la ciudad, lo cual supondrá vender su vivienda a un precio muy por debajo del de mercado, además de rendirse a la expulsión de su casa de siempre. Y la otra continuar en ella, asediados por el ruido y los miles de fans que aguardan en las aceras perimetrales el inicio del espectáculo. Que hoy en día ocurran estas cosas debe despertar muchas críticas.